¿Es posible el conocer en un mundo complejo y cambiante? ¿Puede hablarse del Conocimiento válido y universal (llámese ciencia) en una realidad pluricultural? ¿Qué implicaciones políticas tienen estas cuestiones?
Estos interrogantes constituyen el dilema al que nos enfrentamos. Es decir, esta investigación de carácter bibliográfico y teórico trata de dar cuenta del papel del conocimiento científico en un mundo integrado por diversas realidades o esferas culturales. El intento, quizás un tanto ambicioso, obliga a realizar un arduo trayecto.
Exordio
I. Introducción.
II.I Las Dos Culturas en Guerra: Science Wars.
II.II. Apuntes de Filosofía de la Ciencia hasta Thomas Samuel Kuhn.
II. III. La Sociología de la Ciencia Pre-Mertoniana.
III. El Historicismo de Thomas Samuel Kuhn.
IV. La Sociología de la Ciencia anterior a 1970.
IV.I. Las Tres Dicotomías del Análisis Sociológico de la Ciencia.
IV.II. Robert K. Merton y su Escuela.
V. Michael Mulkay.
V. I. Mulkay y la Sociología Interpretativa.
V.II. De Mulkay a las Nuevas Sociologías del Conocimiento.
V. III. Rasgos de la Nueva Sociología del Conocimiento Científico.
VI. El Programa Fuerte en la Sociología del Conocimiento Científico.
VI.I. Strong Programme.
VI. II. Las Aportaciones del Programa Fuerte.
VI.III. Crítica General al Programa Fuerte.
VII. EPOR y el Estudio de las Controversias Científicas.
VII.I. Empirical Programme of Relativism.
VII. II. Otros Autores en la Línea del EPOR.
VII. III. Críticas al Programa Empírico del Relativismo .
VIII. Estudios de Laboratorio.
VIII.I. Etnografía del Laboratorio.
VIII. II. Crítica a los Estudios de Laboratorio.
IX. Etnometodología en las Nuevas Sociologías del Conocimiento.
IX.I. El microanálisis etnometodológico.
IX. II. Las Influencias en la Etnometodología.
IX.III. Crítica a los Estudios Etnometodológicos de la Ciencia.
X. Análisis del Discurso y de la Reflexividad.
X. I. Ironías discursivas.
X. IV. Crítica al Análisis del Discurso y la Reflexividad.
XI. La Teoría Actor-Red.
XI.I. Semiótica, Actores, Redes y Poder.
XI. II. Ejemplos de la Aplicación de la Teoría Actor-Red.
XI. III. Híbridos, Monstruos, Heterogeneidad y Poder.
XI. IV. ANT: Hacia una Post-teoría Actor-Red.
XI. V. Crítica a la Teoría Actor-Red.
XII. Estudios Culturales Postmodernos.
XII. I. ¿Ciencia = Hombre, Blanco, Occidental, Burgués?.
XII. II. Postmodernismo, NSC y Antropología.
XII. III. Anti-Ciencia y Hermenéutica: El Neoromanticismo Postmoderno.
XIII. Los Frutos de la Política Postmoderna.
XIII.I. Las secuelas del nihilismo contemporáneo.
XIV. Conclusión de la Investigación.
XV. Bibliografía.
Exordio
Aconsejamos que el lector[a] se libere de los prejuicios del conformismo y no se pregunte, leyendo estas páginas, si el que las escribe es espiritualista, idealista, materialista o neopositivista, sino más bien un hombre que piensa y que puede ayudar a pensar. Fano (1968: 36).
¿Es posible el conocer en un mundo complejo y cambiante? ¿Puede hablarse del Conocimiento válido y universal (llámese ciencia) en una realidad pluricultural? O ¿deberíamos hablar de conocimientos contingentes y relativos a sociedades que conciben sus propios mundos según sus pautas cognitivas particulares? ¿Qué implicaciones políticas tienen estas cuestiones? Estos interrogantes constituyen el dilema al que nos enfrentamos. Es decir, esta investigación de carácter bibliográfico y teórico trata de dar cuenta del papel del conocimiento científico en un mundo integrado por diversas realidades o esferas culturales. El intento, quizás un tanto ambicioso, obliga a realizar un arduo trayecto.
Nuestra aproximación — desde un realismo crítico — defenderá no sólo la posibilidad sino también la necesidad de un conocimiento universalmente válido en dos planos fundamentales: en el plano cognitivo, porque es imprescindible para acceder a una comunicación intercultural próspera. En el plano político, porque es ineludible para lograr la emancipación legítima de todo grupo políticamente oprimido. Con este punto de partida trataré de mostrar cuatro ideas básicas y correlativas: (a) el conocimiento científico — una vez expurgado de cientificismos y neopositivismos extremos — sigue siendo adecuado para explicar los fenómenos e interrelaciones del mundo social y material (frente a opciones no científicas o anticientíficas). (b) Dado que es inmune a la crítica relativista y radical a la ciencia, la cual es por lo general errada. (c) Puesto que en el mejor de los casos enfatiza aspectos ideales de la cultura (lingüísticos, simbólicos, etc.) a costa de desestimar factores materiales y, en el peor de los casos, aboga por un irracionalismo de moda que se ha extendido, con bastante éxito, en ciertos ámbitos académicos y (d) este tipo de propuestas irracionalistas no sólo entorpece el estudio de los fenómenos culturales y materiales, sino que es política y moralmente dañino. La paradoja final, no obstante, será ineludible: “mientras la ciencia misma es consensual, la filosofía de la ciencia, de manera sumamente notable, no lo es” (Gellner 1995: 21; cf. Labinger 1995 a: 293).
¿Qué relevancia tiene esta temática para la Antropología actual? Considero que es doblemente pertinente para ésta: no sólo permea y recorre gran parte de los debates actualmente cardinales en las ciencias sociales sino que se relaciona con la crisis de identidad de las disciplinas científico-humanistas. En efecto, una disciplina cuyo objeto de estudio son las culturas no puede, ni debe, eludir la reflexión atenta y previa sobre la dualidad relativismo/universalismo, ni sobre el papel del conocimiento sui generis y el conocimiento científico. En segundo lugar, estas cuestiones importan porque tienen profundas implicaciones políticas, y buena prueba de ello se halla en la misma Guerra de las Ciencias, una amarga disputa intelectual de nuestro tiempo. En tercer lugar, porque nuestro interés por la epistemología, la ciencia y la antropología cognitiva creyó hallar allí, sin demasiado éxito, explicaciones genuinas a las relaciones entre cultura y conocimiento. En efecto, me vi forzado a realizar un viraje que tiene que ver con la naturaleza del proyecto y originó una investigación extensa, crítica y elocuente.
Precisamente, el trabajo es extenso porque resultó difícil sintetizar un dilatado devenir intelectual, así como su masiva producción literaria, sin caer en el nivel de la caricatura. La exploración me exigió incluir vestigios históricos, epistemológicos y críticos, sin los cuales el análisis permanecería oscuro. Además, la indagación exhaustiva responde a la voluntad de concluir un trabajo que no tendrá continuidad en nuestra investigación inmediata. Será esencialmente crítico porque era su objetivo manifiesto, pero también porque nuestra esperanza de hallar líneas para una antropología del conocimiento se vería frustrada y hallé, en cambio, una serie de ideas que, por lo general, no comparto. Con el tiempo, consideré más fructífero interpretar tales ideas como sintomáticas del estado de un sector de las humanidades y de las ciencias sociales. Será finalmente elocuente porque he intentado que los autores hablen por sí mismos.
Espero que este trabajo logre alentar un pensamiento crítico sobre el problema del conocimiento en la actualidad entre antropólogos y antropólogas. Y espero también mostrar la necesidad imperiosa de un regreso al debate racional o, al menos, razonable.
I. Introducción.
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La cronología del análisis será cíclica. Es decir, partiremos del momento presente con la Guerra de las Ciencias. Retrocederemos luego al pasado, explicando las bases filosóficas esenciales y algunos avatares que precedieron y originaron las corrientes principales de la sociología del conocimiento1. Finalmente, retomaremos la historia de una corriente, las Nuevas Sociologías del Conocimiento Científico (en adelante NSC), y recorreremos su evolución desde su génesis en los años 70 hasta la actualidad, cerrando así el ciclo. Con esta estrategia se pretende invitar al lector o lectora a surcar un camino significativo en sí mismo: un viaje a Ítaca si se desea, donde las profusas citas, las referencias y los eufemismos de los autores y sus críticos serán protagonistas.
Actualmente la Guerra de las Ciencias describe una importante polémica entre defensores de la ciencia y sus atacantes. El debate de fondo trata sobre la posibilidad del conocimiento (concretamente el científico) en un mundo complejo y pluricultural, pero se carga de significado político al enfrentar a dos grupos de académicos bastante diferenciados. La polémica, de hecho, es sintomática de una larga querella que le precede y es, por lo tanto, un efecto manifiesto de sus consecuencias2. En definitiva, el contexto de la Guerra (aunque acaeció fenómeno mediático) es incomprensible sin un examen retrospectivo de las corrientes (anti)sociológicas que promocionan y confluyen en el postmodernismo actual.
II.I Las Dos Culturas en Guerra: Science Wars.
Muéstrame un relativista a treinta mil pies de altura y te enseñaré a un hipócrita. Los aviones construidos de acuerdo a los principios científicos funcionan. Richard Dawkins.
Muéstrame una persona que niega que el diseño del avión es una actividad organizada altamente social y te mostraré a un irreconstruido objetivista. Sahra Franklin (1995: 173).
La obra del escritor y científico J. P. Snow Las dos culturas (1963), es para muchos una indudable premonición de lo que se ha venido a conocerse por the Science Wars. Este calificativo encarna un polémico duelo entre aproximaciones constructivistas y postmodernistas, por una parte, y defensores de la ciencia por la otra. El contexto bélico, a pesar de que afecta en cierta medida al mundo académico global, se centra en los Estados Unidos y parcialmente en ámbitos europeos. Snow describió, hace más de tres décadas, la creciente incomprensión o incluso la aversión entre intelectuales humanistas y científicos.
Esa total incomprensión da un sabor acientífico […] y propende, con una frecuencia mucho mayor de lo que admitimos, a volverse francamente anticientífico. Los sentimientos de un polo pasan a ser los anti-sentimientos del otro […] la mayor parte de los no científicos no poseen la menor noción de lo que es ese edificio [la estructura del universo físico]. Y aunque quisieran poseerla, les es imposible. Es como si, para una inmensa gama de experiencia intelectual, un grupo entero fuese duro de oído. Salvo que esta sordera no les viene por naturaleza, sino por formación, o mejor dicho, por falta de formación ([1977]: 21- 4).
Actualmente el sociólogo constructivista Gieryn (1999), otrora mertoniano3, expone de original modo el devenir del fenómeno. Su epílogo es interesante en sí mismo: explica que justo antes de publicar su último trabajo recibió una carta de un reputado filósofo de la ciencia solicitando colaboración como consejero editorial de una nueva serie de publicaciones — Science and Technology Studies. La carta expresaba lo siguiente: “Esperemos que esta serie ayude a elevar el nivel actual del debate sobre ciencia y tecnología, uniéndose a los estándares de racionalidad y al interés por las pruebas empíricas que caracterizan a la modernidad” by sticking to the standards of rationality and the concern for empirical tests that characterize modernity" (1999: 336).
Traducción: “Creemos que estará de nuestra parte en la guerra de las ciencias, del lado de la razón, el empirismo y de la verdad de la ciencia, y contra el postmodernismo, el relativismo y el constructivismo social radical” ¿Cómo podía responder? […] ¿De qué parte estoy respecto a la razón y el empirismo, el relativismo y el constructivismo?. El trabajo de las fronteras da su fruto amargo Translation: "We believe that you stand with us in the science wars, on the side of reason, empiricism, and truth of science, and against postmodernism, relativism, and radical social constructivism" How should I respond? [...] Where do I stand with respect to reason and empiricism, relativism and constructivism? [...] (Gieryn 1999: 336).
Gieryn, por supuesto, acaba aceptando la oferta. El panorama que ofrece la Guerra de las Ciencias es el siguiente:
Es muy sencillo ver formados a los científicos frente a aquellos que hacen historia, o sociología o estudios culturales de la ciencia, como es sencillo ver en la “ciencia” alineados [del lado de] la verdad, la razón y el empirismo contra el relativismo, el constructivismo y la ideología […] [pero] yo propongo “defensores de la ciencia” y “estudios sociales”, para referirme respectivamente a (a) aquellos que ven la ciencia bajo ataque y (b) a aquellos que examinan la ciencia como un fenómeno histórico, sociológico o cultural (It is too simple to see natural scientists lined up against those who do history or sociology or cultural studies of science, just as it is far too simple to see in "science" truth, reason, and empiricism lined up against relativism, constructivism, and ideology [...] [but] I propose "science defenders" and "science studies," to refer respectively to (a) those who see science under attack by (b) those who examine science as a historical, sociological, and cultural phenomenon.(1999: 349)
Pero ¿qué ocurre con aquellos/as que se muestran críticos al constructivismo sin ser en sí mismos científicos/as?. Gieryn cree que éstos son meros productos domesticados del discurso autoritativo de la ciencia.4 En definitiva, éste desvirtúa la disputa convirtiéndola en algo históricamente mundano (rasgo básico del constructivismo) lo cual (¿casualmente?) le permite aplicar su postmoderna concepción de fronteras epistémico-cartográficas:
[…] las guerras de las ciencias son contiendas por la credibilidad en las cuales los grupos rivales manipulan las fronteras de la ciencia para legitimar sus propias creencias acerca de la realidad y asegurar su propio conocimiento construyendo autoridad epistémica provisional que les proporcione influencia, prestigio y recursos materiales I do so because these science wars are credibility contests in which rival parties manipulate the boundaries of science in order to legitimate their beliefs about reality and secure for their knowledge making a provisional epistemic authority that carries with it influence, prestige, and material resources […] Lo que me interesa aquí es cómo la ciencia se construye retóricamente como un espacio cultural, una lucha pública por la credibilidad y una guerra por la legitimidad representativa. (1999: 337-40)
Para el constructivista, por lo tanto, la misma Guerra de las Ciencias es, invariablemente, un fenómeno sospechoso de ignominiosas intenciones (poder, autoridad, prestigio, interés, etc.). Quizá “los constructivistas tienen problemas en aceptar una postura en el medio (entre positivismo y constructivismo) porque creen que una vez acepten la influencia no social en la ciencia ya no habrá lugar para la sociología” (Cole 1992: 232).
Cronología de la Guerra de las Ciencias
Es probable que el orden aquí expuesto no sea absolutamente exacto, pues la disputa sigue candente y no existe por ahora, en nuestro conocimiento, una exposición sistemática de los hechos. Los propios autores involucrados discrepan en la sucesión de los hechos y esto dificulta todavía más su secuencia:
¨ La tensión entre ciencia y humanidades se remonta a la antigüedad (cf. O’Neill 1998). El rencor hacia la ciencia se halla en su mismo nacimiento. Aunque a partir del S. XVII la pugna se hace más evidente (Gross 1997), la historia de las ideas occidental muestra diversos y recurrentes movimientos anticientíficos en las distintas olas románticas (v. capítulo XII.III).
¨ Según Fujimura (1998) y Gieryn (1999), las obras de Gross y Levitt (1994) o Sokal y Bricmont (1997) inauguran el enfrentamiento tal y como hoy se conoce . Pero Snow sostenía que
De cuando en cuando solía encontrar uno a poetas que usaban deliberadamente expresiones científicas, y que las usaban mal; hubo una época en que la palabra ‘refracción’ proliferaba en verso con un sentido confuso y errátil, y en que el término ‘luz polarizada’ se usaba como si los escritores se hicieran la ilusión de que era una clase especialmente admirable de luz ([1977]: 26).
¨ Según el científico Theocharis (1997) el conflicto se remonta a la década de los 80. Turney, por entonces editor de ciencia de la London Times Higher Education Supplement, reporta el 8 de Enero de 1988 “Vitriol spilled in attack on science theory” respondiendo a “Where Sciencie Has Gone Wrong” (Nature, 329: 595-8, 1987). Antes incluso Gibbins presenta “Never mind the truth: research must pay off” (London Independent, Dec. 7, 1987: 15). Ninguna otra discusión se llevó a cabo. Pero si por aquel entonces se hubiesen unido a la crítica ciertos científicos, afirma Theocharis, los NSC no hubiesen crecido jamás tanto.
¨ El libro del físico y premio Nobel S. Weinberg Dreams of a Final Theory: The Search for the fundamental Laws of Nature (1992), dedica todo un capítulo a criticar el oscurantismo filosófico y la incomprensión de temas científicos. “Encontré [cierta literatura] escrita en una jerga tan impenetrable que sólo pude pensar que intentaba impresionar a aquellos que confunden la oscuridad con la profundidad” (Weinberg 1992: 168)5. Pero Weinberg será luego increpado por Richards y Ashmore (1996): “los SSK [Sociology of Scientific Knowledge] están bajo un nuevo ataque de los positivistas duros de pelar [ die-hard ] defensores de la ciencia y de su, hasta ahora, epistemológicamente privilegiada visión del mundo y su gente” (1996: 219).
¨ Wolpert The Unnatural Nature of Science: Why Science Does Not Make (Common) Sense (1993), representa otra obra clave. Allí señala:
Precisamente, porque creo que la sociología de la ciencia puede ser un área potencialmente valiosa no soy tan hostil a las estrafalarias afirmaciones que propaga […] existe toda el área de la relación de la ciencia con el público — la comprensión de la ciencia por parte del público, y la apreciación de los científicos de los intereses del público […] Uno esperaría hallar respuestas a esas cuestiones en la sociología de la ciencia. Desafortunadamente no es así (en Labinger 1995 b).
Y en otro lugar escribe:
Afortunadamente para la ciencia, tales afirmaciones filosóficas no tienen relevancia para ella y pueden ignorarse. Existen numerosos ‘estilos’ de hacer ciencia: la única constante es la necesidad de medir las ideas con el mundo (Wolpert 1993: xiii) (c.f. Labinger 1995 y Norris 1997).
¨ En 1994 el biólogo Gross y el matemático Levitt presentan Higher Superstition: The Academic Left and Its Quarrels with Science, una contundente crítica dirigida contra las actitudes anticientíficas propugnadas por académicos postmodernos: constructivistas sociales, teóricos culturales, africanistas, feministas, multiculturalistas y ecologistas radicales. La polémica estalla, sin embargo, cuando los autores amonestan políticamente a la corriente postmoderna, inculpándoles de profesar la ignorancia y de difundir la confusión. Entre las críticas más controvertidas se cuenta la hipótesis de que en el caso de haber una inversión de papeles académicos entre humanistas y científicos, la tarea sería mucho más sencilla para los últimos6
No puede afirmarse que la izquierda académica tenga una posición teórica bien definida con respecto a la ciencia — es demasiado diversa y conflictiva como para eso — pero existe una apreciable uniformidad del tono, y su tono es claramente hostil […] Más sorprendente, existe una abierta hostilidad hacia el contenido actual del conocimiento científico, que uno podría pensar que se considera universal entre la gente instruida, pues el conocimiento científico es razonablemente fiable y descansa en una firme metodología The academic left cannot be said to have a well-defined theoretical position with respect to science - it is far too diverse and internally contentious for that – but there is a noteworthy uniformity of tone, and that tone is unambiguously hostile. (2) (...) Most surprisingly, there is open hostility toward the actual content of scientific knowledge, which one might have supposed universal among educated people, that scientific knowledge is reasonably reliable and rests on a sound methodology. (1994: 2).
La motivación de la crítica, como expuso el mismo Levitt en Nature 7 , fue la proliferación de ideas constructivistas como que “la ciencia no es mejor en su justificación que otras disciplinas — por tanto es una especie de fraude ipso facto” (1995: 439).
La reacción de los constructivistas no es por lo general dialogante. O’Neil culpa a Gross y Levitt de leer incorrectamente: “extraen pasajes de contexto y acorralan a los pensadores en posiciones para atacarlos […] siendo lo más sorprendente su incapacidad de ser lógicos”8. Hayles, cómo Edge, les imputa “un sistemático patrón de incomprensión y citación incorrecta, una incapacidad por leer correctamente, un fracaso en aprehender el argumento principal, uso de fuentes oportunistas y sesgadas […] y abuso verbal antes que razón para desacreditar el trabajo de sus oponentes” (en Gieryn 1999: 352)9. Lynch ve esta obra como “una lectura de los textos severamente incompasiva que señala los errores fácticos, anotaciones tendenciosas y afirmaciones indignantes” (en Gieryn 1999: 353). Franklin acusa a los autores de sexistas (a pesar de las precauciones que estos toman de antemano). Martin (1996 b) considera que la técnica usada por los autores es aquella típica de la “anti-anti-ciencia”: (1) presentar la ciencia como unitaria, neutral y objetiva; (2) afirmar que la ciencia es agredida por movimientos ideológicos anticientíficos, y (3) llevar a cabo un ataque altamente selectivo contra los argumentos de la anticiencia. Pero Martin añade una serie de comentarios un tanto desafortunados que delatan, al fin y al cabo, el hecho de que se necesita algo más que retórica para ser convincente: “algunos de esos autores tienen un conocimiento pobre de la ciencia a nivel técnico, y ahí es donde Gross y Levitt más exponen” (Martin 1996 b: 165—6). “En otras palabras, se sienten libres de hacer generalizaciones acerca de la sociedad sin preocuparse por proporcionar pruebas, argumentos, estudios de la literatura, etc.” y “HigherSuperstition, más que un trabajo de crítica académica, sirve como una intervención política”(ibíd.: 169—70). Finalmente, “la deconstrucción en las ciencias sociales no debería preocupar a los científicos […] el peligro real es la deconstrucción material de los privilegios de un sector protegido” (ibíd. 170).
El trabajo de Gross y Levitt irrumpió como un proyectil en la academia. Sin embargo Harrell10, miembro de American Mathematical Society, agradece su labor, no por su apología científica sino porque asegura percibir ya los efectos perniciosos de ciertas ideas constructivistas (quizás distorsionadas) en la educación norteamericana.
- En 1994, se inaugura la exposición Science in American Life en el Museo Nacional de Historia Americana, Washington. Un año después, la Asociación de Química Americana desaprueba la representación que se hace de la ciencia — que enfatizaba factores negativos como la contaminación química, destrucción atómica, etc. — y criticó “el tono anticientífico de algunos directores y miembros de la junta [de la que el propio Gieryn formaba parte]” (Gieryn 1999: 338).
- Las conferencias de Durham (Diciembre de 1994) y Kansas (en 1997) logran congregar a científicos y NSC. Se lleva a cabo un “Science Peace Workshop” en Southampton, en julio de 1997 y Physic Today publica sendos intercambios entre el físico Mermin, y Pinch y Collins. El editorial de Nature demanda paz, e incluso Newsweek comenta la discusión entre un grupo de científicos de laboratorio e historiadores de la ciencia en Princeton.
- En la primavera de 1995 se lleva a cabo la conferencia “Flight From Science and Reason” en la Academia de las Ciencias de Nueva York. Congrega a un gran número de académicos e intelectuales de varias áreas del conocimiento, que analizan y critican numerosas aportaciones constructivistas y postmodernas. Todas estas aportaciones están disponibles en un volumen, de unas 600 páginas, que contiene aportaciones multidisciplinales de notables rigor y está editado por Gross, Levitt y Lewis (1996).
- En 1995 el químico Labinger (1995 a) propone en Social Studies of Science una colaboración entre científicos y NSC, con el fin de diseñar proyectos conjuntos para mejorar la práctica científica y supervisar su dirección tanto al nivel macro como micro. En la voluntad de Labinger subyace aquella idea primigenia de Snow, convencido de que “[un] punto de colisión de dos materiales, dos disciplinas, dos culturas — de dos galaxias, al extremo a que han llegado las cosas — tiene que producir posibilidades creativas” (1977: 26). Su propuesta, sin embargo, no supuso la colaboración esperada. Según Jasanoff — profesora del Departamento de Estudios de Ciencia y la Tecnología en Cornell University — “para llevar a cabo eso los científicos deberían reconsiderar su propio papel en la construcción del bestiario científico de Labinger. Después de todo, son los mismos científicos los que crean esas poderosas imágenes del laboratorio…” (1995: 317). Hakken — Profesor de Antropología en el Instituto de Tecnología de SUNY — considera que “su ceguera vanidosa es la razón principal por la cual Labinger fracasa en ver lo que los STS realmente ofrecen a la práctica diaria […] La visión de Labinger reproduce el típico y estrecho dualismo tecnocientífico […] no tengo ningún interés en ‘colaborar’ con proyectos […] mientras se denigra a otros escolares” (1995: 319). Keith — Profesor de Comunicación en la Universidad Estatal de Oregon — compara a Labinger con Gross, Levitt, Weinberg y otros críticos, y lo acusa de ignorancia e ingenuidad respecto a la NSC (1995: 322). Lynch — Profesor Senior de Ciencias Humanas en la Universidad de Brunel —se muestra receptivo aunque desconfiado: “no debemos ser incautos y pensar en acuerdos metafísicos acerca, por ejemplo, del papel de la naturaleza en la investigación científica” (1995: 328). Marks — Profesor de Historia de la Medicina de la John Hopkins University — cree que “los ejemplos de colaboración que propone Labinger sugieren su deseo de que los científicos sociales retornen al papel que un día tuvieron como consejeros o cortesanos de la Princesa Ciencia” (1995: 331). Pinch, en cambio, responde razonablemente: “nuestra responsabilidad fundamental sería no representar mal sus habilidades” y, en contrapartida, “los científicos también tienen responsabilidades hacia nosotros. La incomprensión de nuestro trabajo no ayuda a nadie […] parece que al final los científicos se preocupan más por la epistemología, que se supone que es nuestro fuerte, y nosotros nos preocupamos más por el detalle técnico — que se supone es su fuerte” (1995: 336).
- La réplica de Labinger (1995 b) subraya, no obstante, (1) la ausencia casi total de la opinión o participación del científico en la NSC; (2) su hostilidad hacia la ciencia y los científicos; (3) su relativismo. Lamenta éste también la omisión de la cuestión central de su artículo, el relativismo. Su conclusión final insiste en que son los datos del experimento lo que aclara, finalmente, en qué estriban los errores de la investigación: “¿Cuantas veces ha tenido Fuller u otros estudiosos de la ciencia esa estimulante experiencia?” (Labinger 1995 b: 346).
- En 1996, la revista de estudios culturales Social Text (editada por Ross y Robbins de Duke University Press) publica una edición especial titulada Science Wars, que incluye un desafortunado artículo con título “Transgressing Boundaries: Toward a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity” del físico de la Universidad de Nueva York, Alan Sokal. El artículo, de unas 31 páginas, contiene 109 notas a pie de página y más de 250 citas textuales y referencias rigurosamente exactas de autores (Bloor, Deleuze y Guattari, Derrida, Feyerabend, Haraway, Harding, Fox Keller, Lacan, Latour, Merchant, Merz y Knorr-Cetina, Pickering, Woolgar, Irigaray …). Su tesis fundamental mantiene que la gravedad cuántica tiene profundas implicaciones políticas ‘progresivas’. Mediante las propuestas filosóficas de Heisenberg y Bohr infiere que la física cuántica es totalmente consonante con la epistemología postmoderna. Su argumento — ensamblado mediante una incoherente retórica sobre la ‘no linealidad’, el ‘flujo’ y la ‘interconexión’; aliñado con trivialidades, referencias a novelas, fragmentos constructivistas de Aranowitz, oscuras citas de Derrida11 y afirmaciones injustificadas como que la teoría cuántica ha confirmado las especulaciones psicoanalíticas de Lacan…— concluye que la ciencia postmoderna ha abolido el concepto de realidad y que “para ser liberadora, la ciencia debe estar subordinada a estrategias políticas”:
se acepta que la “realidad” física, no menos que la “realidad” social, es en esencia un constructo lingüístico y social, que el “conocimiento” científico, lejos de ser objetivo, refleja y codifica las ideologías dominantes y las relaciones de poder de la cultura que las produce; que la verdad de la ciencia está inherentemente cargada teóricamente y auto-referencial; y consecuentemente que el discurso de la comunidad científica […] no puede reclamar un status epistemológico privilegiado con respecto a narrativas contra-hegemónicas physical “reality”, no less than social “reality”, is at bottom a social and linguistic construct; that scientific “knowledge”, far from being objective, reflects and encodes the dominant ideologies and power relations of the culture that produced it; that the truth claims of science are inherently theory—laden and self—referential; and consequently that the discourse of the scientific community […] cannot assert a privileged epistemological status with respect to counterhegemonic narratives […] (1998: 200).
Sin embargo, el propio Alan Sokal revela poco después en la revista Lingua Franca[12] que todo ha sido una parodia que tenía por objeto demostrar “el amiguismo, el declive de los estándares académicos, el pseudoradicalismo y la desenfrenada ininteligibilidad de los estudios culturales de la ciencia” (Sokal 1998: 338). Sokal enviaría luego una posdata a la revista Social Text. Obviamente, los editores se negaron a publicarla, aunque sería luego incluida en el segundo semestre de 1996 de la revista Dissent Nº 43 (Sokal 1998: 268-80). Sokal pretendía mostrar tres cosas con su parodia (the Sokal’s Hoax). Primero, manifestar el declive del nivel intelectual en ciertos ámbitos de las Humanidades norteamericanas mediante “un artículo plagado de sin sentidos que sonase bien y que fuese acorde a la ideología de la revista” (ibid). No cabe obviar aquí que la revista de estudios culturales S ocial Text la dirigen figuras como Jameson, Ross o Aranowitz. Segundo, su motivación sería también intelectual: “el problema con esas doctrinas es que son falsas (no sólo absurdas). Existe un mundo real, sus propiedades no son meras construcciones sociales y los hechos y pruebas importan. ¿Qué persona en su sano juicio podría sostener lo contrario? […] Gran parte de la teoría académica contemporánea consiste precisamente en intentar oscurecer esas verdades obvias” (Sokal, p. 3). Su tercera motivación fue política: “estoy furioso porque la mayor parte de esas (aunque no todas) bobadas surgen de los autoproclamados de izquierdas” (ibíd.). Sokal, considera que durante más de dos siglos la izquierda se ha identificado con la ciencia y ha estado opuesta al oscurantismo:13
[…] creímos que el pensamiento racional y el análisis de la realidad era un arma incisiva para combatir las mistificaciones promovidas por los poderosos. El giro reciente de muchos académicos humanistas ‘progresivos’ o de ‘izquierdas’ hacia un tipo u otro de relativismo epistemológico traiciona la valiosa herencia y el ya frágil modo de crítica social progresiva […] ¿Deberían no expertos tener algo que decir acerca de la metodología científica y la epistemología?. Tras siglos de racismo científico, sexismo científico y dominación científica de la naturaleza uno podría pensar que esta era una cuestión pertinente (p. 4).
El impacto del evento y su trascendencia fue notablemente mayor en USA que en Francia (Hacking 1999: 3). Pero lo sorprendente del caso, según Sokal (1998: 241 y passim), es que la cruda aserción defendida en su artículo, sin prueba alguna, no levantó sospecha alguna por parte de los editores de Social Text. La parodia de Sokal pone de manifiesto que en ciertos ámbitos académicos no se distingue lo veraz de lo falso, lo trivial de lo importante o el fraude de lo genuino. Lo trágico del tema, se lamentan algunos, es que tuviese que venir un físico para demostrar lo que muchos sospechaban14.
Aunque muchos analistas se escandalizaron de que Andrew Ross y los otros editores […] fuesen incapaces de reconocer la contribución de Sokal como una burla […] no hay razón obvia por la cual Ross y otros debieran haberlo rechazado, pues suena marcadamente similar a lo que se escribe en los estudios culturales (Fromm 1997.6001).
La reacción de los autores aludidos fue diversa. Derrida se pronuncia así: “Le pauvre Sokal” (Le Monde), y Kristeva considera que fue “Desinformación... un producto insignificante intelectual y políticamente” (Le Nouvel Observateur). La editorial15 de Social Text se manifestó condenando éticamente la acción de SOCAL. Justificaron su publicación por lo insólito de la aportación (de un físico): “lo interpretamos más como un acto de buena fe a animar que como un conjunto de argumentos con los que estuviésemos de acuerdo” (p.1). A pesar de que dicen coincidir con Sokal respecto a la crítica dirigida a la oscuridad del lenguaje, consideran que su actitud es digna de estudio y, nuevamente, que éste absorbió las críticas al nivel de la caricatura, pues niegan haber afirmado nunca que el mundo real no existiese.
Aranowitz16, co-editor de Social Text, alega que su revista es una aportación marxista de poca tirada sin vinculación alguna al constructivismo. Pero éste manifestaba poco antes de la parodia que ‘ni la lógica ni la matemática escapan de la contaminación de lo social’ [?]17. Según Sokal “el problema no es sólo que Aranowitz distorsiona nuestra posición, [sino] que gran parte de su ensayo está basado en crear y demoler argumentos falsos [ strawman arguments ]”. En contrapartida vuelve a aducir una cita de Aranowitz: “the ideal of domination informs all scientific inquiry [(Aranowitz)]…. ¿De veras?, ¿Desde la lepidopterología a la geología del plestoceno?” (Sokal). En su trabajo más popular Science as Power, Aranowitz defiende la tesis de que “la ciencia es un ‘conocimiento situado’, condicionado por las circunstancias históricas que lo engendraron y los patrones ideológicos y reflexivos de dominación y autoridad que prevalecen en la sociedad” (en Gross y Levitt 1994: 50). Además, “dedica un capítulo entero History and Philosophy of Modern Physics al tema. Este tratamiento es enormemente erróneo debido a la evidente ignorancia del autor sobre la particularidad del tema que trata” (ibíd. 51). En otra parte, “hace eco ingenuamente de que la visón de las cosas determinista y causal implícita en la física clásica ha sido irrevocablemente erosionada. Esto es simplemente falso” (ibíd. 52)
Según Robbins18, también co-editor de Social Text, “reconozco abiertamente lo que creo que [la parodia] prueba de nosotros: que cierta ignorancia científica y algo de ausencia reflexiva pudo combinarse con mucho entusiasmo por una postura política supuestamente aliada para producir un caso de ceguera temporal”. En el mismo artículo, pasando por alto una extendida confusión constructivista entre verdad y enunciado de verdad, Robbins afirma que “la verdad puede ser una fuente de opresión […] existe una necesidad real de una crítica construccionista y social al conocimiento”. Y Sokal19 responde: “¿Otra vez?, ¿Cómo puede la verdad oprimir a alguien? […] si la verdad estuviese de parte de la derecha no deberíamos — al menos aquellos honestos — convertirnos a la derecha?. Por mi parte, soy de izquierdas y feminista debido a las pruebas y a la lógica (junto con ética elemental) no a pesar de ellas” (p.1).
En su respuesta a Fish20 en el New York Times, Sokal recuerda las palabras de otro co-editor de la misma revista, Ross: “No niego que existan leyes de la gravedad. No obstante, no hay leyes en la naturaleza, sólo hay leyes en la sociedad. Las leyes son cosas que los hombres y mujeres construyen, y pueden cambiar”. Ross no afirma el tipo de constructivismo metafórico que todos, de un modo u otro, aceptan (las leyes como conceptos o representaciones humanas), sino el modo radical (y directamente falso) por el cual las leyes sobre el mundo (hechos) son construcciones (ideales) de las personas. Esto obedece, precisamente, a la definición de idealismo subjetivo (Bunge 1999): si las leyes de la naturaleza son construcciones sociales, según Ross, pueden cambiarse no sólo la representación sino las leyes mismas o hechos naturales. Ante el planteamiento, con sarcasmo, Sokal invita a cualquier constructivista sincero a cambiar la ley de la gravedad saltando por la ventana de su apartamento (un piso 21) (cf. Lett 1997: 47) .
Según Latour21 “un pequeño grupo de físicos, privados de su gran presupuesto en la Guerra Fría, busca ahora una nueva amenaza … otra Colombia, una ciudad de traficantes que produce drogas duras — derridium, lacanium — a las que los estudiantes americanos son incapaces de resistirse más de lo que se resisten al crack” (p. 1). Latour desdeña además a Social Text, pues considera que es una mala revista (¿por eso escriben Harding, Fuller, Martin, Rose, Winner, Nelkin, Traweek o Franklin?). Sin embargo, según Sokal “¡las partes más divertidas de mi artículo no las escribí yo! (sino los Maestros) […] y entre esos Maestros uno encuentra a Derrida y Lacan, Aranowitz y Haraway — pero también a nuestro modesto amigo ... Bruno Latour” (p. 1). Sokal no deja tampoco de notar que la ambigüedad de Latour es “muy útil en los debates: la interpretación radical puede ser usada para atraer a aquellos lectores sin experiencia en filosofía; la interpretación inocua puede ser usada como retirada cuando la falsedad obvia de la interpretación radical se expone (pero yo nunca dije eso …)” (ibíd.). (cf. Cole 1992)… Estas polémicas se sucederán en distintos medios de comunicación (internet, revistas, etc.).
- Dos colecciones refuerzan más la división de las facciones: Ross, co-editor de Social Text, lanza más tiradas del especial de 1996 Sciences Wars y, por otra parte, la filósofa feminista Koertge edita en 1998 A House Built on Sand: Flaws in Postmodern Accounts of Science, una crítica que cuenta con la colaboración de científicos y un gran elenco de humanistas.
- El 16 de Mayo de 1997, el Chronicle of Higher Education, presenta “The Science Wars Flare at the Institute for Advanced Study”. Allí se describe la oposición externa e interna a la admisión de Norton Wise (doble doctorado en física e historia de la ciencia) como profesor de la University of Princeton, debido a su apoyo a las NSC y pos su dudosa inclinación científica. Cabe subrayar que seis años antes se había desestimado la candidatura de Bruno Latour a la misma plaza y por las mismas razones.
- Sokal y el físico teórico belga Bricmont, de la Universidad de Lovaina, publican en 1997 Intelectual Impostures. Postmodern Philosophers’ Abuse of Science. Allí presentan y critican las tergiversaciones y el uso erróneo del conocimiento y jerga científica por parte de una serie de filósofos e intelectuales (postmodernos) franceses: Lacan, Kristeva, Irigaray, Deleuze y Guattari, Latour, Baudrillard o Virilio entre otros. La edición anglófona (1998) añade el mordaz artículo de Sokal “Transgressing Boundaries…” en el apéndice, y su epílogo contiene una serie de críticas al relativismo postmoderno.
Podría argüirse que los autores de los textos citados aquí no tienen un impacto real en la investigación, puesto que su falta de profesionalismo es bien sabida en los círculos académicos [aunque] los trabajos de Barnes-Bloor y Latour han tenido una innegable influencia en la sociología de la ciencia, si bien nunca han sido hegemónicos (Sokal y Bricmont1998: 93).
Las imposturas que señalan son: primero, la indiferencia, o desdén, por los hechos. Segundo, la indiferencia, o desdén, por la lógica. Tercero, la erudición científica superficial e irrelevante. Cuarto, el uso extendido de jerga aparentemente científica. Quinto, el uso indiscriminado y arbitrario de metáforas y analogías. Sexto, el estilo oscuro de exposición como signo de supuesta profundidad. Séptimo, abuso de generalizaciones arbitrarias. En suma, la pregunta crucial es: “¿surgen esos abusos de fraude consciente, se engañan a sí mismos, o es quizás una combinación de ambas?” (1998: 5).
Pero en la Guerra se hará pronto evidente que las “confrontaciones argumentativas con un alto tono emotivo pueden, de hecho, detener un debate antes que hacerlo avanzar […] este es precisamente cierto cuando el objetivo es (un miembro de) otra subcultura” (Nickles 1990: 636—7). Ciertamente, el término guerra sugiere un intercambio de ataques que merman seriamente el nivel intelectual. Collins, Pinch y Traweek, acusan a todos sus críticos científicos de fundamentalistas y sacerdotes e identifican su actitud como un retorno a la Inquisición. Collins, en concreto, denomina “perros guardianes” de la ciencia a Gross y Levitt. En otro lugar, con Pinch, afirma que la idea por la cual conocer más ciencia ayudaría al público a tomar decisiones más sensibles “se sitúa entre las mayores falacias de nuestro tiempo” (1993: 144). Para estos autores, los defensores de la ciencia se “esconden bajo mitos de creación, caza de brujas, y supresión [y] haciendo eso destruirán la fundación democrática de la ciencia que dicen adorar” (en Gieryn 1999: 352). El antropólogo Levine acusa a los científicos de apologetas y Ross (1994) dedica su libro a “todos los profesores de ciencia que nunca tuve. [Este libro] sólo podría haber sido escrito sin su ayuda” . Según Latour “son ahora los ‘sokalitas’ los que son anticientíficos […] contra la objetividad de la ciencia, contra la libertad intelectual […]” (en Gieryn 1999: 532). Gieryn cree que “los prominentes defensores muestran las sólidas credencias científicas (Gross es biólogo, Levitt matemático, Sokal físico) para negar la autoridad a los endebles [sociólogos]” (Gieryn 1999: 352). Pero esa es también una usanza común entre analistas de la ciencia con formación en ciencias duras (Haraway, Fox Keller, Pinch, Wise o incluso Kuhn). De hecho, Gieryn omite el hecho de que el artículo de Sokal fue aceptado en Social Text, precisamente, por su condición de físico.
A medida que avanza la contienda el argumento anticientífico se dirige a la economía. La socióloga Nelkin insinúa que la guerra de las ciencias implica el recorte de fondos federal destinado a la ciencia. Asimismo, Olson considera que el fin de la Edad de Oro para la investigación y el desarrollo, junto al cese de la Guerra Fría, representa una amenaza a corto plazo para la salud económica de la ciencia y la ingeniería, pues la física concretamente ha sido duramente golpeada. El antropólogo Levine considera pues que “la contra-agresión de los científicos hostiles al postmodernismo es seguramente la consecuencia de ese recorte económico que les duele” (en Gieryn 1999: 256). El filósofo Schweber, como Latour22, piensa que “parte de la razón de la participación [en la guerra de las ciencias] se debe a la marginalización post—guerra fría de los físicos en la academia y en la industria (ibíd. 1999: 357). Como nota B. Gross, ¿tiene sentido pensar que gente como el físico Weinberg critique a los estudios de la ciencia porque sus fondos iban a ser recortados?.
Pero al tiempo, cuando la pugna toca techo, todo parece cobrar un carácter teatral: ciertos autores suspenden su postura beligerante y se dedican a hacer llamamientos a la colaboración entre ambos frentes contra el recorte de presupuestos gubernamental (en Gieryn 1999: 359). Gieryn no sólo secunda esa opción sino que, paradójicamente, opina que los científicos deberían mostrarse agradecidos ante la propuesta:
los defensores de la ciencia también podrían beneficiarse de la prolongada guerra de las ciencias — incluso si alguno ‘pierde’. La imagen de la ciencia que los estudios construyen podría […] añadir todavía más legitimidad a la autoridad epistémica que la cultura de los científicos ostenta” (1999: 360).
Según Hayles, “el reto que los estudios culturales y sociales de la ciencia plantea al objetivismo debería hacer a la ciencia más fuerte, no más débil, clarificando sus conexiones con las complejidades de la vida humana situada y instantánea” (ibíd.. 361). La recapacitación parece motivada por la amenaza real de un recorte de fondos. Para Gieryn
The stakes for science studies may be more desperate: survival [...] last aboard, first to go. The judicious Schweber drop the other shoe in suggesting that [...] “current science wars and culture wars will make support for the humanities and the social sciences more difficult (1999: 358).
Según Collins “todo el timbre de la discusión ha sido útil y beneficioso”, pero “¿útil y productivo para qué, para quién?” (Gieryn 1999: 360). La metáfora bélica conveniente parece ser la de retirada. El pacto o la tregua constructivista establece que, en lo subsiguiente, la ciencia, los científicos y su cultura no serán ya vistos como elementos maléficos sino afables y, en contrapartida, “los estudios de la ciencia podrán ayudar a mostrar cómo la ciencia está implicada en la cultura, cómo la ciencia es cultura” (Gieryn 1999: 361). Un final demasiado feliz para una cadena de sucesos demasiado controvertida…
II.II. Apuntes de Filosofía de la Ciencia hasta Thomas Samuel Kuhn.
El problema del conocimiento, tan vigente en nuestros días, procede de un debate remoto de naturaleza filosófica. Debido a su longevidad es sencillo caer en ideas más o menos seductoras que se presentan como primicias cuando a menudo son un resonar, acaso actualizado, de viejas inquietudes (v. Searle 1999). Nuestro propósito inmediato, es presentar de modo muy general ciertas corrientes epistemológicas desde la Revolución Científica hasta Thomas S. Kuhn (1922-1996), con el fin de exponer las tesis primordiales en las que se basan las Nuevas Sociología de la Ciencia (NSC)23. Sin este recorrido el devenir de las NSC sería incomprensible.
Comenzaré definiendo la noción de ciencia porque son frecuentes las alusiones pero no tanto las definiciones. La ciencia, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, es un “conocimiento cierto de las cosas por sus principios y causas. Un cuerpo de doctrina metódicamente formado y ordenado, que constituye un ramo particular del saber humano” (1992: 472). La ciencia es un cuerpo de conocimiento, un sistema epistemológico, que se distingue de otros por su específico método de validación. Según Nader (1996) desde 1300 el término science hacía alusión al conocimiento sui generis. Entre 1600 y 1800 se detecta en Europa una ciencia amateur en comunidades científicas aisladas que intercambian ideas y generan una tímida publicación. Hasta 1700 no se diferencia entre conocimiento teórico y práctico, pero la idea del conocimiento científico como medio tecnológico para actuar en la naturaleza no surgirá hasta 1850, con la aplicación de la ciencia a la industria química. Entre 1800 y 1940 la ciencia se implanta en el sistema académico occidental, dando lugar al periodo profesional, y contrae fuertes vínculos con otras instituciones políticas e industriales (Torres 1994). La ciencia, por lo tanto, no implicó siempre fin pragmático o instrumental y analíticamente es conveniente distinguir entre ciencia como conocimiento teórico, método, institución o aplicación. La visión griega era ejemplar a este respecto porque, a pesar de su dilatado conocimiento matemático y geométrico, distinguía netamente entre ciencia (episteme) y tecnología (tejné). Lo primero era conocimiento puro y se enmarcaba en la bondad espiritual que ofrecía el conocimiento del cosmos, era placer por conocer. Lo segundo remitía a la función del conocimiento. La tecnología es mucho más antigua que la ciencia y puede surgir incluso en su ausencia (Vg. China). Persigue fines pragmáticos (cuyo efecto puede resultar beneficioso o nocivo) y su función podría entenderse originariamente como una prolongación, optimización o potenciación de las capacidades físicas24 (v. Leroi-Gourhan 1964; Ingold 1999).
La filosofía de la ciencia como campo de conocimiento sustantivo (antes se asociaba a la filosofía antigua en general) parte de la Revolución Científica en el siglo XVII (Loose 1972). Originariamente captó notable interés el método de carácter normativo, patente en Bacon (1561—1626) o en Descartes (1595—1650) y Newton (1642—1727), impulsores estos últimos del método axiomático en física. En el S. XVIII se dio empaque, en cambio, al punto de vista descriptivista. La filosofía de la ciencia posterior no recibirá nuevo impulso significativo hasta I. Kant (1724—1804), con su Crítica de la Razón Pura y su Fundamentos Metafísicos. A partir del S. XVIII aparecen ciertas líneas sucesivas y relacionadas:
- El neo—kantianismo de Cassier, o el pseudo—kantismo empirista de von Helmholtz. Aunque Kant respondía a los arquetipos ilustrados, su idealismo filosófico, su intuicionismo, su obstinación en los límites de la razón y su insistencia en negar el posible carácter científico de la psicología, darían paso al advenimiento de la filosofía romántica alemana (Bunge 1995: 156). Por lo tanto, ciertas ideas kantianas serán influyentes en el constructivismo social (Morris 1997; Hacking 1999).
- Según el convencionalismo de Poincaré, las hipótesis y teorías científicas son convenciones útiles antes que representaciones verdaderas (o falsas) de los hechos, al margen de que la verdad sea empíricamente comprobable. Esto entraña una forma de idealismo, dado que existen partes de las ciencias que no son empíricamente probables y son verdaderas. Defiende que las aserciones de la lógica y algunas leyes sobre el mundo son productos de la mente. No existen, para el convencionalista, ni los hechos ni la experiencia pura sobre ellos. En suma, no es la naturaleza la que produce los hechos sino que es la actividad del observador la que determina lo que es, o lo que no es, un hecho. Así, “las hipótesis, las leyes, las teorías, los conocimientos previos, así como el uso de los aparatos de medida y observación, son los que permiten al sujeto crear hechos” (Medina 1989: 20). La realidad, para el convencionalista, se construye mediante convenciones lógico-lingüísticas o, dicho de otro modo, los hechos se construyen mediante el lenguaje. Este rasgo lo recoge el positivismo del siglo XIX y XX y estará latente en el antirealismo ulterior (Papineau 1987).
- El instrumentalismo, con Duhem, sostiene que las hipótesis y teorías científicas son dispositivos de cálculo o herramientas útiles para la acción antes que representaciones veraces o falsas de la realidad. La elección de una teoría es una cuestión de convención o conveniencia práctica. Así, el pensamiento es un método de enfrentarse a las dificultades, una formulación de esquemas de acción directos y funcionales que tienen el fin de incrementar la experiencia y resolver problemas.
- El pragmatismo, cercano al anterior, concibe al hombre como ser práctico y de acción cuyo intelecto no le es dado para investigar y conocer la verdad pura, sino para orientarse en la realidad y actuar en la vida. Se opone a la especulación sobre cuestiones que no tienen aplicación práctica. Afirma que la verdad está relacionada con el tiempo, el lugar y el objeto de la investigación, siendo de valor tanto sus medios como sus fines. Destacan Peirce y James, Dewey, Canning, Schiller y Bergson.
- El empiro—criticismo de Mach desarrolla una epistemología centrada en la experiencia del sujeto. Aunque dice oponerse a la metafísica defiende el fenomenalismo, que es ya una metafísica subjetivista porque intenta producir una actividad de conocimiento empírico sin interferencias de componentes extraños al sujeto. Mach entendía el conocimiento como resultado de la actividad práctica de los hombres, el proceso de evolución de la especie a través de sus relaciones con la naturaleza. Insistió en que el conocimiento científico es antes conjetura que certidumbre — como hizo Duhem y asimiló luego Popper.
- El positivismo es el objetivo predilecto de la crítica actual, a pesar de que a menudo se confunde con realismo y materialismo porque también se oponen al oscurantismo (Bunge 1995). Tendrá vigencia hasta finales de la Segunda Guerra Mundial (1945) y reunirá, por una parte, al Círculo de Viena25, con Schlick, von Mises, Carnap y Neurath y, por la otra, al grupo de Berlín, donde se destaca Reichenbach por popularizar en 1953 el criterio de demarcación entre «contexto de descubrimiento» y «contexto de demostración» (o validación). Esto tendrá profundos efectos para la división profesional entre epistemólogos y sociólogos (Medina 1983, en Iranzo et al. 1996). Kolakoswi (1981) lista así los rasgos del positivismo: (1) regla de fenomenalismo, que rechaza la diferencia entre esencia y fenómeno; (2) regla del nominalismo, que veda la posibilidad de que lo general pueda aplicarse a lo particular; (3) negación de toda valía cognoscitiva de los juicios de valor y de los enunciados normativos; (4) fe en la unidad fundamental del método científico. Para Percy Cohen (1980) los rasgos son: (1) principio de demarcación, (2) el dogma de que las proposiciones metafísicas son disparatadas al no poder probarse y pretender, al contrario que las proposiciones lógicas y matemáticas, decir algo sustancial sobre el mundo; (3) el uso de estadística para establecer grados de corroboración de las proposiciones científicas; (4) la creencia de que la ciencia descansa sobre una base de proposiciones empíricas, enunciados protocolares, o datos sensoriales elementales y en sí mismos independientes de conceptos y teorías y (5) principio de conductivismo (en Medina 1989).
Tanto convencionalismo e instrumentalismo como positivismo, surgen a partir de la crisis de la física clásica (en parte debida a los problemas suscitados por el éter cósmico, la medición de la luz y la revisión de los conceptos de espacio y tiempo) (Medina 1989). Como han subrayado Cohen, Bunge (1992) o Morris (1997), una revisión de las diferentes filosofías (y ciencias sociales) demostraría que casi todas ellas están más impregnadas de positivismo de lo que sus defensores creen26. Hacking es todavía más concreto: “las raíces del constructivismo social se hallan en el mismo positivismo lógico que tantos constructivistas actuales dicen detestar” (1999: 43). Significativamente, en 1956 von Foester, cuando su tío Ludwig Wittgenstein publicaba las ideas que tanto han influido al pensamiento relativista, ya había comenzado a trasladarlos a la praxis científica. Y en 1958 Schrödinger enunció una tesis que años después vendrá a ser profesada: «toda imagen del mundo es y sigue siendo una construcción de la propia mente; su existencia no puede ser probada de otra forma» (Watzlawick y Krieg 1994: 11).
Estas corrientes, a la par con figuras como Herschel, Whewell, Jevons, Hertz, Campbell, Frege, Russell, Whitehead, Hilbert, el primer Wittgenstein27, etc., constituyen el fundamento de la filosofía de la ciencia hasta el S. XX, que da paso a una concepción axiomática de las teorías científicas que más adelante será conocida como la Concepción Heredada. Las críticas que se le imputan se dirigen a su noción esclereotizada de cálculo axiomático (se puede decir lo mismo de diversos modos o mediante recursos expresivos diversos), a su concepción teórica sincrónica y a su distinción entre nivel observacional y teórico. Con todo, gran parte de sus presupuestos subyacen en la epistemología contemporánea. Tras ésta la filosofía de la ciencia se bifurcará: de la facción historicista de los 60 surgen los Social Science Studies y de la otra parte, expurgada del exceso historicista de los 70 y 80, aparece la Concepción Semántica de las Teorías con Suppes, van Fraasen y Giere, Stegmüller, Moulines y Balzer, etc. (Diez y Moulines 1996: 20-30), que entiende las teorías como estructuras axiomatizadas y concibe la ciencia como programática, holista y diacrónica (Torres 1996: 3). El progreso científico para éstos no es una aproximación a la verdad, sino un criterio de análisis y reconstrucción de la evolución lógica de las redes teóricas que los científicos generan mediante sus investigaciones. No obstante Torres (1995) identifica, tras la Concepción Heredada y a partir del Simposio de Urbana, tres líneas: (a) la concepción estructural-semántica antes referida; (b) la línea con inspiración en Feyerabend y su «todo vale» y (c) una corriente que une a Lakatos y Laudan y asume que el desarrollo científico no está determinado por un método universal y ahistórico, ni por evidencia observacional neutra, ni por reglas unívocas de decisión.
La «visión estándar de la ciencia» comparte los siguientes presupuestos: (1) el mundo natural es real y objetivo; (2) sus características pueden ser representadas fielmente; (3) la ciencia debe dar cuenta de objetos, procesos y relaciones de los fenómenos naturales del mundo y (4) siendo su conocimiento válido, revela y encierra en sus proposiciones sistemáticas el carácter verdadero del mundo. El origen social del conocimiento es irrelevante para su contenido porque está determinado por la naturaleza del mismo mundo físico28 (Schapere 1967, en Mulkay 1976).
II. III. La Sociología de la Ciencia Pre-Mertoniana.
La sociología del conocimiento se inicia con Bacon e históricamente pasó por Marx, Pareto, Durkheim, Weber, Mannheim y otros (v. Medina 1989 y Lamo et al. 1994). Bunge (1991) cree, no obstante, que la sociología moderna del conocimiento no surge de Mannheim sino directamente de Marx y Engels y se elabora, posteriormente, a través de Durkheim, Weber, Scheler, Bernal y su círculo, Merton y algunos otros, siendo éste último núcleo de críticas posteriores por representar el último clásico no relativista ni constructivista que sigue una metodología científica. Las ideas de Marx y Engels que anuncian la sociología del conocimiento son:
(1) No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser social, sino que por el contrario, es su ser social lo que determina sus conciencias (Marx 1859).
(2) Sobre los distintos modos de propiedad, sobre las condiciones sociales de existencia, se erige una superestructura entera de diversos y distintos sentimientos, ilusiones, modos de pensar y de ver el mundo. La clase entera los crea y se forman fuera de sus fundaciones materiales y fuera de las relaciones sociales correspondientes. El individuo los deriva de la tradición y la educación (Marx 1852).
El marxismo entiende que la ciencia social está ideológicamente comprometida y fomenta los intereses materiales de una u otra clase, existiendo en los tiempos modernos ciencia social burguesa y proletaria. Marx pensó que mientras que la primera estaba llena de error e ilusión, producto de su ideología, la última era objetivamente verdadera porque, precisamente, el proletario representaba los intereses de la humanidad entera. Pero Marx no sólo fue realista (reconociendo, obviamente, la existencia de cosas reales al margen de la conciencia humana) sino que su visión científica fue esencialmente activa: conocer supone actuar en la realidad, aunque el conocimiento de la realidad esté mediado por la ideología. Por lo tanto, la praxis cognitiva marxista tendrá dos tareas cardinales: (1) la eliminación de tales obstáculos epistemológicos y (2) conocer la realidad externa mediante la implicación activa del sujeto en los procesos de la realidad que desea conocer. Así, “no es cierto entonces, tal y como la sociología del conocimiento clásica o las lecturas apresuradas de Marx han tratado de hacer, que el contexto sea el soberano en la actividad cognitiva y que el relativismo, el relacionismo o cualquier otro eufemismo que se nos ocurra, sea la única alternativa al escepticismo de Hume y Kant o a la metafísica idealizadora de la ciencia de los positivistas y sus sucesores” (Medina 1989: 156).
Durkheim notó la variación cultural de nociones como tiempo, espacio, contradicción, etc, pero siguió concibiendo una unicidad entre el mundo social y el físico así como la independencia del conocimiento científico respecto al contexto social. Éste pronto detectó la falacia genética29: el hecho de que toda idea tenga origen social no significa que su contenido también lo tenga.
From the fact that the ideas of time, space, class; cause or personality are constructed out of social elements, it is not necessary to conclude that they are devoid of all objective value. On the contrary, their social origin rather leads to the belief that they are not without foundation in the nature of things (1915: 19).
Hasta el siglo XIX los teóricos fueron reticentes a considerar la ciencia como objeto de la sociología del conocimiento. Con el tiempo, los sociólogos marxistas pensaron que la ciencia estaba estrechamente vinculada con la economía capitalista y la innovación tecnológica. Para éstos, la ciencia era una creación social y sus consecuencias y usos, así como la dirección de su desarrollo, sólo podían entenderse en relación con el contexto social más amplio. Su aplicación, dirección y crecimiento, que no los hechos objetivos del mundo natural, dependían de la ideología dominante: la burguesía (v. Hessen 1968, Rose y Rose 1976 y Lewontin et al. 1984). Mulkay resume así las ideas comunes de la sociología marxista: 1) la ciencia prospera en sociedades industriales y capitalistas donde los científicos se articulan en comunidades que regulan la producción del conocimiento científico, 2) aunque el foco de atención, el índice de crecimiento y el uso de la ciencia está condicionado fuertemente por factores sociales, su contenido permanece independiente de tales factores, y 3) las comunidades científicas poseen unas características sociales específicas, las cuales favorecen la generación de conocimiento objetivo (1976: 9-10).
Mannheim30 (1893—1947), conocido como el padre de la sociología del conocimiento, acuñó en Ideología y Utopía (1930) los términos de Wissenssoziologie y Denkstil (Bunge 1991: 525). A pesar de ser discípulo de Weber y de la influencia de Durkheim y Lukácks, no elaboró una teoría empírica. Entendió que el conocimiento científico se desarrollaba por la acumulación de conclusiones permanentemente válidas acerca del mundo físico:
Lo histórico y social de una idea sería sólo irrelevante para su validación ulterior en las condiciones temporales y sociales de su emergencia, no tendrían efectos en su contenido y forma. Si este es el caso, dados dos periodos en la historia del conocimiento humano serían sólo distinguidos el uno del otro por el hecho de que en el periodo más temprano ciertas cosas eran todavía desconocidas y todavía existían ciertos errores, los cuales serían corregidos a través del conocimiento posterior. Esta simple relación […] debe ser hasta gran punto apropiada para las ciencias exactas (Mannheim 1966: 271).
Are the existential factors in the social process merely of peripherical significance ... or do they penetrate into the ‘perspective’ of concrete particular assertions? ... The historical and social of an idea would only be irrelevant to its ultimate validity in the temporal and social conditions of its emergence had no effect on its content and form. If this is the case, any two periods in the history of human knowledge would only be distinguished from one another by the fact that in the earlier period certain things were still unknown and certain errors still existed which, through later knowledge were completely corrected. This simple relationship ... may to a large extent be appropriate for the exact sciences (1966: 271).
Su «perspectivismo» (según el cual ciertas ideas están situadas en contextos históricos y sociales) le disoció de la epistemología tradicional (según manifiesta en una carta dirigida a K. H. Wolff en 1946). Su Weltanschauung, o cosmovisión de grupo, conforma la ontología supuesta por cada grupo en su especulación sobre la naturaleza de lo real. Pensó, como Durkheim, que la creencia emerge en un contexto histórico concreto y que, como tal, es a fortiori susceptible de explicación sociológica (Medina 1989: 217). Mannheim insistió en trazar el compromiso teórico de los científicos desde los orígenes sociales (en vez de empíricos). Subrayó que las comunidades científicas se organizan entorno a ciertas teorías. Notó también que los desacuerdos teóricos son materia de conflicto grupal y, así, que lo que asumimos como conocimiento científico es un subproducto de procesos sociales (en Gergen 1999: 52). El legado central de Mannheim31 fue que sólo pueden alcanzarse verdades relativas y parciales. Pero, con todo, no negó el carácter objetivo de la ciencia, pues entendió que no dependía de condicionamientos sociales en sus formulaciones teóricas — pueden darse verdades relativas (no absolutas) y objetivas (no subjetivas). Su perspectivismo, que afirma que todo conocimiento de algo implica una perspectiva (espacial y temporal), no es incompatible con el realismo — si yo veo una silla, la veo obviamente desde un punto de vista y en un momento determinado (Searle 1999).
III. El Historicismo de Thomas Samuel Kuhn.
La escisión entre filosofía y sociología de la ciencia parte de los años 40, cuando convergen positivismo por una parte, y el progresivo descrédito e incapacidad de superar el relativismo de Mannheim y la demarcación de Reichenbach por la otra (Medina 1989: xii). La sociología del conocimiento científico, por lo tanto, no tiene sus pilares cognitivos reales en su incompatibilidad con la tradición mertoniana sino en la crítica epistemológica a la concepción heredada y al falsacionismo popperiano en los 60. Esto, sumado a una tendencia colateral emergente en los 70, la sociología interpretativa, acelera el ya por entonces veloz declinar del normativismo funcionalista. Su impacto más importante fue la sustitución de la idea de «ciencia como institución» por la de «ciencia como acción» (Torres 1994: 15).
En los 60 se da una indudable revolución en la comprensión del quehacer científico. Muchos autores coinciden en que la obra más contundente fue La Estructura de las Revoluciones Científicas (ERC), escrita en 1962 por el físico e historiador de la ciencia Thomas Samuel Kuhn. Algunos incluso afirman que la ERC es “el volumen construccionista más influyente del siglo” (Gergen 1999: 53). En cualquier caso este libro ha tenido la mayor resonancia en la historia de la ciencia (Weinberg 1998: 1). Es, en segundo lugar pero no por ello menos importante, la obra más citada en las humanidades en el periodo 1976-1983 según el Arts and Humanities Citation Index (Franklin 2000: 1). Su repercusión no es del todo extraña, primero porque una de las tesis más divulgadas de Kuhn será que las teorías científicas no son mejores que las humanistas y, segundo, porque su lectura es seductora y constituyó quizá una crítica legítima a posturas filosóficas un tanto vetustas32. Pero el giro de los 60 no se debe exclusivamente a la obra de Kuhn, sino también a la aportación de otros autores como Hanson, Phillips, Toulmin, Feyerabend (quien perseguía deliberadamente desenmascarar el carácter autoritario y dogmático de la ciencia33 ) o incluso Lakatos y Laudan, que criticarán el realismo popperiano y la ortodoxia normativista de la Concepción Heredada. Paralelamente emergían con vigor ideas relativistas de obras como las de Winch (1946) The Idea of a Social Science, en Inglaterra; Gurvitch (1966) The Social Framework of Knowledge en Francia, o Berger y Luckmann (1966) The Social Construction of Reality, en Estados Unidos, afines al contexto histórico de los 60.
La ERC recoge influencias diversas: del epidemiólogo Ludwick Fleck34 (1935), de las corrientes sociológicas en boga (estructural-funcionalismo, cuantitivismo, ‘ciencia de la ciencia’ de Price) y de Polany. Kuhn hará también acopio de ideas de Merton, aunque substituye “el análisis de la lógica y la metodología de la ciencia por el juicio del grupo que la practica […] desplazando epistemología por sociología” (Medina 1989: 162). Así, mediante la «corriente interaccional» (estudio de las actividades científicas junto a la estructura lógico-conceptual de la ciencia), Kuhn favoreció la apertura al escrutinio sociológico (Lamo et al. 1994: 515).
La originalidad de su obra consiste en que describe la historia de la ciencia como un proceso cíclico donde se alternan periodos de ciencia normal (en los que impera un paradigma o visión consensuada) y revolucionarios (tras la crisis del paradigma imperante) que originan un cambio de paradigma (Vg. de la física de Newton a la de Einstein). Su noción de revolución científica se aproxima a la de Gaston Bachelard, que identifica una ruptura epistemológica tras la cual la ciencia sería acumulativa. Pero Kuhn vio la historia de la ciencia como una sucesión de rupturas epistémicas (o discontinuidades profundas en la dimensión teórica) y, por lo tanto, el progreso científico como uno substitutivo y no acumulativo.
Los paradigmas kuhnianos comprenden un específico modo de teorizar y observar que originan concepciones (o modos de ver el mundo) en competencia o «inconmensurables» (Torres 1994: 180). Por lo tanto, las teorías científicas pueden sólo juzgarse desde una visión concreta que, a su vez, no posee privilegio sobre otro modo de ver el mundo, sea chamanismo, astrología o creacionismo (Weinberg 1998: 3). La transición de un paradigma a otro no puede juzgarse desde un estándar externo siendo aparentemente la cultura, antes que la naturaleza, la que dicta el contenido científico de las teorías. Esta visión diezma la idea de que la ciencia busca verdades, pues la verdad sería relativa al paradigma y al tiempo (pues el paradigma será sustituido tarde o temprano por otro paradigma venidero). Ahora bien, este enfoque permite también una doble lectura que fortalecería, en vez de debilitar, la visión tradicional de la ciencia como aproximación a la verdad. En efecto, los cambios paradigmáticos sugieren evolución antes que revolución, pues permite explicar retrospectivamente el por qué la vieja concepción resultó ser errónea. Asimismo, el lenguaje y los símbolos propios del antiguo paradigma no serían inconmensurables en la medida que puede explicarse, por ejemplo, la mecánica de Newton en sus propios términos a pesar de que fue substituida por la de Einstein (Weinberg 1998). Así, ¿qué es lo que cambia en un paradigma?. Obviamente no todo. Las teorías tienen partes duras y blandas. Mientras que las últimas varían, las primeras se consideran conocimiento asentado (cf. «core set» y «research frontier» de Cole 1992). Kuhn, consciente de aquello, elaboró luego la noción de «matriz disciplinar» subrayando que algunas partes cambian y otras no tanto.
Las tesis iniciales de Kuhn dieron lugar a toda suerte de argumentos radicales. Medina afirma, por ejemplo, que la comunidad científica que trabaja en un paradigma determina por acuerdo no sólo el vocabulario en común, sino el sentido de las palabras que usan. Este doble contexto – comunitario y social – conduce a reforzar la idea de limitación del discurso científico basado en lenguaje y sentidos convencionales difícilmente traducibles, con lo que toda la comparación entre teorías o entre contenidos de verdad de las mismas será una comparación precaria35 (1989: 173).
A sólo un paso, notó Shapere (1967), podría afirmarse que si el significado de las aserciones particulares depende del esquema de creencias total, cada científico estaría atrapado en su propia red de significados (y esto sería un disparate) the meaning of particular assertions depends on the whole framework of belief, each scientist must be “trapped in his own web of meanings”. Pero Medina tampoco hace justicia al innegable progreso cognitivo de la ciencia teórica y aplicada. En contrapartida, no sólo sugiere la incapacidad de elección racional entre teorías en competencia sino que reduce la historia de la ciencia a mera sucesión de puntos de vista. Esta visión kuhniana del progreso “tiende a promover el plácido supuesto de que el cambio de paradigma viene dado no por mejor explicación que el aburrimiento con el viejo paradigma” (Norris 1997: 3 y 68), cuando precisamente el progreso consiste en “nuestra capacidad de explicar dónde fallaron las viejas teorías y dónde el estado actual del conocimiento ofrece un medio de conceptualización más exacto, riguroso y adecuado” (ibíd.). Las teorías en competencia son evaluables y mensurables si parten de los mismos principios referenciales y, según Lakatos, el nuevo paradigma generalmente supera las crisis originadas por una revolución científica (en Loose 1972).
En fin, todo esto muestra que el relativismo radical se alimentó en no pocas ocasiones de ponderar los matices y exagerar las dificultades. ‘Que la traducción no se ajuste totalmente ’ se convertirá pronto en “la comparación es precaria o imposible”; cuando ocurre que, primero, desde una visión tradicional del significado, la posibilidad de traducción implica la falsedad del relativismo, y la verdad del relativismo la imposibilidad de la traducción (Newton-Smith 1982: 15). Segundo, la insistencia contemporánea en el contexto y variabilidad de los significados como leitmotiv de la inconmensurabilidad es tan infructífera como el anhelado lenguaje neutro positivista. Lo sorprendente del caso es que tal implacable escepticismo no cuestionó internamente, cuando debió hacerlo, nociones como paradigma. La idea de paradigma no sólo se ha tomado como algo dogmático sino que fue formulada de modo tan ambiguo que Masterman halló nada menos que 21 significados distintos36. En fin, compárese esto con la noción de masa en la teoría especial de la relatividad y en la mecánica newtoniana. Si la inconmensurabilidad y los sesgos subjetivos fuesen realmente tan influyentes ¿qué hacen los físicos que topan cotidianamente con esa problemática?. Los físicos, no encuentran dificultad en comparar, enseñar y mostrar que la mecánica newtoniana permite ser pensada como un caso especial de la de Einstein. Y cuando éstas teorías entran en conflicto en la ciencia moderna, siempre existen modos de realizar experimentos que en principio las distinguen […] Existen, de hecho, ejemplos que muestran justo lo contrario de lo que afirma Kuhn (Wolpert 1993: 93—94).
Kuhn, al prestar atención al carácter adquirido de los conocimientos científicos, a la sociabilidad del proceso cognitivo científico, a los valores y a la autoridad, potenció el escepticismo, dispersó irracionalismo (v. Franklin 2000) y revivió el viejo nominalismo (Hacking 1999: 90). Con todo, su insistencia en lo social no le condujo a negar la posibilidad del conocimiento ni a defender constructivismo social alguno, del que se distanció explícitamente en obras posteriores a 1962. Como lamenta el sociólogo constructivista Trevor Pinch:
En los escritos de Kuhn posteriores a la ERC rechaza las implicaciones relativistas de su posición y afirma creer en el progreso científico […] Tendió hacia lo que denomino ‘un realismo laisser-faire’ […] En los últimos análisis se contenta con dejar las raíces del conocimiento científico en el mundo real (Naturaleza), compartiendo así la postura epistemológica mantenida por la mayoría de científicos (1997: 477).
Dada la gran influencia de Kuhn en las NSC, subrayaré dos puntos. Primero, su obra ha sido objeto de tergiversación en muchas ocasiones. Como bien señala Norris, “no es necesario decir — al menos para aquellos que han leído (a diferencia de los que han leído sobre) Kuhn — que uno no puede culpar a Kuhn de algunas de las más atroces doctrinas propuestas en su nombre”37 (1997: 87). En efecto, éste acabó cediendo a la noción de «comunicación parcial» por la cual se evitan los efectos de planteamientos radicales (Musgrave y Lakatos 1970). Y segundo, todo esto no hubiese ocurrido si sus ideas hubiesen sido más claras pues, como nota Franklin, “[…] el éxito de Kuhn depende de ciertas ambigüedades” (2000: 4). Detengámonos, por ejemplo, en su quizás menos popular artículo editado en Crombie (1963), donde hallamos: “si los resultados [del experimento] aparecen rápido, muy bien. Si no, [el investigador] luchará con sus aparatos y ecuaciones hasta que si es posible se produzcan los resultados que conforman el tipo de patrón que él ha previsto desde el principio”38.
La idea no es precisamente diáfana: ¿significa que el científico realiza el experimento hasta que, si es posible, aparezca el resultado esperado? o ¿significa que el científico manipula e impone a los aparatos su patrón previo al resultado?. Mientras que lo primero indica tesón profesional, lo segundo obedece a un gran instrumentalismo y, entre tanto, el papel que la realidad juega se obvia apropiadamente. Pocas líneas después Kuhn toma la metáfora de Wittgenstein y presenta a un científico ‘indoctrinado’ por un ‘casi-dogma científico’:
La educación científica inculca lo que la comunidad científica ha ganado previamente con dificultad – un profundo compromiso con un particular modo de ver el mundo y de practicar la ciencia en él […] usualmente el científico resuelve rompecabezas como el jugador de ajedrez, y el compromiso inducido por la educación es lo que le proporciona las reglas del juego que se usan en su tiempo (ibíd. 82; énfasis añadido). Scientific education inculcates what the scientific community had previously with difficulty gained — a deep commitment to a particular way of viewing the world and practising science in it […] That commitment can be replaced by another but it cannot be merely given up […] normally the scientist is a puzzle—solver like the chess player, and the commitment induced by education in what provides him with the rules of the game being played in his time (ibid. 82; énfasis añadido).
Conjugar inculcación de valores (adoctrinar mediante un casi-dogma) con conocimiento probado es por lo menos confuso. Lo que se ha ganado con dificultad no es “un compromiso con un modo particular de ver el mundo”, sino el establecimiento de un conocimiento más o menos válido (sobre y del mundo) que aumenta eliminando error. Un conocimiento susceptible de ser comprobable y replicable por cualquier comunidad u observador independiente (Alcock 1996: 74). Ese modo particular de ver el mundo (llamado ciencia) es pragmáticamente más efectivo que otros. Así, la metáfora de las «reglas del juego» wittgensteiniana resulta desafortunada, porque no sólo crea la apariencia de que la ciencia se compone de esas reglas (¿cuáles son?), sino que se considera que en ella coexisten reglas de juego diversas e inconmensurables (psicología, física, matemáticas, etc.) o, incluso, que el juego de la ciencia es análogo al de la religión. Feyerabend39 popularizó la última idea con éxito, pues resuena hoy con vigor:
“hablar de átomos” es muy útil si se “juega a física” y se llevan a cabo experimentos en fisión. Igualmente, podemos decir correctamente que la gente tiene almas, si están participando en una forma de vida que llamamos religión. La existencia de átomos no es ni más ni menos cierta que la existencia de almas en cualquier sentido universal; cada uno existe dentro de una forma de vida (Gergen 1999: 37).
Kuhn concibe la ciencia como una actividad fundamentalmente pragmática (resolución de rompecabezas y reglas de juego), pero “el quehacer científico supone trabajar mucho para encontrar tan sólo una solución posible” (Wolpert 1993) y en ocasiones ninguna. El cuadro de la ciencia de Kuhn tomado literalmente es un insólito juego, pues no se menciona que es ante todo el producto de un largo proceso post facto de acumulación histórica de procedimientos efectivos, comprobables y replicables. Pero Kuhn insiste:
En las ciencias la mayoría de los descubrimientos son hechos inesperados y las innovaciones fundamentales de la teoría son respuestas a una ruptura de las reglas del juego previamente establecido. Por lo tanto, aunque el compromiso casi dogmático es, por una parte, una fuente de resistencia y controversia, es también instrumental, pues hace de la ciencia la actividad humana más consistentemente revolucionaria In the sciences most discoveries of unexpected fact and all fundamental innovation of theory are responses to a prior breakdown in the rules of the previously established game. Therefore, though a quasi—dogmatic commitment is, on the one hand, a source of resistance and controversy, it is also instrumental in making the sciences the most consistently revolutionary of all human activities (ibíd. 82—82).
[...]
1 V. una útil síntesis en Lamo de Espinosa, E., González García, J. M. y Torres Albero, C. (1994) La Sociología del Conocimiento y de la Ciencia. Alianza Universidad Textos, Madrid.
2 Y que ha recibido seguramente distintos nombres, tales como racionalismo versus irracionalismo, idealismo versus materialismo o cientificismo versus metafísica.
3 Gieryn, en 1982, sostenía que las aportaciones de la NSC eran un retroceso; criticó la insistencia en lo social, pues “el mundo no habla por sí mismo pero sí puede replicar cuando se le habla”… Pero los tiempos cambian y también las ideologías en boga. En la actualidad confiesa: “I went there a Mertonian, and left ... something more. Steve Woolgar recognized my inchoate babbling as “boundary-work”, and Karin Knorr Cetina helped me to find my own way (so did Sal Restivo)” (Gieryn 1999: xiii). La conversión es evidente.
4 ¿Son Bacon, Weinberg, Gellner, Chomsky, Bunge, Norris, Eagleton, Marx … productos domesticados?.
5 Aquí no parece influir el hecho de que Weinberg sea científico y no filósofo, pues análogamente los escritos de Adorno le parecían a Popper tan faltos de sencillez, claridad y modestia que abortaban la posibilidad de discusión seria. Concretamente, los consideró ejercicios de trivialidad acompañados de lenguaje grandilocuente (Popper 1997, 80). Respecto a sus escritos sobre epistemología y filosofía considera que “podrían calificarse de mero charlatanismo” (1997, 84) (en Otero 1999).
6 “Si dejamos a un lado la cultura científica, el resto de los intelectuales de occidente no han intentado, deseado, ni podido nunca comprender la revolución industrial, y mucho menos aceptarla. Los intelectuales, y especialmente lo literarios, son luditas por antonomasia” (Snow 1977: 32).
7 Macilwain, C.“Science and reason’ forum finds enemies all around”, Nature. Vol 375, 8 june 1995.
8 Basil O’Neil “Here Be Dragons”, Time Higher Education Supplement, July 1, 1994: 23.
9 “Consolidating the Canon” 248.
10 Disponible en
http: // www.astro.queensu.ca/~bworth/Reason/Sokal/Commentary/evans_m_harrell.html
11 “The Einsteinian constant is not a constant, is not a center. It is the very concept of variability - it is, finally, the concept of the game. In other words, it is not the concept of some thing…” (Derrida, en Sokal 1998: 209).
12 Disponible en:
http: //www.astro.queensu.ca/~bworth/Reason/Sokal/Papers/lingua_franca_v4.html. Ver resumen en: http: //skeptic.com/sokal.htm
13 El filósofo marxista Luckács, hace unos 40 años, en “El Asalto a la Razón”, denuncia el irracionalismo filosófico (desde Schelling a Heidegger, pasando por Nietszche, Dilthey, Jaspers o Weber) como la estrategia ideológica reaccionaria de la burguesía en contra del marxismo y el avance incontenible del comunismo soviético (Otero 1999).
14 Fue noticia en New York Times, International Herald Tribune, the [London] Observer, Le Monde…
15 Robbins y Ross “Response to the Sokal Hoax” Social Text ed., disponible en:
http: //www.astro.queensu.ca/~bworth/Reason/Sokal/Response/scotext_o_sokal.html
16 Aranowitz, Stanley “Alan Sokal’s ‘Transgression”, Dissent, winter 1997, p. 107-110, disponible en:
http: //www.astro.queensu.ca /~bworth/Reason/Sokal/Response/aranowitz.html. Para una crítica profunda a Aranowitz ver Gross y Levitt (1994: y passim) y Sokal y Bricmont (1998: 242-3).
17 http: //www.astro.queensu.ca /~bworth/Reason/Sokal/Response/sokal_reply_to_aranowitz.html
18 Robbins, Bruce “Anatomy of the Hoax”, Tikkun, Setember/October 1996, pp.58-59, disponible en:
http: //www.astro.queensu.ca/~bworth/Reason/Sokal/Response/robbins_tikkun.html
19 Sokal, Alan “Truth or Consequences: A Brief Response to Robbins” Tikkum, Nov.-Dec. 1996, p. 58
En http: //www.astro.queensu.ca /~bworth/Reason/Sokal/Response/sokal_tikkun.html
20 Disponible en:
http: //www.astro.queensu.ca/~bworth/Reason/Sokal/Response/sokal_tikkun.html
21 Sokal, A “Professor Latour Philosophical Mystifications”, disponible en
http: //www.astro.queensu.ca /~bworth/Reason/Sokal/Response/sokal_on_latour.html
22 Sokal en http//: www.astro.queensu.ca/~bworth /Reason/Sokal/Response/sokal_on_latour.html
23 Usaré las siglas NSC para designar a las nuevas sociologías y/o estudios sociales de la ciencia de tendencia constructivista en general — aquella que entiende el contenido cognitivo susceptible de análisis sociológico y aboga por algún modo de antirealismo.
24 Leroi-Gourhan concibe los instrumentos (y la tecnología por extensión) como una secreción del cuerpo y el cerebro humano (1964: 91).
25 Sorell identifica en esta escuela los rasgos de cientificismo: 1) la ciencia es unificada, 2) no tiene límites, 3) es exitosa en predicción, explicación y control, 4) sus métodos confieren objetividad a sus resultados, y 5) es beneficiosa (1991: 4).
26 Pero cobija además filosofías más anticuadas: como el nominalismo, conocido desde 1492.
27 Ludwig Wittgenstein es el gran exponente de la filosofía analítica. Su obra distingue dos épocas: en su Tractatus, influyente en el positivismo, concibió la filosofía como la empresa de clarificación lógica de las ideas, y entendió el lenguaje compuesto de proposiciones complejas analizables en proposiciones más sencillas que diesen lugar a una formulación simple o elemental. Lo anterior valía igualmente para los hechos y, consecuentemente, el mundo lo entendió como la totalidad de esos hechos. Wittgenstein pensó que las proposiciones que representan hechos (la ciencia) eran cognitivamente significativas, mientras que las éticas y metafísicas no. En su segunda etapa, Investigaciones filosóficas, se distancia de lo anterior, viendo a la la filosofía como un análisis conceptual o lingüístico. Concluyó que las palabras son herramientas que cumplen diversas funciones: algunas se utilizan para representar hechos, otras para ordenar, interrogar, orar, agradecer, etc. Esto le condujo a la noción de juego del lenguaje y a la conclusión de que la gente interpreta diferentes juegos de lenguaje según el contexto. La crítica aquí contenida se referirá al segundo Wittgenstein.
28 Daré por sentado (como indica el postmodernismo y han señalado antes el marxismo, el materialismo cultural y la sociología mannheimiana) que la ciencia es un producto de la cultura.
29 Significa desacreditar una idea según su origen o juzgarla en base a sus defensores o detractores y no a sus propios méritos.
30 Mientras vivió en Alemania mantuvo una postura relativista (el conocimiento debe incluir percepciones y creencias subjetivas y, por lo tanto, toda verdad tiene que estar relacionada con los valores y el estatus social de la persona que la defiende). En 1933, tras la ascensión al poder de los nazis, viajó a Gran Bretaña y fue lector en la LSE hasta 1945. Hasta su muerte, en 1947, fue profesor de Filosofía y Sociología de la Educación en el Instituto para la Educación de Londres.
31 Mannheim insistió en que cierto conocimiento producido en matemáticas y en las ciencias exactas no era relacional (aunque el conocimiento de esas disciplinas puede trazarse históricamente hasta sus orígenes, su contenido ya no lleva la marca histórica) y, además, que la intelligentsia académica produce conocimiento relacional pero su situación institucional e histórica posibilita un grado de libertad valorativa.
32 No puede decirse lo mismo de sus herederos extremistas, como Steve Fuller, que lamenta el hecho de que su influencia no fuese suficientemente revolucionaria.
33 Según Feyerabend, “el predominio de la ciencia es un peligro para la democracia. La ciencia es hegemónica, sin competencia” (1982: 87). Y, en otro lugar, escribe “el relativismo amenaza su papel en la sociedad (el de la ciencia) de la misma forma que la Ilustración amenazaría en su momento la existencia de sacerdotes y teólogos. Y el gran público ha aprendido desde hace mucho tiempo a identificar el relativismo con la decadencia cultural (social)” (1982: 91). Ahora bien, cuando Feyeradend describe el libro de Kuhn como una defensa del irracionalismo, éste alega que eso no es “sólo absurdo sino obsceno” (en Weinberg 1998: 3).
34 La obra Fleck y la de Forman (1971) Weimar Culture, Causality, and Quantum Theory son manifestaciones radicalmente relativistas. Sostienen que los hechos científicos son productos del pensamiento colectivo (Bunge 1991).
35 “Cualquiera que piense que la ciencia presenta característicamente este tipo de cambio conceptual es […] un divergentista de los conceptos acerca de la historia de la ciencia” (Papineau 1987: 15).
36 En Lakatos y Musgrave 1970. V. más críticas a la noción de paradigma en Shapere y Buchdahl (Loose 1972[1993]) y la consiguiente aceptación de éstas por Kuhn en su postdata del 1969.
37 Como notan Gross y Levitt, “su trabajo ha sido a menudo vulgarizado y distorsionado por la escuela constructivista cultural” (1994: 56).
38 Y antes hallamos la misma idea: “en la ciencia […] la novedad surge sólo dificultosamente, manifestada por la resistencia, contra el fondo que proporciona lo esperado” (Kuhn [1975]: 109).
39 Es remarcable que en su obra más conocida (Against Method), la mayoría de críticos o seguidores omitan el hecho de que malinterprete las únicas dos fórmulas científicas allí contenidas: la función de distribución de un sistema de partículas en equilibrio térmico de Maxwell-Boltzmann y la fórmula de Lorentz (Bunge 1996: 109).
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- HUGO VALENZUELA GARCIA (Autor:in), Sandrine Fuentes (Autor:in), 2019, Reviviendo a Sokal. Guerras de las Ciencias, Política y Saber en la Academia, München, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/454500
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