Por medio de la destrucción del templo en Jerusalén y la expulsión de la Tierra Santa por los romanos en el primer siglo d.C. los judíos no tenían nigún país que se pudiesen considerarlo su propiedad. Se establecieron a través de toda Europa incluso en España. El lapso de tiempo entre mediados de los siglos XII y mediados del siglo XIV significó algo extraordinario para la comunidad judía. Los judíos disfrutaban por poco tiempo de la prosperidad del Estado que existía en todo los ámbitos. Los soberanos les dieron amparo, o sea, la certeza de poder viver en paz. No obstante, como ha ocurrido en la historía de los judíos frecuentemente, no se les otorgó el poder vivir en paz por más que unos pocos siglos. Mientras que la persecución a los judios a finales del siglo XIV se limitaba aterrorizarles con saqueos y ejecuciones, se fue mucho más lejos cien años más tarde. Los Reyes Católicos tomaron medidas hasta entonces desconocidas tanto en cuanto al grado de su organización como en su crudeza. El tribunal del Santo Oficio puso fin a cualquier intento por parte de los conversos de seguir fieles a la fe judía a escondidas y la expulsión de los judíos en el año 1492 terminó de una vez para siempre con la existencia de la comunidad judía. La pregunta en cuestión decisiva en el trabajo presente es cuáles fueron las razones que llevaron a los Reyes Católicos a tomar medidas tan drásticas y, además, cómo justificaban estas razones un prodecimiento que busca su igual. Para encontrar una respuesta adecuada a la pregunta hecha es necesario retroceder al tiempo anterior a los acontecimientos que ocurrieron a finales del siglo XIV. Además debe de explicarse cómo la superviviencia de los judíos dependía de dos condiciones obligatorias: un ambiente social que fomentase el bienestar y la prosperidad y, en segundo lugar, el gobierno de soberanos capaces de asegurar el órden público y la seguridad de los bienes.
La primera parte de este trabajo debe abordar en orden cronológico los acontecimientos más decisivos en el siglo anterior a que los reyes tomaran medidas acerca de los judíos y de los conversos. Además, la situción social y el prestigio del dicho grupo son dilucidados en la sociedad medieval a vísperas de la Inquisición y de la expulsión. En la segunda parte paso por la política de los Reyes Católicos y por la pregunta de que si las medidas tomadas fueron necesarios.
Indice
I. Introducción
II. El camino a las matanzas de 1391
III. Los conversos – o un nuevo problema
IV. La monarquía en la guerra civil
V. Situación social de los judíos en en siglo XV
VI. La política de los Reyes Católicos
6.1 La Inquisición
6.2 La segregación
6.3 El decreto de la expulsión
6.4 Los motivos de los reyes para su política
VII. Conclusión
VIII. Bibliografía
I. Introducción
Por medio de la destrucción del templo en Jerusalén y la expulsión de la Tierra Santa por los romanos en el primer siglo d.C. los judíos no tenían nigún país que se pudiesen considerarlo su propiedad. Se establecieron a través de toda Europa incluso en España. El lapso de tiempo entre mediados de los siglos XII y mediados del siglo XIV significó algo extraordinario para la comunidad judía. Los judíos disfrutaban por poco tiempo de la prosperidad del Estado que existía en todo los ámbitos. Los soberanos les dieron amparo, o sea, la certeza de poder viver en paz. No obstante, como ha ocurrido en la historía de los judíos frecuentemente, no se les otorgó el poder vivir en paz por más que unos pocos siglos. Mientras que la persecución a los judios a finales del siglo XIV se limitaba aterrorizarles con saqueos y ejecuciones, se fue mucho más lejos cien años más tarde. Los Reyes Católicos tomaron medidas hasta entonces desconocidas tanto en cuanto al grado de su organización como en su crudeza. El tribunal del Santo Oficio puso fin a cualquier intento por parte de los conversos de seguir fieles a la fe judía a escondidas y la expulsión de los judíos en el año 1492 terminó de una vez para siempre con la existencia de la comunidad judía. La pregunta en cuestión decisiva en el trabajo presente es cuáles fueron las razones que llevaron a los Reyes Católicos a tomar medidas tan drásticas y, además, cómo justificaban estas razones un prodecimiento que busca su igual. Para encontrar una respuesta adecuada a la pregunta hecha es necesario retroceder al tiempo anterior a los acontecimientos que ocurrieron a finales del siglo XIV. Además debe de explicarse cómo la superviviencia de los judíos dependía de dos condiciones obligatorias: un ambiente social que fomentase el bienestar y la prosperidad y, en segundo lugar, el gobierno de soberanos capaces de asegurar el órden público y la seguridad de los bienes.[1]
La primera parte de este trabajo debe abordar en orden cronológico los acontecimientos más decisivos en el siglo anterior a que los reyes tomaran medidas acerca de los judíos y de los conversos. Además, la situción social y el prestigio del dicho grupo son dilucidados en la sociedad medieval a vísperas de la Inquisición y de la expulsión. En la segunda parte paso por la política de los Reyes Católicos y por la pregunta de que si las medidas tomadas fueron necesarios.
A lo largo del trabajo presente haré con frecuencia referencia al libro de Joseph Perez puesto que su interpretación sobre la pregunta en cuestión está basada en una investigación profunda y a todo detalle.
II. El camino a las matanzas de 1391
El origen de los acontecimientos que ocurrieron a partir de 1391 se encuentra medio siglo antes. En 1347 la peste negra llegó a España dando fin a una extraordinaria expansión territorial, demográfica, económica y cultural de la cual toda España había disfrutado. Aquella extinguió un tercio de la población a la vez marcando el inicio de la edad conflictiva.[2] Los dos siglos anteriores a la llegada de la peste negra, especialamente el lapso de tiempo bajo del gobierno de Fernando III y Alfonso X en Castilla y bajo el Jaime I y Pedro III en Aragón había facilitado a la comunidad judía aprovechar dicha prosperidad.[3] Tenían la posibilidad de instruirse intelectualmente, lograr bienestar y ascender en ocasiones a puestos destacados. Con la llegada de la peste negra los mismos servirían pronto como chivos expiatorios para frailes y políticos fanáticos no sólo en España sino también en toda Europa, que les culparon de envenenar las fuentes y de causar tal cruel muerte a centenares de millares y, así, ayudándole al diablo a cumplir su infernal obra. Otros dos reproches frecuentes a los que los judíos de Castilla se veían expuestos desde mediados del siglo XIV era de la usura y el de la responsabilidad de la muerte de Cristo. No es nada extraño que en tiempos del debilitamiento coyuntural apareciera la cuestión de dinero. Hacía falta dinero para pagar la fiscalidad regia y las rentas a señores laicos y eclesiásticos y, lo más importante, para comprar alimentos. Como les estaba prohibidio a los cristianos prestar dinero cobrando interés, según una prohibición dictaminada por la Iglesia “que a un extraño se podía cobrarle intereses, pero no a sus hermanos” no hubo prestamistas entre los cristianos.[4] Naturalmente era una minoría judaica a la que se aplicaba el reproche de usura, pero bastaba que fueron pocos para que el odio del poblacho pudiera ser atizado contra ellos en conjunto por vía de la generalización. Más allá – constata Ladero Quesada – los de los judíos representaban sólo la quinta parte de los arrendamientos. Sin embargo el pueblo lleno creía que los judíos formaban la mayoría absoluta en aquellos negocios de préstamos, recaudación o arrendamientos de impuestos y rentas. En cuanto al reproche de matar a Cristo, pensamiento que fue alimentado por los frailes mendicantes, cabe decir que se forzaron la idea de que Dios se ensañaría contra aquellos cristianos que tolerasen la presencia de los asesinas. Para aplacar a Dios habría que hacer que los judíos abandonasen su fe y obligarles a convertirse al cristianismo. Era fácil infundir miedo a las masas porque no existían otras fuentes de información y además estas parecían certeras. Los saqueos y las destrucciones de las aljamas junto con las ejecuciones arbitrarias acompañaron los sermones y la propaganda de los frailes mendicantes hasta 1391.[5] Como Joseph Pérez pone en relieve, el prestigio judío dependía del poder estable del gobierno y de la prosperidad del Estado. La existencia de esta última condicion ya fue negado por las consecuencias de la peste. También la crisis política estaba presente desde finales del siglo XIII. No sólo Alfonso XI sino también su hijo Pedro I se encontraban en una situación deliciosa con los nobles cuyos derechos fiscales y territoriales les quisieron restringir. Además, durante su reinado, no fueron capaces de impedir los desmanes cometidos por parte del populacho contra las aljamas. La crísis se agudizó aún más cuando el conde de Trastamara, Don Enrique, apoyado por Francia, desató en una guerra civil que acabó con el asesinato de Pedro I en 1369. Dichos reproches junto a las tensiones políticas culminaron en las matanzas de 1391. Después de la muerte del rey Juan I y un año antes de las matanzas, Enrique III, hijo del rey anterior, subió al trono dejando un vacío de poder que facilitó las fechorías que se realizaron. Así el arcediano de Écija, Fernán Martínez, famoso por sus campañas de sermones provocadores, lo tuvo facil con los judíos. Elegido como administrador de la diócesis era casi todopoderoso. En este año las comarcas del sur de Castilla y todo de Aragón fueron inundadas por una ola de violencia proveniente de Sevilla contra las comunidades judías en cuyo trascurso resultaron asesinadas - según el cronista Ayala - 4000 personas tan solo en la citada ciudad.[6] Las juderías de Valencia y de Barcelona fueron prácticamente extinguidas. Pero el fanatismo de unos clérigos no puede servir unicamente como razón para los excesos antijudíos. Más bien se ve en el antijudaísmo un medio ideológico para encubrir móviles socio-económicos. Los que no comparten la fe de la mayoria son responsables de la miseria que sufre la sociedad, así se pensaba. Como hubo entre la población judáica unos pocos prósperos, ésto daba pie para desvíar el odio social hacia el rico en un odio religioso hacia el no católico. Este acto de violencia desconocida hasta este momento en la historia de la peninsula, dejará aumentar la disposición de los judíos a convertirse, fuera falsa o sinceramente, para dar paso a más persecuciones.[7] Por parte de la Iglesia y las autoridades del Estado que no habían condenado el comportamiento de sus súbditos, las conversiones fueron apoyadas para disminuir el número de los judíos. Los que no se dejaban convencer les fueron sometidos a varias represiones. Por ejemplo tenían que llevar unos distintivos, evitar el contacto con cristianos y oír sermones en sus propias sinagogas. Indeleblemente vinculado con estas medidas opresivas está el nombre san Vicente Ferrer, teólogo de Valencia y enlazado directamente con el cardenal aragonés, Pedro de Luna, posteriormente también conocido como papa Benedicto XIII. Era evidente que su política ponía la mira en separar a los judíos del resto de la sociedad al hacerles vivir en barrios exclusivos rodeados por murallas y, además, removerlos de oficios acreditados como médico, boticario, arrendadores de tributos, herradores carpineros y muchos más. Apoyado por la reina doña Catalina que promulgó estas leyes, Ferrer hizo casi imposible dentro de un lapso de tiempo una vida de devoción devocionado a la ley de Moises. Único escape debería ser la renuncia de la fe judáica y la conversión a la fe cristiana. Durante la famosa Disputa de Tortosa en la Corona de Áragon en 1413, convocada por la iniciativa del papa Benedicto XIII., entre una asamblea clerical y los rabinos de Aragón y Cataluña, los antes mencionados fueron acusados de aceptar las mentiras del Talmud. Amenazados de esta tal manera no es raro que algunos de ellos mismos se convertieran. Como ya fue expuesto, no todas de las conversiones forzadas fueron por una convicción sincera bajo dichas represiones y – a pesar del bautismo consumido – la fe vieja fue mantenida a escondidas. Así los adversarios de los judíos habían creado entre 1391 y 1415 una cuarta clase de aproximadamente cien mil partidarios en la Penìnsula – la de los conversos o cristianonuevos.[8] El intento de asimilar a los súbditos que pertenecían a otra religión en vez de la oficial del catolicismo había fracasado.
[...]
[1] Perez, Joseph: Los judíos en España, Madrid, 2005, p. 111.
[2] Schwanitz, Dietrich: Todo lo que hay que saber, Frankfurt am Main, 1999, p. 83.
[3] Perez, Joseph, p. 107.
[4] Schwanitz, Dietrich, p. 84.
[5] Suárez, Luis: Los judíos. Barcelona, 2005, p. 389.
[6] Perez, Joseph, p. 395.
[7] Perez, Joseph, p. 128.
[8] Perez, Joseph, p. 138.
- Arbeit zitieren
- Manuel Müller (Autor:in), 2007, La Inquisición y la expulsión de los judíos en España - una reacción exagerada de los Reyes Católicos?, München, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/70191
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