Una relectura del ya clásico "¿Qué es la Ilustración?" de Kant a la luz de sus reflexiones sobre la estructura y función histórico-política de la universidad. En el “Prologo” de El Conflicto de las Facultades, Kant expone algunos de sus pormenores ante el tribunal de censura de Federico Guillermo II, transcribiendo allí, incluso, la carta real (donde el monarca le exige no continuar “abusando de su filosofía para (...) profanar (...) la Sagrada Escritura”), así como su propia respuesta, en la que se compromete a no volver a tocar el tema religioso en sus escritos.
Dejando de lado la sutileza kantiana al comprometerse como “súbdito”, se podría comparar esta aparentemente excesiva complacencia de Kant frente a la exigencia del rey, con la única opción que, en "¿Qué es la Ilustración?", es ofrecida al “funcionario”: si éste no ve en la institución en la que sirve al menos falta de contradicción respecto de sus propias convicciones morales, debe renunciar a su cargo. De la misma manera, el filósofo, que en cuanto tal no puede optar ni por asentir ocultando su desacuerdo (y, por ende, falazmente, infringiendo la ley moral) ni por hacerlo libremente sin desobedecer la orden real (infringiendo indirectamente la ley moral, que manda obedecer al superior), sólo puede callar, como forma peculiar de renuncia.
I)
En el “Prologo” de El Conflicto de las Facultades (1798), Kant expone algunos de sus pormenores ante el tribunal de censura de Federico Guillermo II, transcribiendo allí, incluso, la carta real (donde el monarca le exige no continuar “abusando de su filosofía para (...) profanar (...) la Sagrada Escritura”), así como su propia respuesta, en la que se compromete a no volver a tocar el tema religioso en sus escritos. Dejando de lado la sutileza kantiana al comprometerse como “súbdito”, se podría comparar esta aparentemente excesiva complacencia de Kant frente a la exigencia del rey, con la única opción que, en ¿Qué es la Ilustración?, es ofrecida al “funcionario”: si éste no ve en la institución en la que sirve al menos falta de contradicción respecto de sus propias convicciones morales, debe renunciar a su cargo. De la misma manera, el filósofo, que en cuanto tal no puede optar ni por asentir ocultando su desacuerdo (y, por ende, falazmente, infringiendo la ley moral) ni por hacerlo libremente sin desobedecer la orden real (infringiendo indirectamente la ley moral, que manda obedecer al superior), sólo puede callar, como forma peculiar de renuncia.[1]
II)
Ya en el texto de El Conflicto entre las facultades, Kant propone una novedosa perspectiva para explicar la organización interna de la institución universitaria -que desde la Edad Media se venia definiendo según la importancia concedida a los distintos objetos de cada disciplina, más que por el interés estatal.
Respecto de las Facultades de Teología, Derecho y Medicina, podemos establecer estos tres caracteres generales:
A) Son, desde la perspectiva estatal, “superiores”, ya que producen funcionarios, es decir, mediadores entre la sociedad civil y el Estado, haciendo posible el dominio de éste sobre aquella.
B) Justamente por ello, estas Facultades carecen de libertad en su relación con el Estado, que necesita asegurar dicha producción y, a través de ella, su control del pueblo.
C) Finalmente, puesto que por ahora dejamos de lado la posibilidad de esos funcionarios de actuar (fuera del ámbito administrativo privado) como “doctos”, la práctica y la enseñanza de esas disciplinas son libres -aunque no inmunes- respecto de la filosofía.[2]
Por su parte, la Facultad de Filosofía es caracterizada en forma distinta, pudiendo oponer a los tres puntos anteriores, para caracterizar a ésta por contraste, los siguientes:
A) Ya que la Facultad de Filosofía no produce funcionarios que aseguren al Estado el correcto manejo de la sociedad civil, pero tampoco opositores “directos” a ese orden, sino “críticos” que se mueven en un ámbito distinto al privado, propio de la administración civil (es decir, que se mueven en el ámbito público[3] de la discusión racional escrita), esta Facultad es “inferior” a los ojos del Estado, poco importante.
B) Pero gracias a dicha inferioridad esta Facultad se ve, o debería verse, totalmente carente de restricciones estatales a su libertad en la búsqueda de la verdad.
C) Esta libertad se referiría, igualmente, a su relación con las otras Facultades, aunque esto sólo sea posible mientras la crítica filosófica se mantenga en su propio espacio, que es el espacio público ya mencionado[4].
III)
Según esta breve caracterización del funcionamiento de la universidad, podemos descubrir la enorme importancia que el autor de Königsberg concede a dicha institución, y dentro de ella a la disciplina filosófica. En efecto, podríamos pensar el siguiente proceso:
1) Filósofos, juristas, teólogos y médicos discuten racionalmente y por escrito (en forma erudita para no transgredir los límites de su propio ámbito), criticando libremente los ordenes dados, aunque obedeciéndolos (siendo ese atenerse al propio ámbito su forma de obedecer). Así, se cumplen las palabras puestas por Kant en boca de Federico II: “Razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!”[5].
2) La filosofía, que en esta discusión es parte, se presenta a su vez como juez: pues esta disciplina, que debe someterse como las demás[6] al tribunal de la razón, tiene la peculiaridad de que es en su propia práctica donde se encuentra ese tribunal. Así, al coincidir objeto de estudio y dictado de la razón, la filosofía es la última instancia de decisión ante cualquier conflicto interno al ámbito erudito, cuya resolución debe, en un principio, permanecer en dicho ámbito.
3) Puesto que los especialistas de otras disciplinas no pueden evitar, a la larga, reconocer el veredicto de la razón[7], es de suponer que, sin llevar las propuestas al sector privado (lo cual sólo provocaría confusión y, quizás, violencia, que amenazaría al orden jurídico que la razón exige respetar), propondrán al gobierno cambios “técnicos” que adecuen lo mas posible el orden establecido a las prerrogativas racionales[8].
4) Finalmente, ya sea a causa de la presión que el veredicto racional implica o de la conveniencia para la conducción del pueblo, es de esperar que el gobierno acepte los cambios propuestos[9].
[...]
[1] Según Kant, aunque de ninguna manera pueda justificarse racionalmente cualquier forma de dominación política, es decir, de ejercicio de poder, sí es posible justificar racionalmente la obediencia respecto de cualquiera de esas formas: si es un deber moral evitar la violencia y ello sólo es posible a través de la obediencia, la razón establece que se debe obedecer (y por ello no se acepta ningún derecho de revolución, aunque puedan verse con agrado las consecuencias de la Revolución Francesa). Pero, de todas maneras, como veremos mas adelante, lo que fundamenta (en este caso, la razón), en cuanto tal, no puede dejar de tener un terreno propio donde ejercer su libertad total respecto de aquello que es fundamentado (el orden político dado).
[2] Cfr. Le Conflict des facultés, París, 1955, pp. 18-25.
[3] Tomo, para las nociones de "público" y "privado", las acepciones que el mismo Kant establece para ellas en “¿Qué es la Ilustración?”:"Entiendo por uso público de la propia razón, el que alguien hace de ella, en cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de lectores. Llamo uso privado al empleo de la razón que se le permite al hombre dentro de un puesto civil o de una función que se le confía" (en KANT, I.: Filosofía de la historia, “¿Qué es la Ilustración?", Bs. As., 1968, p. 59).
[4] Cfr. Le Conflict, ed. cit., pp. 26-28.
[5] “Qué es la Ilustración?”, ed. cit. p. 59.
[6] Hago referencia aquí a la división que se establece en la misma disciplina filosófica, a saber, entre la "ciencia histórica" (ciencias empíricas, que hoy día caerían fuera de lo que llamamos filosofía) y las "ciencias racionales puras", siendo así que, en realidad, la filosofía crítica se corresponde, propiamente, con las ciencias puras, que deben mantenerse por ello, en parte, en el ámbito público para evitar el desorden civil. Cfr . Le Conflict, ed. cit., p. 27-28.
[7] Puesto que, en definitiva, ellos son también racionales, aunque sus funciones les obliguen en ciertos momentos a comportarse como “autómatas” al servicio del Estado.
[8] De hecho, estos cambios técnicos no pueden más que mejorar las condiciones políticas, pero nunca lograrían identificarlas a lo exigido por la Razón -pues dicha identificación, consistente en un orden totalmente moral, donde no sea ya necesaria la coacción externa, no es más que una idea regulativa. Esta idea de la razón es la versión moral (laica) del "reino de Dios en la tierra", de la que nos habla el filósofo de Königsberg en el fragm. 160 de la compilación de R. ARAMAYO, R., Kant, Barcelona, 1989.
[9] En realidad, al gobierno no le interesa en absoluto propiciar ese orden que sirva como móvil sensible de la moralidad, sino simplemente manejar correctamente (=eficazmente) al pueblo; y es deseable, según Kant, que ello ocurra así, pues de lo contrario el Estado se rebajaría y la filosofía se vería truncada en su autonomía (Cfr. Le conflict, ed. cit., pp. 14-17). A pesar de esto, y adelantándose a la "astucia de la razón" hegeliana, la "providencia" o "naturaleza" hace que este accionar sea propicio para el progreso hacia el fin moral del género humano (Cfr., para estas nociones de providencia y naturaleza, Idea de una Historia Universal en sentido Cosmopolita, 1784).
- Quote paper
- Pablo Gastón Cambeiro (Author), 2000, Kant, la filosofía como disciplina universitaria y el progreso pacífico de las sociedades, Munich, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/498183
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