Con la presente obra el compilador se propone presentar al lector hispanohablante una breve y accesible recopilación de las reflexiones ético-políticas del filósofo y matemático suizo Frédéric Castillon, así como de la disertación de su homólogo francés el Marqués de Condorcet. El tema central de los ensayos gira en torno a la posible utilidad del arte de engañar al pueblo en cuestiones políticas, morales y religiosas. El presente compendio expone de una manera directa y concisa los posibles argumentos que pueden estar en la base tanto de la afirmación como de la negación de la utilidad del engaño en el arte de gobernar.
INDICE
1. Introducción
1.1 Acerca de la presente edición
1.2 Estado de la cuestión
1.3 Los autores
1.3.1 Castillon
1.3.2 Condorcet
1.4 Contenido de la obra
1.4.1 Castillon y la posible utilidad del arte del engaño
1.4.2 Condorcet y la negación del arte del engaño
1.5 Breve reflexión del traductor
1.6 Bibliografía
2. Disertación sobre la cuestión de sí puede ser útil engañar al pueblo, ya sea induciéndolo en nuevos errores o confirmando los errores en los que se encuentra. De Fréderic de Castillon.
3. Disertación filosófica y política o reflexión sobre la cuestión siguiente: si puede resultar útil, para los hombres, ser engañados. De Marie-Jean-Antoine Caritat de Condorcet.
1. Introducción
“ Las naciones ignorantes arrestan a sus hombres buenos
y los convierten en sus déspotas; un país gobernado por
un tirano persigue a quienes intentan liberar al pueblo
del yugo de la esclavitud” –Khalil Gibran
1.1 Acerca de la presente edición
Con la presente obra el compilador se propone presentar al lector hispanohablante una breve y accesible recopilación de las reflexiones ético-políticas del filósofo y matemático suizo Frédéric Castillon, así como de la disertación de su homólogo francés el Marqués de Condorcet. El tema central de los ensayos gira en torno a la posible utilidad del arte de engañar al pueblo en cuestiones políticas, morales y religiosas. El presente compendio expone de una manera directa y concisa los posibles argumentos que pueden estar en la base tanto de la afirmación como de la negación de la utilidad del engaño en el arte de gobernar.
El escrito de Castillon es, sin lugar a dudas, un documento particularmente interesante desde el punto de vista histórico. Con tal ensayo, su autor venció el concurso extraordinario de filosofía especulativa convocado en 1778 (y entregado en 1780) por la Real Academia Prusiana de las Ciencias y de las Letras. Algunas anécdotas de la época relatan con gran detalle el hecho de que Federico el Grande fue persuadido por el filósofo iluminista D’Alembert para que el concurso consistiera en el tratamiento de un tema políticamente controvertido en deterioro del tratamiento de un tema abstracto como era habitual en estos concursos. Escrito en el contexto histórico de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de julio de 1776, el ensayo de Castillon respondió a la pregunta sobre la posible utilidad del arte del engaño de forma positiva, contrariando el espíritu de los movimientos revolucionarios que dieron vida al constitucionalismo moderno.
El ensayo de Castillon que aparece en la presente edición ganó el concurso en la modalidad de los que argumentaban que “sí es útil engañar al pueblo”, mientras que en la categoría “no es útil engañar al pueblo” venció el escritor alemán Rudolf Zacharias Becker. El premio de ambos vencedores consistió en una medalla de oro y en cincuenta ducados, además de la publicación de su obra.
La elección de dejar fuera de esta edición el texto de Becker corresponde con la necesidad de ofrecer un compendio de la cuestión que sea breve y simétrico. En este sentido, el traductor ha corrido el riesgo de elegir el texto del Marqués de Condorcet al considerarlo como más completo y satisfactorio respecto al tratamiento del tema principal. En este sentido, es importante aclarar que, en opinión del traductor, el ensayo de Becker puede resultar particularmente tedioso para el lector contemporáneo. El texto del filósofo vencedor en la categoría “no es útil engañar al pueblo” parece haber redactado su ensayo en francés, pero pensándolo siempre en alemán. De hecho, la mayor parte del texto de Becker obedece a una férrea estructura lógica plagada de germanismos, razón por la cual la propia Academia publicaría la obra en alemán y no en francés.
El ensayo de Condorcet que aparece en esta edición forma parte de una serie de textos rescatados de la ignominia por el alemán Werner Krauss, en la segunda mitad del siglo pasado. En el año de 1966, Krauss elaboró una edición publicada por la Akademie-Verlag Berlin. Recopilado al lado de numerosos documentos de especial interés histórico, la elección del texto de Condorcet deriva también de la actualidad de su pensamiento, como trataremos de ilustrarlo a lo largo de esta breve introducción.
Finalmente es importante aclarar que el traductor se ha permitido la libertad de elegir la realización de una traducción que no es estrictamente literal, al considerar que una traducción adaptada favorecía la fluidez y la comprensibilidad para el lector contemporáneo. A pesar de esto, la presente edición cuenta con la virtud de ofrecer un formato de fácil lectura tanto para el especialista como para el lector interesado en el tema.
1.2 Estado de la cuestión
La pregunta sobre la utilidad del arte del engaño en el arte de gobernar resultaba especialmente importante en la transición del viejo régimen (fundado en el sistema estamental) al nuevo régimen (basado en un sistema constitucional). Mientras que el sistema estamental establecía una clara diferenciación vertical entre los distintos tipos de personas, el sistema que surgiría de las revoluciones burguesas estaba fundado en las declaraciones de derechos y, por tanto, en una concepción horizontal que partía de la creencia de que todos los ciudadanos debían ser iguales ante la ley.
Por un lado, el viejo sistema político legitimado desde arriba hacia abajo estaba a punto de ser sustituido. Por otro, el nuevo sistema político que nacía de la cuna del iluminismo proponía un modo de legitimación de abajo hacia arriba. En este contexto, la pregunta sobre la utilidad del arte del engaño en el arte del gobierno puede entenderse como una cuestión que plantea un punto de ruptura entre un universo simbólico de representación basado en la tradición y el pasado, y otro universo simbólico totalmente nuevo basado en el progreso y en los derechos subjetivos.
En términos de filosofía política e historia del pensamiento se puede decir que la cuestión sobre la utilidad de engañar al pueblo confronta la visión moderna y realista de la política representada por Maquiavelo con la visión moderna idealista representada por Federico el Grande. Por una parte, Maquiavelo es considerado actualmente como el padre de la ciencia política moderna, pues fue el primero en ofrecer una visión del poder político totalmente separada de la ética, de la moral y de la religión. Por otra, Federico el Grande es uno de los representantes más sobresalientes del despotismo ilustrado que fue característico del siglo de las luces. El pensamiento filosófico de Federico puede considerarse como radicalmente antitético a la visión maquiavélica de ver la vida política, aunque debemos admitir que en realidad su gobierno hizo uso en diversas ocasiones de estrategias dignas del maquiavelismo más radical. Federico II fue un gobernante que escribía con alma de filósofo idealista, pero que operaba políticamente siguiendo los consejos del realismo maquiavélico.
En el capítulo XVIII del Príncipe, Maquiavelo describió detalladamente el comportamiento que el gobernante debía tener respecto al cumplimiento de sus promesas. En tal lugar, realizó un breve recuento para explicar por qué razón la rectitud hacia la palabra dada puede considerarse una debilidad para un gobernante. En su visión, el arte del gobierno consiste en la aplicación de dos técnicas diferentes: primeramente, en el uso de las leyes que permiten gobernar sobre los seres racionales; en segundo lugar, en el uso de la fuerza que permite gobernar sobre las bestias y sobre los hombres que se guían por sus pasiones.
Maquiavelo consideraba el arte del engaño como una herramienta eficaz para el arte del gobierno, indicando que el gobernante debe ser astuto como un zorro y fuerte como un león. En este sentido indicó con toda claridad lo siguiente: “Un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer. Si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no sería bueno: pero como son perversos, y no lo observarían contigo, tampoco tú debes observarla con ellos”.
La visión de Maquiavelo no deja lugar a dudas respecto a su posición como estratega político: el gobernante tiene no solamente el derecho sino también el deber de comportarse astutamente con los gobernados, por lo tanto puede simular, fingir y engañar. Entre los ejemplos históricos de los que hace uso el filósofo italiano para ilustrar su punto, se encuentra el caso de Alejandro VI (Rodrigo Borgia). La familia Borgia, encabezada por el pater familias y por el sanguinario Cesar Borgia (al que Maquiavelo admiraba), es considerada todavía en la actualidad como un símbolo de oportunismo, engaño, manipulación y traición en aras del objetivo final de la acción política: la incautación del poder político y su consecuente mantenimiento a través de todos los medios posibles.
La concepción del mundo de la política en la figura de Maquiavelo se expresa muy bien en todas las recomendaciones que dio a Lorenzo de Médicis a través de su Príncipe. En este sentido, en su visión el gobernante debe poseer la capacidad de aprovechar la ocasión (la fortuna) en cualquier momento que se le presente una oportunidad de afianzar su poder. Por la misma razón, su recomendación es que el príncipe sea un individuo versado en el arte del engaño, dispuesto a comportarse como un histrión en los contextos más diversos. La inteligencia necesaria para el gobernante, desde su punto de vista, consiste en la adaptabilidad a todo tipo de circunstancias, así como en la capacidad de realizar lo necesario para hacerse del poder y conservarlo. La recomendación más radical de Maquiavelo en ese sentido consiste en afirmar que como gobernante vale más ser temido que ser amado.
La visión que el consigliere fiorentino esboza de de la vida política es tremendamente realista y toma distancia, como hemos podido constatar, de toda consideración ética o moral. No obstante, su visión enfocada en obtener objetivos prácticos concisos ilustra de un modo simple las estrategias que se pueden emplear para jugar al juego de la política. Una de las estrategias más importantes para el gobernante consiste en utilizar el arte del engaño, pero en no permitir que nadie se atreva a usarlo en su contra. En este sentido, en el capítulo XIX explicó: “Respecto a los asuntos privados de los súbditos, debe procurar que sus fallos sean irrevocables y empeñarse en adquirir tal autoridad que nadie piense en engañarlo ni en envolverlo con intrigas”. La mentira y la simulación se convierten, de este modo, en herramientas legítimas cuando son usadas por el gobernante, pero en ilegitimas cuando son usadas por los gobernados.
En suma, la visión de Maquiavelo respecto la utilidad del arte del engaño en el arte de gobernar dio pie a la idea de razón de Estado, noción según la cual se puede engañar al pueblo en vistas de un bien mayor como puede ser la seguridad pública o la continuidad del régimen establecido. Es importante señalar que dicha idea ha sido tan poderosa históricamente que todavía hoy el arte del engaño sigue siendo justificado en aras de tal principio abstracto y escurridizo como lo es la seguridad nacional. La relación entre razón de Estado y secrecía encuentra su justificación moderna en los consejos de Maquiavelo para el arte de gobernar. Desde entonces prevalece una concepción de la política como un juego de estrategia en el que el engaño puede ser permitido y justificado usando la dicotomía amigo-enemigo. La información verídica es concebida como un instrumento de poder, por lo que el gobernante tiene la necesidad de apropiársela y manipularla a su conveniencia.
Aparentemente escandalizado con las tesis defendidas por Maquiavelo, Federico el Grande escribió un texto que ha pasado a la historia con el nombre de Antimaquiavelo, publicado en 1740. Actualmente se sabe muy bien que la refutación del Príncipe de Maquiavelo fue en realidad el producto de una reflexión realizada a cuatro manos entre Federico y Voltaire.
La tesis del príncipe Federico consistió en sostener que el artificio y la simulación en el arte de gobernar son inútiles para mantener el poder. Por lo mismo precisa: “No se juzga a los hombres por sus palabras, pues ése es el camino para equivocarse siempre, sino que se pondera el conjunto de sus acciones, cotejándose más tarde sus acciones y sus discursos, siendo esto algo contra lo que la falsedad y el disimulo no pueden nunca nada”.
En el Antimaquiavelo, el arte del engaño resulta un vil instrumento de manipulación que no sirve, en última instancia, para defender el poder político. En contraposición, Federico ofrece una visión de la política en la que las virtudes morales de los gobernantes se convierten en el fundamento de la autoridad. A cambio del arte del engaño en el arte de gobernar, en su texto se cristaliza por primera vez el ideal de un gobierno justo e ilustrado, promotor de las ciencias, de las artes y de las virtudes cívicas. La concepción de Federico, en este sentido, puede considerarse como uno de los más claros ejemplos de justificación del despotismo ilustrado. Se trataba, en todo caso, de la legitimación del ideal platónico, en el cual un rey ilustrado podía ser capaz de construir una sociedad enfocada en el saber.
La cuestión sobre la utilidad de engañar al pueblo presentaba, de este modo, dos posibles soluciones: una realista y amoral; la otra idealista y moralista. Por un lado, se podía afirmar que era útil y legítimo, argumentando motivos políticos e intereses particulares. Por otro lado, se podía negar la legitimidad y la utilidad, argumentando motivos de carácter filosófico, así como la creación de una especie de derecho a la verdad. La relevancia de este debate en el siglo de las Luces ha llegado hasta nuestra época. Actualmente parece una necesidad repensar estos conceptos, así como analizar las motivaciones de fondo que pretenden justificarlos.
1.3 Los autores
1.3.1 Castillon
Frédéric Adolphe Maximilien Gustave de Castillon nació en Lausanne (Suiza) el 22 de Septiembre de 1747. Hijo del prodigioso matemático Johann Francesco Melchiore Salvemini y Elisabeth du Fresne, desde su más tierna infancia tuvo acceso a algunos de los círculos intelectuales más representativos del período ilustrado. Entre las personas con las que su padre tuvo una prolífica relación intelectual se encuentran científicos como Euler y Lagrange. Su padre fue un miembro de la nobleza florentina que, debido a su ateísmo, tuvo que migrar de Italia. Posteriormente se convirtió en docente de filosofía, matemáticas y teología, siendo miembro de la Real Academia de las Ciencias en Prusia y de la Royal Society, honores obtenidos por sus trabajos sobre las propiedades de la curva cardioide. El padre de Frédéric también pasaría a la historia como compilador de Isaac Newton, Johann Bernoulli y Leibniz, así como traductor de Alexander Pope y Euler.
Los primeros estudios de Frédéric Castillon fueron realizados en la ciudad de Utrecht, en el período en el que su padre fungió como docente de matemáticas y filosofía. De su infancia y adolescencia se conoce muy poco, pero se sabe con certeza que llegó a Berlín en 1764, dado que su padre se convirtió en profesor de matemáticas de la escuela militar recientemente inaugurada por Federico el Grande. En 1786, Frédéric fue nombrado profesor de filosofía de la escuela militar, siguiendo la carrera de su progenitor como profesor de cadetes de artillería.
Después de la muerte de Federico II, en septiembre de 1786, se convirtió también en miembro ordinario de la Academia de las Ciencias de Berlín.
Entre sus trabajos más sobresalientes se puede mencionar su participación en la creación de la Encyclopédie, ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiere. La contribución de Castillon a la monumental obra coordinada por Diderot y D’Alembert se centró fundamentalmente en la teoría de la música, las artes aplicadas, los instrumentos musicales y la historia de la música, rubro en el que se convirtió en toda una autoridad con su texto Recherches sur le principe du beau et sur son application à la musique, publicado en 1807 .
Por otro lado, Castillon realizó la traducción del griego al francés de los Elementos de Euclides en 1767. Otra de sus traducciones más importantes fue la obra de cinco volúmenes de Theorie der Gartenkunst (Teoría de los jardines) del alemán Christian Cay Lorenz Hirschfel.
Entre sus escritos profesionales más sobresalientes en el área de la filosofía se encuentran sus trabajos sobre lógica (Réflexions sur la logique de 1804) y lógica-matemática (Mémoire sur un nouvel algorithme logique de 1805).
Posteriormente vencería el premio de la Real Academia de Berlín en 1780 por su ensayo sobre la cuestión ¿Es útil engañar al pueblo?, así como el premio de la Sociedad Teológica de Teyler en 1780 y de Harlem en 1786-1787. Fue además Gran Maestre de la logia franco-masónica Große Landesloge der Freimaurer von Deutschland.
1.3.2 Condorcet
Marie-Jean-Antoine de Caritat, marqués de Condorcet, nació en Ribemont, Francia, el 17 de septiembre de 1743. Siendo huérfano de padre desde muy temprana edad fue educado por su madre. Estudió en París en el Collège de Navarre, lugar en que demostró su incipiente capacidad intelectual, específicamente por sus habilidades matemáticas. A la edad de dieciséis años sus capacidades cognitivas fueron elogiadas por Alexis Clairault y Jean le Rond d’Alembert, convirtiéndose posteriormente en discípulo del último.
En 1765, el marqués publicó su primer trabajo matemático denominado Essai sur le calcul intégral (Ensayo sobre el cálculo integral). Después de publicar diversos trabajos sobre la misma materia, el 25 de febrero de 1769 fue nombrado miembro de la Académie Royale des Sciences en París. Tres años más tarde publicó una nueva obra dedicada al cálculo integral y su trabajo fue considerado profundamente innovador.
Posteriormente conoció a Jacques Turgot, político que fue administrador general con Luis XV y Contralor General de las Finanzas con Luis XVI. La relación de Condorcet con personajes como Euler y Benjamin Franklin le ganó una reputación de científico e intelectual cosmopolita. Fue, además, miembro honorario en diversas academias y sociedades científicas extranjeras, por ejemplo, en Estados Unidos, Alemania y Rusia.
En 1785, Condorcet escribió su famoso Tratado sobre la aplicación del análisis a la probabilidad de las decisiones de la mayoría. Dicho texto es considerado como una de sus obras más importantes, pues fue el primero en aplicar sistemáticamente los modelos matemáticos a las ciencias sociales. La gran contribución que destaca en su texto es un teorema en el que se establece que agregar estimaciones casuales independientes de una variable particular aumenta la exactitud solamente si la probabilidad de error de cada estima es menor a la mitad.
En 1786, el filósofo francés se casó con Sophie de Grouchy. Su mujer fue una mujer emprendedora que formó un grupo literario y realizó traducciones de algunas obras de Thomas Paine y Adam Smith.
Condorcet fue también un defensor de los derechos humanos, de los derechos de las mujeres y de los derechos de las personas de color. Igualmente, puede considerarse como un abolicionista que rechazaba cualquier tipo de esclavitud. En sus textos y en su carrera política sostuvo l el modelo político estadounidense, escribiendo algunos proyectos reformistas que pretendieron modelar la Francia moderna a partir de tal paradigma constitucional. En 1781 escribió su famoso panfleto Reflexiones sobre la esclavitud de los negros, en el que criticó fuertemente el esclavismo.
En 1786 dedicó parte de su tiempo a desarrollar algunas ideas referentes al cálculo integral y diferencial, elaborando una metodología para trabajar con infinitésimos, aunque no publicó sus resultados. Elaboró también un texto en el que abordó la vida y la obra de Voltaire, resaltando su oposición a la iglesia católica.
En 1791 fue elegido como representante de París en la Asamblea Nacional, fungiendo inmediatamente después como Secretario de la misma. Como representante popular elaboró una reforma del sistema educativo francés, apoyo la iniciativa para otorgar el derecho de voto a las mujeres y propuso un modelo de monarquía constitucional. Respecto al derecho de las mujeres, defendió sus tesis a través del ensayo De l’admission des femmes au droit de cité en 1790, pudiéndose considerar como uno de los primeros intelectuales en defender la ampliación de los derechos fundamentales a todos los seres humanos. Esto lo coloca en la posición de uno de los primeros filósofos en comprender la importancia de los derechos fundamentales en todas las personas humanas.
La carrera política de Condorcet puede considerarse como un trayecto inspirado en el ideal racionalista y liberal compartido por los hombres de letras e ilustrados de su tiempo. Su ferviente defensa de un modelo de sociedad en el que la inclusión y los derechos humanos hacen que su pensamiento sea tan actual y vigente.
La cercanía de Condorcet con algunos miembros de la facción girondina ha beneficiado históricamente la tesis de que sus ideas eran mucho más moderadas que las defendidas por Maximilien Robespierre y sus seguidores de la facción Montagne. Durante su carrera política fue presidente de la Asamblea desde el momento en el que los girondinos eran la mayoría, hasta el momento en el que fue sustituida por la Convención Nacional. Inmediatamente después, la Convención redactaría la constitución de 1793, acción con la que la monarquía sería sustituida por la República.
En el proceso que condujo a Luis XVI a la guillotina, Condorcet se opuso a que le fuese aplicada la pena de muerte, lo que reforzó aún más su reputación como un moderado girondino. Dicha oposición y su enérgico rechazo a la constitución redactada por la facción Montagne, fue la causa por la que se le acusó de traición y se emitió el mandato para su captura el 3 de octubre de 1793.
Durante los ocho meses que Condorcet se mantuvo escondido en la casa de Madame Vernet, escribió Esquisse d'un tableau historique des progrès de l'esprit humain (Esbozo de una tabla histórica respecto al progreso del espíritu humano), el cual se publicaría póstumamente en 1795. En dicho texto, considerado como uno de los más emblemáticos del pensamiento iluminista, Condorcet explicó que la historia de la civilización está estrechamente relacionada con el desarrollo de los derechos humanos y de la justicia, así como con el progreso científico. En tal texto se desarrolló también la visión de una sociedad racionalista futura en la que el conocimiento científico sería el eje central.
El 27 de marzo de 1794 Condorcet fue arrestado en Clamart y enviado a prisión en la Bourg-la-Reine. Dos días después fue encontrado muerto en su celda. La causa de su muerte ha sido causa de grandes controversias. Actualmente existe la teoría de que se trató de un suicidio, así como la teoría de que fue asesinado por los radicales.
1.4 Contenido de la obra
1.4.1 Castillon y la posible utilidad del arte del engaño
El ensayo de Castillon pretende dar una respuesta justificada a la pregunta siguiente ¿resulta útil para la gobernabilidad de una nación la utilización de la mentira y del engaño?
En su ensayo, la profundización de la dicotomía entre paz pública (gobernabilidad) y anarquía le conduce a afirmar que no solamente es útil engañar al pueblo en algunos casos, sino que es considerado como una acción necesaria e irresistible, ya sea para evitar la violencia o el desorden. En su concepción, el arte del engaño es descrito como un instrumento eficiente que sirve sobre todo para poder manipular a las masas o a los ignorantes. De ahí su necesidad y su inevitabilidad.
Desde el punto de vista de Castillon, el pueblo está formado por todas aquellas personas que están incapacitadas naturalmente para autogobernarse, siendo dominadas por pasiones viles y antisociales. Por la misma razón, el autor del primer ensayo que se presenta en esta obra, afirmó que engañar al pueblo es no solamente útil o conveniente, sino profundamente necesario para la paz social. En su visión, el arte del engaño resultaba útil porque de ese modo sería más sencillo hacer obedecer al gobierno, así como obligar a los súbditos a respetar una serie de principios morales universales. En sus propias palabras explica que, por ejemplo: “La existencia de Dios, la inmortalidad del alma, los castigos o las recompensas después de la muerte son tres verdades de fe íntimamente relacionadas, las cuales, erróneas o no, son muy útiles para la felicidad espiritual del pueblo”
En su disertación, Castillon dividió a la sociedad de su tiempo entre filósofos y no filósofos. A los primeros los dividió entre aquellos que buscan la verdad en buena fe y los que no la buscan con ese entusiasmo. Entre los que buscan la verdad en buena fe separó a dos tipos de individuos: primero, los que solamente obtienen fracasos y fatigas de sus estudios; después, los que obtienen buenos resultados.
Frédéric de Castillon estaba firmemente convencido de que los únicos individuos capaces de conocer la verdad sin probar ningún tipo de infelicidad son los filósofos de buena fe que han obtenido buenos resultados con sus investigaciones, logrando desarrollar no solamente la capacidad de reconocer los errores, sino también de encontrar la verdad por sí mismos. En sus propias palabras: “El error está hecho para la masa, constituida por el pueblo de todas las clases”. Solamente cierto tipo de individuos intelectualmente dotados estarían hipotéticamente capacitados para conocer la verdad y para obtener provecho directo de ésta.
A diferencia del rey filósofo idealizado en la alegoría de la caverna de Platón, este tipo de intelectual no tendría la misión de regresar a la gruta subterránea para abrir los ojos de sus contemporáneos. Opuestamente, el filósofo de esta hechura tendría la obligación de ser cauteloso con las verdades alcanzadas, ocultándolas de la luz pública y evitando que los nuevos descubrimientos se conviertan en la lumbre que desata la sedición en la sociedad. La información verídica, en su texto, es considerada como material potencialmente peligroso, dado que puede ser la fuente de revoluciones y violencia.
Cuando Castillon abordó el avance progresivo que condujo a las sociedades europeas al siglo de las Luces, después de un largo período de oscurantismo, no se restringió a reivindicar dicho progreso intelectual, sino que también advirtió el grado de violencia que implicó un cambio tan radical. En su visión, en el futuro debe evitarse a toda costa que haya derramamiento de sangre a causa de la proliferación de la verdad. Por la misma razón, opta por afirmar la utilidad del arte del engaño en la sociedad, si bien afirmando que el pueblo debía ser ilustrado gradualmente a través de procesos moderados de acercamiento a la verdad.
A pesar de su defensa del arte del engaño en el arte de gobierno, Castillon no defendió una visión netamente absolutista del poder político. La mentira y el engaño son considerados como instrumentos necesarios y éticamente válidos para la gobernabilidad, solamente cuando se usan con la finalidad de promover la felicidad física y moral del pueblo. Esto significa que el arte del engaño es considerado como nefasto y pueril cuando su objetivo consiste en asegurar el dominio de la parte no ilustrada de la sociedad. En este sentido, afirmó:
“Si un error es creído como si se tratará de algo verdadero, pero no comporta funestas consecuencias ni usurpa el lugar de una verdad efectivamente útil, se trataría solamente de un mal imaginario. Si el error es indiferente o no comporta funestas consecuencias, facilitando la realización de sabios y benéficos planes, no es un mal, sino un bien. Lejos de llegar a ser algo prohibido, se convierte en algo lícito”
En su concepción, la felicidad física corre a cargo de la política y del gobierno, mientras que la felicidad moral forma parte de las tareas encargadas a las ciencias (la teología es considerada una de ellas) y la religión. Para él: “La política y la religión son los dos pilares para la felicidad del pueblo” . De tal modo, su interpretación parte de la idea de que el gobierno se caracteriza por el uso de la violencia y por el uso de la ficción. En este contexto, el arte del engaño sería el instrumento menos odioso para hacer valer la autoridad pública, comparándolo con el sometimiento físico. De hecho, en este punto coinciden religión y política, pues el arte del engaño es más completo cuando abarca más dimensiones. En este sentido, la apelación que realiza Castillon al pensamiento de Maquiavelo, cuando dice que el gobernante debe ser como un zorro y un león, es innegable. En el pensamiento del filósofo suizo, la autoridad se debe servir del arte del engaño tanto en cuestiones políticas como en cuestiones religiosas.
El ensayo de Castillon puede considerarse profundamente realista cuando aborda los momentos fundacionales de algunos pueblos históricos como Roma y Esparta. En su disertación explica con extremo detalle cómo la mentira y el engaño son la materia prima de esos momentos fundacionales de manera inexorable. Por un lado, la divinidad de Rómulo fue una condición necesaria para dar legitimidad a su gobierno. Por otro, la audacia de Licurgo le condujo a instaurar sus leyes haciendo jurar a su pueblo el cumplimiento de las mismas hasta su retorno. La gran virtud de su exposición consiste en que consiguió despojar a los momentos fundacionales de los pueblos históricos de su manto axial.
Castillon explicó también por qué razón el arte del engaño constituía la fuerza que unificaba a las sociedades de su tiempo, partiendo de una consideración verosímil y realista. Por un lado, creía que los franceses profesaban una especie de amor incondicional hacia la familia Borbón y la fuente de este amor estaba contaminada con el error. Por otro, pensaba que los ingleses profesaban el amor a la libertad en cuyo altar sacrificaban su propia libertad. En su visión, el mythos y el krátos estaban profundamente hermanados, pudiéndose considerar como dos fuerzas que se retroalimentan. El mythos daría vida al krátos gracias a los momentos fundacionales de la sociedad, mientras que el krátos daría vida al mythos a través del arte del engaño.
La argumentación del vencedor del concurso real en la categoría de la afirmación de la utilidad del engaño, resulta especialmente interesante no tanto por la postura del autor como por los argumentos que utilizó para sostener su punto de vista. De sus reflexiones es posible resaltar la clarividencia y el realismo con los que abordó la cuestión de la utilidad de los marcadores sociales y del arte del engaño para la gobernabilidad. Dando por hecho que no puede existir ninguna Nación sin Pueblo, o lo que es lo mismo, una sociedad enteramente sabia e informada capaz de realizar el ideal de democracia electiva, el autor consideró que la mentira es un garante de la paz social, mientras que la anarquía y el desorden son vistos como el mal absoluto. En este escenario, los puestos honoríficos, las coronaciones, la buena reputación y la gloria se convierten en marcadores sociales universales capaces de distinguir al seto gobernante del seto gobernado.
Castillon puede considerarse un ilustrado moderado, pues aunque aceptaba la utilidad del arte del engaño en el arte de gobernar, pensaba que dicho instrumento debía ser utilizado solamente en pro del pueblo. En tal sentido responde claramente a la cuestión central del ensayo de la siguiente forma: “Respondo valientemente que sí (es útil engañar al pueblo); siempre que el responsable de la guía se olvide de sí mismo, engañando solamente para conducir con mayor facilidad a un determinado fin, así como que dicho fin consista en la felicidad del que es guiado ”.
Al tratar sobre la pregunta que cuestiona la posible utilidad del arte engaño para controlar o manipular a la sociedad civil, Castillon adoptó un paradigma negativo de la naturaleza humana. Por la misma razón, consideró que los seres humanos eran capaces de alcanzar la verdad solamente a través de fatigosos esfuerzos. Para Castillon, la casa del hombre es el error. El pueblo vive en el error de forma natural y los gobernantes habitan estas oscuras tierras del engaño de forma tan natural como los demás individuos. En sus palabras: “El hombre es falible por naturaleza; los líderes de una nación, por hábiles y rectamente intencionados que sean, a veces podrán engañarse y, consecuentemente, inducir en error al pueblo, aunque sea involuntariamente” .
El texto de Castillon consideraba que la religión constituía una forma de consolación para los males que aquejan la vida de los seres humanos. Creía, por la misma razón, que la felicidad moral podía derivar de la creencia en Dios, en el dogma de la inmortalidad del alma, así como en la idea de que existen premios y castigos después de la muerte terrena. En este sentido, consideraba que la religión es un útil instrumento para educar moralmente a los individuos. Su posición respecto a estos temas parece adelantarse por unas décadas al planteamiento de una religión dentro de los límites de la razón, como lo desollaría posteriormente Immanuel Kant. Al igual que éste último, Castillon consideraba que la creencia en Dios y en la inmortalidad del alma era necesaria para la creación de una racionalidad práctica compatible con los dictados de la razón y con un proceso gradual de ilustración de las masas. Algunos dogmas religiosos son concebidos como propedéutica moral.
Castillon se posicionó en favor del iluminismo que había ilustrado a las mentes más privilegiadas de Europa durante el siglo XVIII. Su visión de cómo tenía que llevarse a cabo este proceso se parece mucho a la visión kantiana. La iluminación tenía que ser un proceso gradual, practicado paulatinamente entre las personas más capaces intelectualmente. Se debía evitar a toda costa que el descubrimiento de nuevas verdades desencadenará una ola de violencia en el seno de la sociedad. Por la misma razón, las nuevas revoluciones intelectuales tendrían que ser controladas desde el poder, puesto que podían convertirse en la fuente de la sedición civil. El autor del ensayo, explicó en una parte de su texto que si el pueblo llegará a darse cuenta repentinamente de que ha sido engañado las consecuencias podrían ser fatales para el gobierno y para la sociedad civil. En sus propios términos explica: “el pueblo comenzaría a perder la confianza en las habilidades de sus líderes, sustituyendo poco a poco la confianza con el desprecio, el desprecio con la desobediencia, y la rebelión estaría solamente a un paso”.
Además del argumento en favor de la aplicación del arte del engaño por las posibles consecuencias políticas, Castillon elaboró una defensa moral de su tesis, asegurando que el conocimiento de la verdad puede resultar particularmente doloroso para algunos individuos. En su texto afirma que: “sacar del error a alguien que no tiene la suficiente fuerza para mirar la verdad, significa hacerlo infeliz”.
En suma, la posición de Castillon respecto a la posible utilidad del arte del engaño en el arte de gobierno, lo conduce a concluir que la mentira o la simulación son instrumentos legítimos de los que puede hacer uso la clase gobernante. En Maquiavelo el arte del engaño era válido cuando se apelaba a una razón de Estado, mientras que en el caso de Castillon se trataba pura y exclusivamente de gobernabilidad. Respecto a este giro conceptual, Michael Foucault apuntaba:
“Vivimos en la era de la gobernabilidad, la cual ha sido descubierta en el siglo XVIII. Gobernamentalización del Estado que es un fenómeno singularmente paradójico, porque si efectivamente los problemas de la gobernabilidad, las técnicas de gobierno se han convertido en la única puesta en juego para la política, siendo el único espacio real de lucha y de combate político, la gobernamentalización del Estado ha sido desde siempre el fenómeno que ha permitido a este último de sobrevivir y es verosímil que si el Estado es lo que es, ha sido gracias a esta gobernabilidad, que es contemporáneamente interna y externa al Estado, porque las son las tácticas de gobierno las que permiten definir siempre lo que le compete y lo que no le compete al Estado. Le permite distinguir lo que es público y lo que es privado, lo que es estatal y lo que no lo es. Entonces, la sobrevivencia y los límites del estado solamente pueden entenderse a partir de las tácticas generales de la gobernabilidad”.
El ensayo de Castillon es particularmente interesante porque describe satisfactoriamente los argumentos que estaban en la base de la justificación del Estado Moderno. Después del advenimiento de las revoluciones burguesas, los instrumentos de manipulación y de control de masas seguirían evolucionando con la sociedad, así como con el progreso científico y tecnológico. Los movimientos de restauración conseguirían que el arte del engaño se aplicará como una herramienta legítima a través de diversas vías. La religión, por una parte, tendría el papel de modelar la vida moral de los individuos. La educación pública se convertiría en un instrumento de iluminación, pero también en una herramienta de adoctrinamiento ideológico. Los líderes de opinión buscarían, por todos los medios posibles, encaminar la percepción de las masas hacia una visión prefabricada. Se trataba de la erección de un nuevo mundo en el que el arte del engaño resultaba no solamente compatible, sino necesario para el arte de gobierno.
1.4.2 Condorcet y la negación del arte del engaño
El ensayo de Condorcet comienza afirmando que el argumento sobre la posible utilidad del arte del engaño solamente puede ser tratado abiertamente en un país con libertades civiles. A lo largo de todo su escrito, el filósofo defendió una tesis opuesta a la sostenida por Castillon, dado que consideraba que “el hombre tiene el estricto deber de afirmar públicamente y en voz alta lo que considera verdadero”. De tal modo, en la filosofía del filósofo francés la libertad de conciencia y la sinceridad son los dos pilares fundamentales sobre los que está erigida una sociedad civil libre.
Condorcet distinguió con mucho cuidado las verdades morales de las verdades científicas. Su argumentación comienza indicando que el efecto de las verdades morales es la felicidad de los hombres y de las sociedades. Sin demeritar el valor intrínseco de las verdades científicas, el filósofo francés estaba convencido que las verdades morales eran la materia fundamental de la que está constituida toda sociedad. Por la misma razón, el problema de la utilidad del arte del engaño en cuestiones morales lo asume como el eje fundamental de su ensayo.
La estrategia argumentativa de Condorcet consistió en plantear primeramente un escenario ideal (de la sociedad civil) para deducir sus principales consecuencias. En primer lugar, en una sociedad civil informada ideal se puede afirmar que los deseos de la mayoría coinciden con la máxima ventaja para la mayoría. En segundo lugar, la utilidad general se identificaría con el interés común y con la justicia. En este escenario ideal, el pueblo y la nación se identificarían, pues los ciudadanos más informados, al ser mayoría, serían capaces de impedir la prevalencia de los intereses particulares o de la utilidad de unos cuantos. En este sentido, la información verídica se convierte en un indispensable instrumento del poder público en manos de la sociedad civil. Cuando la sociedad civil está, en cambio, escindida en dos grupos o facciones, en la que una es conocedora de la verdad y la otra parte es ignorante, entonces existiría un pueblo, pero dos naciones diferentes (la nación de los conocedores y la nación de los ignorantes). Esta lucha de clases o de grupos sociales daría origen a una clase opresora y a una clase oprimida, generando la discordia social. Este primer argumento de corte político serviría a Condorcet para afirmar que no solamente es inútil engañar al pueblo, sino que además es contraproducente, pues puede constituirse como la motivación del dominio ilegítimo y, posteriormente, en fuente de la violencia civil.
En segundo lugar, Condorcet utilizó un experimento mental de carácter minimalista para establecer qué tipo de moral y de gobierno se pueden obtener de una sociedad hipotética constituida solamente por dos hombres: uno débil y otro fuerte. Desde su puno de vista resultaba claro que es obligación del hombre fuerte defender al más débil. De hecho su argumentación la lleva aún más lejos al indicar que la opresión solamente es ventajosa para el pueblo cuando el opresor es supersticioso. Para el filósofo francés la ignorancia es dañina porque los que son dominantes o más fuertes se embrutecen, mientras que existe la posibilidad de que el pueblo llegue a comprender la falsedad, sublevándose. En otros términos, la verdad resultaría útil tanto para el pueblo como para los reyes, mientras que la ignorancia es concebida como la madre de la degeneración y la decadencia, de la sedición y de las revueltas.
En su ensayo Condorcet elaboró los posibles argumentos que podrían fundamentar el derecho de los ciudadanos a conocer la verdad. En primer lugar, indicó que era necesario universalizarlo porque podría darse el caso que, reconociendo las falsedades en las que han sido educados, los ciudadanos se volverían incrédulos. En segundo lugar, pensaba que las falsedades incentivarían una serie de motivaciones erróneas para la recta conducta moral. Finalmente, los razonamientos erróneos son considerados como peligrosos para la estabilidad social porque tales ideas suelen ser el germen del que nace el fundamentalismo.
La concepción de la moral de Condorcet no parte de la justificación de las buenas obras por altruismo, deísmo o empatía, sino apelando al egoísmo y a los intereses personales. En este paradigma, las acciones moralmente correctas se fundan en la motivación interna que poseen los individuos respecto a no ser juzgados como malvados por sus semejantes. En este sentido, la moral política y social propuesta por Condorcet no puede considerarse como una moral basada en el sentimiento de culpa, sino como una moral basada en el sentimiento de la vergüenza.
Condorcet estaba convencido que la propagación del error no podía ser útil en ningún contexto, ya que en realidad las falsas motivaciones son incapaces de prevenir hasta los delitos más comunes. No cabe duda, en este sentido, que el filósofo francés estaba firmemente persuadido de que el proceso civilizacional ha consistido en la paulatina iluminación intelectual de las masas. En este sentido, las ciencias y las artes resultaban especialmente importantes, puesto que son los instrumentos culturales que impiden que las sociedades regresen pasos en el camino de la historia. Un pueblo ignorante puede embrutecerse como consecuencia del desconocimiento de las verdades más esenciales.
La defensa de Condorcet sobre la inutilidad del arte del engaño en el arte de gobernar, desarrolló la justificación de una concepción antropológica de carácter teleológico. En esta concepción, el fin del hombre y de la humanidad (en un profundo sentido moral) consiste en destruir el error y el engaño. Los principales enemigos de este fin serían las religiones convencionales, dado que han sido fundadas en libros antiguos, en viejas costumbres y en la autoridad de los sacerdotes. Este tipo de religiones convencionales, vistas por Castillon como fuente de valores morales, son consideradas por el ilustrado francés como instituciones que promueven dogmas falsos, conduciendo a los creyentes a un estado de insensatez y crueldad inimaginables. En los ritos de las religiones Cordorcet vislumbró la práctica de acciones exteriores ineficaces para la salud moral de los individuos. La superstición debía considerarse, por eso mismo, como la fuente de la que emana el error. La historia de la humanidad debía considerarse entonces como un avance progresivo a la ilustración, por lo que era del interés de todo pueblo y de todo gobierno abolir la mentira, el error y la simulación.
En el pensamiento político de Condorcet aparece expresada la idea de que el interés del individuo siempre se relaciona con el interés de la sociedad. Por la misma razón, su concepción partía de un fuerte compromiso con los derechos subjetivos de los individuos, así como de una apuesta por una moral fundada en la vergüenza. Una constitución política capaz de dirigir los esfuerzos de los individuos para el bien general de la sociedad, debía partir de estas consideraciones. En su obra aparece expresada una estrategia general a través de la cual se puede materializar este proyecto. Sobre los individuos se debe influir a través de tres instrumentos: los escritos, la legislación y la educación. La legislación debía contemplar una serie de límites legislativos, de límites al poder supremo, las condiciones para la alienación de la soberanía y el derecho a la resistencia. Como se puede ver, Condorcet planteaba en términos generales el camino que las sociedades debían seguir para erigir un estado constitucional moderno fundado en los derechos humanos.
A pesar de defender la postura negativa del arte del engaño en el arte de gobierno, el filósofo francés describió cuatro escenarios excepcionales en los que podrían no ser válidas sus argumentaciones. Esas excepciones son: 1) la transición de una moral falsa a una moral fundada en la razón; 2) el derecho de resistencia es incuestionable; 3) las verdades particulares que obstaculizan a otras verdades más generales; y 4) las verdades útiles a los pueblos y a los tiranos.
La posición de Condorcet respecto a la inutilidad del arte del engaño en el arte de gobernar se fundaba en ideas políticas y morales de fondo. En su concepción, el error debe considerarse como enemigo público, mientras que su difusión debe catalogarse como delito. De hecho, el proceso civilizacional puede ser descrito como una lucha en la que la especie humana ha ido conquistado el terreno de la verdad, apartándose gradualmente de la noche oscura del error y la superstición. Su pensamiento puede considerarse como una de las expresiones más fieles del ideal racionalista que encontró un gran eco en diversos pensadores de los siglos posteriores.
- Citar trabajo
- Dr. Diego Alfredo Pérez Rivas (Autor), 2015, El arte del engaño en el arte de gobernar: dos ensayos de Castillon y Condorcet, Múnich, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/302376
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