La presunción de Leibniz, que la sustancia individual es marcada por un concepto así que en todo momemto está determinada or sus predicados pasados y futuros, se puede justificar tanto por la lógica de términos como por nociones mentalistas. Por la lógica de los conceptos resulta que el mundo real real tiene como fundamento un conjunto de mundos o un agregato de individuos posibles. Un individuo posible sin embargo está determinado por un concepto de individualidad completo, que en contraste con un concepto general incompleto puede separar un cierto individuo de cualquier otro posible, así que puede explicar cualquier determinación singular a partir de la generalidad del individuo, o sea de su historia de vida entera. Esto también se puede explicar mentalmente por la estructura intencional de la consciencia, porque la monada está esencialmente marcada por las dos actividades mentales, la imaginación y la intención. Por retenciones el pasado está presente todavía, y por protenciones (por ejemplo, nuestras esperanzas) lo futuro se vuelve presente en la actualidad del yo.
Si toda la historia de vida futura ya debe ser presente en el concepto total del individuo, así que ahora ya es verdadero que va a cumplir ciertas acciones después, entonces el futuro tiene que estar determinado completamente. Sin embargo, Leibniz cree que esta certidumbre fáctica no incluye necesidad sino es posible unirla con contingencia y por eso, libertad. Mientras verdades necesarias que son verdaderas en todos los mundos posibles al final son reducibles a una identidad, las verdades contingentes pretenden una secuencia analtica que nunca termina y sólo se acerca arbitrariamente a la identidad. El concepto individual completo incluye en sí todo el universo. Así la relación es contingente, porque sólo se puede efectuar en un cierto mundo posible que a su vez es contingente porque son posibles otros mundos.
Existe cierta polémica de que si los conceptos de Leibniz aunque dicho de otra forma, pegan con el Spinozismo en última consecuencia. Spinoza dice explicítamente que del poder de Dios sigue necesariamente todo lo posible de ese poder, es decir, que no hay posibilidades no realizadas. Para Leibniz existe una variación de posibles mundos libres de contradicciones. Sin embargo, Dios tiene que elegir el mejor mundo posible por su perfección moral, así que los mundos no realizados de hecho no serían posibles.
Leibniz – una introducción a su pensamiento filosófico
a) El concepto de la armonía y la teoría de las monadas
La armonía es un concepto marcante en la filosofía de Leibniz. El la describe como la suma de un número infinito de unidades de fuerza, las monadas, las partículas elementares de la sustancia del mundo que fueron unidos por Dios y así forman el mundo. Leibniz parte del axioma que Dios ha creado todo ex nihilo, y que todo que Dios ha creado es bueno. Desde ahí se sigue que se puede encontrar un orden maravilloso en todas partes. Su ejemplo son los números porque nunca han sido variados.[1]
Desarrolló la teoría de las monadas como contraposición a las corrientes de su tiempo. Los filósofos del siglo XVII trabajaron normalmente desarrollando nuevas teorías de la sustancia o de la teoría de los átomos. En contra con posiciones atomistas que ven estas formas de existencia de la materia como un cántaro vacío, Leibniz defiende una concepción dialéctica en cual espacio y tiempo son relaciones de orden en el mundo material. El espacio es el orden de las cosas que existen al mismo tiempo; y el tiempo es el orden sus cambios contínuos.
El concepto de las monadas nace de la tradición neoplatónica. Cuando se encuentra la sustancia infinita de Spinoza representada en un número infinito de puntos de cuales cada uno contiene el universo, entonces se tiene una imagen para la consciencia que contiene en su punto “yo” el cosmos entero, esto son las monadas de Leibniz. Una monada es una sustancia simple, no extensa y por eso inseparable que no está sujeta a influencias exteriores mecánicas. El universo entero se refleja en las percepciones formadas espontáneamente por las monadas. Son como átomos espirituales, eternos, indivisibles, únicos. La idea de la monada resuelve el problema de los efectos recíprocos de espíritu y materia y también el problema de la singularización que nace en el sistema de Spinoza donde seres vivos particulares son descritos como cambios arbitrarios de la sustancia única.
Dado que Leibniz resuelve la pregunta fundamental de la filosofía idealisticamente y la materia para él es sólo otra forma del alma, rechaza el carácter absoluto de tiempo y espacio. Para Leibniz son relaciones de orden entre entidades del mundo material. La teoría de la sustancia de Leibniz incluye la posibilidad de desarrollo en todos lados. Aunque las monadas son idénticas en su núcleo se desarrollan de distintas maneras. Desarrollo no significa para Leibniz que surja algo completamente nuevo, sino el desenvolvimiento de lo ya presente. Cuerpo, alma y espíritu no son fundamentalmente distintos, sólo se desarrollaron distintamente. Leibniz resuelve el problema de la conexión de cuerpo y alma mostrando que todas las monadas, aunque no se influyen mutualmente en su estructura interna, se efectuan coordinádamente. Postula que Dios creando las monadas había asegurado su unidad y efecto coordinado. Caracteriza este estado con el concepto de la armonía preestabilizada.
b) La elección de Dios del mejor mundo posible y la existencia del mal
Muchas veces se ha malentendido el concepto del „mejor mundo posible“ (por ejemplo en la novela satírica Candide de Voltaire). Pero Leibniz no intenta negar el mal real existente en este mundo, sino mostrar la relación necesaria entre lo bueno y lo malo: Existe lo bueno que sólo se puede realizar al precio de la existencia de lo malo. Además es un concepto dinámico: no es así que el estado actual del mundo fuese el mejor posible, sino el mundo con su potencial de desarrollo es el mejor de todos los mundos posibles. Leibniz argumenta que algunos de los malos sólo lo parecen ser, o sea que menos mal en un aspecto tuviese como consecuencia más mal en otro lado. Más interesante parece su argumento lógico:
Si Dios quiere transferir un mundo desde lo posible hacia lo real, necesita una razón suficiente porque no puede elegir arbitrariamente. El único criterio válido para preferir un mundo frente al otro, es que es el mejor. En contraste con Descartes, Leibniz defiende la postura que Dios no puede crear o cambiar verdades lógicas. Dios se encuentra con la suma de todos los mundos posibles tanto como con las leyes matemáticas. Por eso no tiene influencia en el estado y en los acontecimientos de un mundo. Incluso cuando efectua una maravilla – dejando fuera las leyes naturales – esta maravilla ya fue predeterminada por la elección de los mundos posibles.
Leibniz distingue tres tipos del mal:
- El mal metafísico: la finitud del mundo. Esto no se podía evitar si Dios quería crear un mundo (véase Pláton).
- El mal físico: dolor y sufrimiento. Nacen con cierta necesidad porque seres creados son necesariamente imperfectos.
- El mal moral: Un ser creado tiene la posibilidad de viciar y equivocarse porque Dios le ha dado la dote de la libertad.
Según Leibniz no hay contradicción entre determinismo y libertad. Aunque con la elección de un mundo ya está cierta cualquier acción de un ser humana, el hecho que un ser humano se comporta de cierta manera y no de otra, está totalmente libre. Que un ser humano se comporta de esta manera es exactamente la razón porque Dios ha elegido el mundo. Otra actitud no sería posible lógicamente (no sería composible con el resto del mundo) o sería la condición para un mundo peor.
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[1] Busche, p. 27-32.
- Citar trabajo
- Theresa Marx (Autor), 2010, Leibniz: El discurso de la Metafísica, Múnich, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/154612
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