La última década del siglo XX y los inicios del siglo XXI, encuentra a Venezuela con propensiones de índole cultural, económicas, sociales y políticas dirigidas hacia la centralización, la estatización y el rentismo petrolero, que se han ido fortaleciendo en la medida que la renta petrolera crece. Así parecieran ir las cosas, a pesar del enorme esfuerzo emprendido para revertir esa tendencia, que supuso la elección de gobernadores y alcaldes, directamente por el pueblo y la transferencia de ingentes recursos a las regiones y a las administradoras locales por la vía del Fides y aquella otra de la Ley de Asignaciones Especiales que permitieron avances en el área de la descentralización y desconcentración en el ámbito de educación, salud y vialidad…
Para finales de 1988 y comienzos de 1989, Venezuela experimentó una de las más graves crisis de su historia política, económica y social: La alteración de la llamada paz social que había regido, desde los sesenta sin otras interrupciones que la episódica lucha armada y la consecuente pacificación; el deterioro del ambiente urbano por la expansión de las áreas marginadas; la barrera de la producción agrícola dramáticamente ineficiente, luego del auge artificial creado por los subsidios del gobierno; la ineficiencia de los servicios públicos prestados por el Estado ( entre ellos la telefonía, salud pública, seguridad y vivienda para los sectores humildes); la interrupción de la inversión pública y privada además de la compulsiva tendencia a importar y no a producir; la corrupción administrativa. Todas estas fuerzas avanzaban firmemente desde comienzos de los setenta, con una conclusión penosa que soliviantaba los espíritus, a la sazón, la pobreza de la población, lo que sería atribuido, no a las políticas económicas tradicionales, o a los gobiernos incompetentes, sino a la democracia misma, en un rasgo que ha sido catastrófico para el desenvolvimiento de América Latina: Confundir la democracia con los gobiernos.
La situación de la crisis había planteado una polémica en los medios ilustrados, más atentos a la espectacularidad que a la análisis científico, y manejada, en los medios políticos, sin examinar su naturaleza u ontología, como si se tratara de otro capítulo mas de la misma novela democrática. Urgía reformar al Estado, la economía y las instituciones y reeducar u orientar a la sociedad hacia un nuevo modelo.
Introducción
La última década del siglo XX y los inicios del siglo XXI, encuentra a Venezuela con propensiones de índole cultural, económicas, sociales y políticas dirigidas hacia la centralización, la estatización y el rentismo petrolero, que se han ido fortaleciendo en la medida que la renta petrolera crece. Así parecieran ir las cosas, a pesar del enorme esfuerzo emprendido para revertir esa tendencia, que supuso la elección de gobernadores y alcaldes, directamente por el pueblo y la transferencia de ingentes recursos a las regiones y a las administradoras locales por la vía del Fides y aquella otra de la Ley de Asignaciones Especiales que permitieron avances en el área de la descentralización y desconcentración en el ámbito de educación, salud y vialidad…
Para finales de 1988 y comienzos de 1989, Venezuela experimentó una de las más graves crisis de su historia política, económica y social: La alteración de la llamada paz social que había regido, desde los sesenta sin otras interrupciones que la episódica lucha armada y la consecuente pacificación; el deterioro del ambiente urbano por la expansión de las áreas marginadas; la barrera de la producción agrícola dramáticamente ineficiente, luego del auge artificial creado por los subsidios del gobierno; la ineficiencia de los servicios públicos prestados por el Estado ( entre ellos la telefonía, salud pública, seguridad y vivienda para los sectores humildes); la interrupción de la inversión pública y privada además de la compulsiva tendencia a importar y no a producir; la corrupción administrativa. Todas estas fuerzas avanzaban firmemente desde comienzos de los setenta, con una conclusión penosa que soliviantaba los espíritus, a la sazón, la pobreza de la población, lo que sería atribuido, no a las políticas económicas tradicionales, o a los gobiernos incompetentes, sino a la democracia misma, en un rasgo que ha sido catastrófico para el desenvolvimiento de América Latina: Confundir la democracia con los gobiernos.
La situación de la crisis había planteado una polémica en los medios ilustrados, más atentos a la espectacularidad que a la análisis científico, y manejada, en los medios políticos, sin examinar su naturaleza u ontología, como si se tratara de otro capítulo mas de la misma novela democrática. Urgía reformar al Estado, la economía y las instituciones y reeducar u orientar a la sociedad hacia un nuevo modelo. Era preciso cambiar la perspectiva del análisis, como se aprecia en el lenguaje usado por una parte de los grupos o elites del poder en la interpretación del país. La palabra crisis se había tornado moneda de curso corriente para toda una generación, ciertamente el país ha vivido de crisis en crisis en las últimas décadas: Viernes Negro del 18 de febrero de 1983, sacudón del 27 de febrero de 1989 y el desplome de las reservas internacionales, intentos de golpes militares del 4 de febrero y del 27 de noviembre de 1992, destitución del presidente en mayo de 1993, el gobierno provisional de Ramón J. Velázquez, ruptura del bipartidismo en diciembre de 1993, crack financiero de enero de 1994, Agenda Venezuela de 1996, Asamblea Constituyente de 1999, paralización de empresarios por las 49 leyes habilitantes del 10 de diciembre de 2001, la Masacre del 11 de abril 2002 y sus posteriores consecuencias, (destitución del presidente de la República por 28 horas y su retorno guiado por los militares, militares rebeldes en la Plaza Francia, asesinatos políticos, marchas, etc.), Paro Petrolero, instalación de la Mesa de Negociación y Acuerdos, referendo revocatorio, acusación de fraude y no-aceptación de los resultados emitidos por el Consejo nacional electoral por parte de la oposición, entre otras.
Ni el liderazgo hegemónico hasta 1998, ni el que entra después, ha reaccionado adecuadamente para corregir las causas de la crisis y parece firme, según, Carlos Raúl Hernández1, la probabilidad de que se vayan agudizando los diferentes factores de la crisis, cuya salida va a depender de muchas variables antagónicas y decisiones políticas sensatas. Quienes han sostenido en el mundo de las ciencias sociales la tesis de las llamadas “crisis crónicas”, es más posible que hayan tendido un velo que arrojado luz. Es útil preguntarnos si en el caso venezolano se trata de una crisis permanente o algo peor. Las crisis son coyunturales, episodios, o no son crisis sino otra cosa. Precisamente por eso constituyen momentos de exasperación y agregación de conflictos, que luego dan paso a una nueva estabilización en nuevas condiciones.
Las crisis constituyen cuadros agudos y no cuadros crónicos, si bien dentro de los últimos se suelen dar las primeras. Por eso, para comprender y tratar de dar una explicación “diferente” a la secuencia de dramáticos eventos que hemos presenciado en Venezuela, es preferible hacerlo sobre la base de categorías tal vez más ilustrativas, como sería, por ejemplo, la degradación sistémica. Emeterio Gómez al respecto dice que desde 1973 hasta hoy, el sistema, en su sentido global como un conjunto de estructuras económicas, políticas y sociales, institucionales, el ambiente urbano y la calidad de vida, ha experimentado una degradación o una regresión total, como lo evidencian las diversas curvas de indicadores históricos. Dentro de esa regresión han tenido lugar varias crisis.2 Esa perspectiva nos ayuda a comprender el carácter estructural de los problemas coyunturales, que las disrupciones a corto plazo requieren correcciones en el largo plazo, que las soluciones mediatistas son perversas y que los problemas son producto de un modelo de organización social que ha estallado varias veces y que de no producirse un cambio profundo, lo hará de nuevo y continuará en descenso hacia límites inimaginables.
Para explicar las crisis, se han intentado muchas hipótesis, bastante de ellas desde perspectivas analíticas valiosas, o en todo caso, expresiones de problemas agónicos de la sociedad, para darle alguna racionalidad explicativa a la coyuntura actual de la Venezuela del siglo XXI. Se ha dicho que la causa de la crisis se ubica en la corrupción, el papel desmedido del Estado, el centralismo, las equivocaciones de los partidos políticos, el clientelismo, las oligarquías incluida la de los medios de comunicación, la falta de diversificación de la actividad productiva y de las exportaciones y muchas otras que aportan ángulos imprescindibles para estudiar el tema. A nuestro juicio está muy lejos de existir una que las sustituya, ni mucho menos que sea la verdadera explicación frente a las otras que serían falsas, desacertadas o equivocadas. Creemos que convendría abordar el asunto en términos tales que contribuyera a ubicar en una estructura analítica varias de las malformaciones existentes en la estructura de la sociedad venezolana y detectar de qué manera cada una ejerce una influencia particular pero concatenada a la otras en el balance de lo ocurrido. Hasta el momento han predominado las explicaciones deterministas. Un determinismo económico que a veces se encuentra con el determinismo cultural. Los antipolíticos señalan la responsabilidad de los partidos, pero los estatistas dirigentes partidistas, la de los abusos especulativos de los empresarios. El historicismo, a su vez, se encuentra con el eticismo, cuando muchos advierten que los cuarenta años de corrupción recibieron su castigo. Se acepta que fueron los errores históricamente acumulados los que crearon la crisis sistemica, podríamos olvidar que las grandes crisis pueden dar origen a salidas antagónicas. Caos o recuperación Lo cierto es que vistas así las cosas no se da una explicación satisfactoria.
El objetivo que nos trazamos en este ensayo se resume exclusivamente a presentar una explicación a la crisis actual venezolana desde la perspectiva planteada por el doctor Asdrúbal Baptista en su libro: “Él relevo del Capitalismo Rentista”, publicado por la Fundación Polar en julio de 2004. En su visión, la explicación de la crisis nos orienta hacia el peculiar fenómeno de la relación dicotómica entre Estado- Sociedad Civil y Economía. Como bien es sabido, en la Venezuela de los últimos años se conformó un extraño esquema democrático montado en una de las economías mas estatistas del hemisferio occidental, según un conocido intelectual venezolano, “la mas estatizada fuera del mundo comunista”3. . Ese ha sido el fundamento del modelo de desarrollo económico, social y político, históricamente conformado por la confluencia de una economía petrolera en manos del Estado, en un marco democrático representativo con partidos de fuerte componente populista. Esto se consolida y profundiza como consecuencia de la estatización de la industria petrolera en 1976 y la inauguración de una etapa de grandes inversiones estatales de la industria pesada con el Quinto Plan de la Nación (73-78), que propició los avances de las funciones gubernamentales prácticamente hasta avasallar la vida social y produjo una secuela de endeudamientos que alteró definitivamente los equilibrios sociales. La economía privada, podría afirmarse sin mínima exageración, llegó a ser casi simbólica en un contexto de centralismo y autoritarismo de viejo y nuevo cuño, producto de décadas dictatoriales y de una democracia limitada. Algunos autores, han hablado de la petrodemocracia o del efecto Venezuela.4 la combinación de estos dos elementos, si bien tuvo gran potencia modernizadora, para muchos perversa, pues convirtió a Venezuela en un país moderno, aportó también una dinámica profundamente entrópica. El Estado se convirtió en el gran empleador creando una aberrante dinámica de endeudamiento para pagar los gastos de funcionamiento de la administración pública, cuyo monto, sólo por servicio de la deuda llegó a representar un tercio del presupuesto4. En una situación solo comparable a la de los países árabes, por la propiedad estatal del petróleo, el noventa por ciento de los ingresos en divisas internacionales han estado bajo control estatal, cosa que no ha ocurrido en ningún país democrático del mundo5. Este es un elemento clave para comprender la crisis existente en la dinámica Sociedad – Estado en Venezuela y los resultados que degradan la vida social. En la casi totalidad de las naciones democráticas, el Estado es dependiente de los ciudadanos en la medida en que financian al pecharlos, lo cual hace que sus ingresos sean limitados, esto permite una vigilancia social estrecha sobre el destino del gasto público y estimula en la sociedad una mayor propensión a vigilar, supervisar, controlar y reclamar resultados de la inversión hecha de esos recursos por los gobernantes. En países como Argentina, Estados Unidos, Bolivia o República Dominicana, el ingreso de divisas proviene de exportaciones de sus economías privadas, con lo cual, la riqueza se distribuye entre múltiples receptores y da origen a procesos de acumulación de capital, una parte de la cual se destina a impuestos para que el Estado funcione. En Venezuela, el proceso es inverso y al ser el Estado el monopolista de las divisas, es él quien financia y permite los procesos de acumulación de muchos agentes privados, que por tanto no son autónomos sino dependientes. La vida de las empresas no depende de sus exportaciones como en cualquier economía, sino de la capacidad de los empresarios para convertirse en gestores y para conseguir los contratos del Estado, esto nos lleva a que el Estado no sólo posee el control de las divisas internacionales, sino que además ha creado una red organizacional - empresas del Estado, administración descentralizada y programas sociales que consume el 80% del gasto público interno6. Un Estado enorme y poderoso como el de hoy, 2004, con miles de empresas nacionales, provinciales y municipales cuyas acreencias han devorado la renta nacional a través del derroche, la corrupción, las pérdidas, la ineficiencia, los desequilibrios administrativos y macroeconómicos, y sin control alguno por parte de las casi inexistentes instituciones controladoras se impone, como es obvio, a la empresa privada que ha sido históricamente poco productiva y fundamentalmente orientada al mercado interno.
[...]
1 Hernández Carlos Raúl ( 2000) Venezuela de la crisis a la crisis: 1989-1999, USB
2 Gómez Emeterio ( 1998) La crisis de la Ciencias económicas, Panapo.
3 Moisés Naim, director de la Revista Foreign Politcs
4 Ricardo Haussman. La maladie holandessa: Estudio de los efectos de la renta petrolera en la economía venezolana, 1996, Universidad de la Sorbonne, Paris III.
5 Hernández Carlos R, (2000) Venezuela de la crisis a la crisis: 1989-1999, USB Caracas.
6 Asdrubal batista, “El revelo del Capitalismo Rentista” Fundación Polar – 2004, Caracas
- Quote paper
- Magister Maibort Petit (Author), 2008, Venezuela: La crisis vista desde sus debilidades, Munich, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/154339
-
Upload your own papers! Earn money and win an iPhone X. -
Upload your own papers! Earn money and win an iPhone X. -
Upload your own papers! Earn money and win an iPhone X. -
Upload your own papers! Earn money and win an iPhone X. -
Upload your own papers! Earn money and win an iPhone X. -
Upload your own papers! Earn money and win an iPhone X.