En las siguientes páginas tengo recogidas, evaluadas y comentadas informaciones sobre los cuatro grupos de representantes que, según mi criterio, son los más significativos para el tema de este trabajo: los pícaros, las prostitutas, los mendigos y los gitanos. No me voy a referir a otros marginados que existían en aquella época (como por ejemplo los esclavos) con el propósito de evitar una superficialidad y para mantener cierta transparencia en el texto a fin de que su lectura pueda seguirse con más facilidad. Terminaré el trabajo con un capítulo sobre el lugar que era, para tantos de los recién llamados, “la última estación”, o por lo menos una constante en las vidas de aquellos: La Cárcel Real de Sevilla. Como hablaré de grupos que vivían al margen de la sociedad establecida, la pobreza, en cuanto término abstracto que caracteriza dichos grupos, va a ser tematizada repetidas veces a lo largo del texto.
Para formarse un concepto de los estratos sociales sevillanos en los siglos XVI y XVII, hay que considerar la heterogeneidad en la población que en esa ciudad era especialmente amplia y rica. A fines del siglo XV y de la época de la reconquista española, el país comenzó a convertirse en uno de los más prósperos de toda la Europa. A través de la conquista del Nuevo Mundo y de la explotación de los pueblos indígenas por parte de los españoles, el oro y la abundancia llegaban a las grandes ciudades del reino hispánico. Una de las ciudades que fue mayormente favorecida por las riquezas obtenidas de Latinoamérica, fue Sevilla.
Índice
I. Introducción
II. 1. La Picaresca
2. La Prostitución
3. La Mendicidad
4. La Gitanería
5. La Cárcel Real de Sevilla
III. Fuentes y recomendaciones
I. Introducción
El trabajo escrito que presento a continuación está dividido en seis capítulos. Las notas explicativas que aparecen en el texto, remiten a informaciones suplementarias o a fuentes utilizadas que se encontrarán al pie de la respectiva página. La numeración de dichas notas será continuamente consecutiva. Dentro del texto sólo mencionaré o los títulos de los libros a los que me refiero o los nombres de sus autores. Para saber todos los datos de esos libros, habrá que mirar la última página.
En las siguientes páginas tengo recogidas, evaluadas y comentadas informaciones sobre los cuatro grupos de representantes que, según mi criterio, son los más significativos para el tema de este trabajo: los pícaros, las prostitutas, los mendigos y los gitanos. No me voy a referir a otros marginados que existían en aquella época (como por ejemplo los esclavos) con el propósito de evitar una superficialidad y para mantener cierta transparencia en el texto a fin de que su lectura pueda seguirse con más facilidad. Terminaré el trabajo con un capítulo sobre el lugar que era, para tantos de los recién llamados, “la última estación”, o por lo menos una constante en las vidas de aquellos: La Cárcel Real de Sevilla. Como hablaré de grupos que vivían al margen de la sociedad establecida, la pobreza, en cuanto término abstracto que caracteriza dichos grupos, va a ser tematizada repetidas veces a lo largo del texto.
Para formarse un concepto de los estratos sociales sevillanos en los siglos XVI y XVII, hay que considerar la heterogeneidad en la población que en esa ciudad era especialmente amplia y rica. A fines del siglo XV y de la época de la reconquista española, el país comenzó a convertirse en uno de los más prósperos de toda la Europa. A través de la conquista del Nuevo Mundo y de la explotación de los pueblos indígenas por parte de los españoles, el oro y la abundancia llegaban a las grandes ciudades del reino hispánico. Una de las ciudades que fue mayormente favorecida por las riquezas obtenidas de Latinoamérica, fue Sevilla. En ese sitio La Casa de la Contratación organizaba todo el comercio entre el reino en Europa y el vicereino en América. Este ente controlaba el tráfico náutico en todos respectos, tanto en lo que se refería a las mercancías como a las personas. También recaudaban los impuestos y evaluaban los nuevos conocimientos geográficos sobre Suramérica. Así ocurrió, que Sevilla, rápidamente se convirtió en un centro del monopolio comercial entre los dos continentes.
Es bien comprensible, que, con la prosperidad creciente, la densidad demográfica también subiera – y con ella naturalmente la criminalidad también se elevó – ya que mucha gente fue atraída por el deseo de participar en ese desarrollo. Esta gente, en su mayoría, estaba compuesta de representantes de los estratos sociales más bajos, los que no tenían nada que perder – o por lo menos no mucho. Era, en general, gente con poca educación y sin perspectivas para una vida sustancialmente mejor. Por eso, muchos de ellos tendían a hallarse siempre al borde de la criminalidad. No siempre, pero siempre de nuevo, rebasaron este linde que hay entre legalidad e ilegalidad, cometiendo hurtos, robos u otras actividades delictivas para sostenerse. Había zonas dentro de la ciudad dominadas enteramente por el hampa, como por ejemplo Santa María, el Arenal y el campo de Tablada, de modo que el contemporáneo escritor Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) decía sobre Sevilla, que era “amparo de pobres y refugio de dechados, que en su grandeza no sólo caben los pequeños, pero no se echa de ver los grandes.”[1]
II. 1. La Picaresca
Podemos partir de la base de que la “fauna parasitaria que vivía a expensas de los demás a base de estafas, robos y asesinatos”[2], como describe Bennassar con respecto a otras ciudades españolas como Valladolid y Toledo, también existía en Sevilla. Sus representantes, los pícaros, se caracterizaban por la mezcla de diverso tipo de trabajo eventual dentro de las leyes y unos delitos ocasionales cuando no pudieran encontrar trabajo legal. Algo muy usual era el comercio con objetos recién robados. Los vendían en mercados públicos y de forma fraudulenta. Normalmente, se hurtaban sólo las cosas más necesarias para sobrevivir, es decir sin el propósito de enriquecerse. Tampoco la mayoría de los pícaros solía usar la violencia para llegar a esas cosas. Pero, es cierto, había también entre esta gente algunos que no se arredraban ante delitos más graves, como atracar a gente a mano armada hasta asesinos de encargo. En cuanto a lo último, hallamos un ejemplo en las Novelas Ejemplares de Cervantes, para ser preciso, en la novela corta Rinconete y Cortadillo, donde a uno de sus subalternos el señor Monipodio, en cuanto cabeza de la banda sevillana por antonomasia, le ha encomendado – y según parece, no lo ha hecho por vez primera – una “cuchillada de á catorce”[3] a un hombre a quien ni siquiera conoce. Queda evidente aquí la circunstancia de que casi toda la clientela del señor Monipodio y su comunidad de gente de mal vivir se compone de personas de la vida civil, o sea, de personas públicamente reconocidas y respetables como el caballero que les encarga diversos asesinatos.
Aunque los pícaros en su número pareciesen incoherentes y desorganizados – lo que, de hecho, eran – había convenios tácitos que cada uno tenía que respetar. Había dentro del hampa agrupaciones que tenían su propia jerarquía con sus respectivas cabezas de las cuales partía cierto control sobre los miembros, como hemos visto en Rinconete y Cortadillo. Cada uno tenía que cumplir un papel determinado, de lo que dependía todo el grupo. Cervantes en su narración nos describe con todo detalle la organización que se hallaba tras aquel mundo muy propio, con el señor Monipodio en cabeza de ese sistema de estructura mafiosa, que decía a cada uno de su banda qué hacer[4].
Estas estructuras mafiosas en esa banda, sin embargo, cumplían también una función social, al menos para los que pertenecían a ella. La palabra que Cervantes ha elegido para denominar la banda es “cofradía”. Este nombre implica la solidaridad que a muchos les daba nueva esperanza y que puede servir de explicación por qué tantos, que ya no tenían perspectivas algunas de trabajo legal, querían pertenecer a este conjunto donde podían encontrar a gente del mismo tipo.
Estaban tan aislados de la sociedad establecida que incluso tenían su propio lenguaje que era “la jerga de la germanía”, cuyo empleo constituía un signo de reconocimiento y de distinción entre los respectivos truhanes. Así, la taberna era “la ermita”, el bando de tortura era “el confesionario”, ser ahorcado era “casarse con la viuda”, al dinero se le llamaba “la sangre”, a la bolsa de monedas “la pelota” y Sevilla la denominaban “Babilonia”.
A los autoridades y a los clérigos no se les escapaba el hecho de que la delincuencia, debida a la miseria creciente entre los niveles sociales más bajos, se fuese desarrollando hacia un problema social considerablemente grave. Así iba amontonándose la literatura en torno a este tema, llena de intentos de acercarse a una solución posible del fenómeno. Pero no solamente reflexionaban sobre el camino a seguir para combatirlo sino también sobre si, después de todo, fuera aconsejable combatirlo. Por ejemplo desde el punto de vista eclesiástico se planteaba la cuestión por el porvenir de la caridad cristiana si ya no hubiese pobres algunos, y de allí se preguntaban si, cuando ya no hiciese falta la caridad para la sociedad, ¿qué pasaría entonces con sus almas después de la muerte? Como no lograron acabar del todo con la pobreza, tenían que intentar contenerla por lo menos. Parece seguro que en el siglo XVI ya se ocupaban del tema de los necesitados[5]. Hubo varios intentos de (re-)integrar a los pobres en la sociedad, como está descrito por B. Bennassar[6] en lo que concierne, entre otras cosas, a “la represión de la prostitución femenina” o “la previsión de la acogida y educación de los niños ‘expósitos’”. Fueron publicados diversos escritos que discutían esta temática como por ejemplo los Discursos para la protección de los verdaderos pobres, la eliminación de los simuladores, la fundación y el refugio de los pobres, redactados por el bachiller Cristóbal Pérez de Herrera en 1598[7].
Este fenómeno de la picaresca también hizo sentir su efecto en la literatura contemporánea. Así apareció en 1554 la primera novela picaresca Lázaro de Tormes, escrita por un autor anónimo. En ella encontramos descrito el proceso en el que un niño se convierte en un pillo a quien su madre ha dejado (el padre ya se murió) con un viejo ciego para que conviva con él y le ayude. Esta novela picaresca describe de manera ejemplar, por un lado, la vida de un pícaro en general. Por otra parte, el texto tematiza otro fenómeno social que en aquel tiempo surgió: la picaresca infantil, niños huérfanos o abandonados de los que muchos fueron depositados al nacer en la Casa Cuna de Sevilla. A continuación, esos niños en muchos casos comenzaron una vida en las calles sevillanas donde, después de un tiempo, caían en las manos de adultos delincuentes que los enseñaban en el arte de abrirse paso en el hampa. Unos de esos granujillas – los que tenían bastante coraje y eran listos – llegaron a independizarse de sus mentores, de forma que, a partir de entonces, podían guardarse todo lo que habían hurtado o pedido, sin tener que ceder cierta parte (normalmente una parte considerable) a los líderes de su banda, como lo tenían que hacer los que no trabajaban por su propia cuenta.
Aquí vemos una paradoja que siempre ha existido y sigue existiendo en las sociedades prósperas: la dualidad entre la riqueza y la pobreza. Las cifras que nos suministra Bennassar[8] lo aclaran. Incluso durante los Siglos de Oro – es decir, justamente en la época más próspera de la historia española – no sólo el número de mendigos, prostitutas y pícaros aumentó, sino también el de los niños abandonados y huérfanos. Según los estudios de Bennassar el promedio de tales niños en Sevilla entre 1613 y 1620 es de 231. En la década siguiente la situación empeoró más aún. Entonces la cifra alcanzó los 251 y aunque el número fue bajando durante los siguientes diez años, no bajó de los 239 niños sin tutela ni custodia familiar.
Pero la novela revela, además, otro aspecto en el que se expresa la pobreza con sus varias consecuencias. Que la madre decide a dar a su hijo a un viejo ciego porque teme no poder cuidar al niño como es debido, ya que vive de un sueldo miserable que gana como prostituta. Mediante este ejemplo literario podemos ver que la pobreza, en muchas ocasiones, obligó a los afectados a tomar decisiones tan inhumanas y contrarias a su propia voluntad – se veían forzados a decidir de esta manera por las circunstancias y la situación en la que se encontraban: sin perspectiva, sin un futuro mejor.
[...]
[1] Cervantes, Novelas Ejemplares (Coloquio entre Cipion y Berganza, los perros del hospital de la resurrección).
[2] Bennassar, La España del Siglo de Oro, p. 221.
[3] Cervantes, Novelas Ejemplares, p. 110.
[4] Para tener más informaciones sobre la organización que reinaba este submundo, véase también Bennassar, La España del Siglo de Oro, p. 223.
[5] compárese Rodríguez-San Pedro Bezares & Sánchez Lora, Los siglos XVI-XVII – cultura y vida social, p. 252-253 y Bennassar, La España del Siglo de Oro, p. 204: “Las obras son el ejercicio de la caridad; en la sociedad moderna la caridad necesita la pobreza.”
[6] Bennassar, La España del Siglo de Oro, p. 215.
[7] Íbidem, p. 203; véase también Fernández-Álvarez, La Sociedad Española en el Siglo de Oro, p. 185-186.
[8] Bennassar, La España del Siglo de Oro, p. 213.
- Arbeit zitieren
- Alexander Zuckschwerdt (Autor:in), 2006, Los bajos fondos sociales en la Sevilla del Siglo de Oro, München, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/60303
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