La Doctrina del Jardín, en sus objetivos generales, no presume de erigirse como una doctrina de masas o pretende intereses universalistas en sus máximas. Excluye de antemano al vulgo como actor de las verdades que defiende, restringiendo al sabio y su asociación particular (amigos) la ocurrencia de sus principios. Con ello menos aún pretende un afán de sociedades ideales a diferencia de filósofos contemporáneos a sí, como Platón en su “Republica”, así en todo tiempo la ocurrencia de esta filosofía en la práctica tiene asidero únicamente en un ámbito privado, lográndose la ataraxía como la aponía respecto del individuo en particular, no de una masa de individuos o al menos no excediendo el ámbito de la camaradería o amistad, estando ésta última en todo caso al servicio del individuo mismo. Es una filosofía que instruye como hacer frente a los dolores y males, tanto por exceso de bienes como por el defecto de estos y de la concurrencia de la fortuna (Tyche) en una vida. [...]
Roberto Manriquez Gallardo
Critica al Epicureísmo.
¿El epicureísmo puede ser una propuesta filosófica válida y practicable para la actualidad?
La Doctrina del Jardín, en sus objetivos generales, no presume de erigirse como una doctrina de masas o pretende intereses universalistas en sus máximas. Excluye de antemano al vulgo como actor de las verdades que defiende, restringiendo al sabio y su asociación particular (amigos) la ocurrencia de sus principios. Con ello menos aún pretende un afán de sociedades ideales a diferencia de filósofos contemporáneos a sí, como Platón en su “Republica”, así en todo tiempo la ocurrencia de esta filosofía en la práctica tiene asidero únicamente en un ámbito privado, lográndose la ataraxía como la aponía respecto del individuo en particular, no de una masa de individuos o al menos no excediendo el ámbito de la camaradería o amistad, estando ésta última en todo caso al servicio del individuo[1] mismo. Es una filosofía que instruye como hacer frente a los dolores y males, tanto por exceso de bienes como por el defecto de estos y de la concurrencia de la fortuna (Tyche) en una vida.
Al hombre siéndole connatural el intelecto y su telos ser feliz, pretende mediante esta filosofía (Epicureísmo) el lograr la moderación de sus pasiones y poder deliberar prudencialmente sobre aquello que le lleva a ser dichoso y asimilarse más a la deidad, pues este es un ser perfecto y feliz (Cicerón reza “es preciso que exista alguna naturaleza superior, de la que nada pueda ser mejor”[2] ). Por ello distanciase de la filosofía del Jardín el clásico hedonismo hacia un hedonismo más bien de las moderaciones. La concepción Epicúrea pone bridas a la autocomplacencia, al constante estado de comodidades sobre la mera reducción de los dolores y repulsión a la inexistencia del organismo, en definitiva, a la ocurrencia del temor y el deseo ilimitado y vano[3].
Atendiendo el contexto en que esta filosofía se ejerció y su reacción a una realidad social por antonomasia contingente, es menester cuestionarse si un modelo que propone seres casi ascéticos pueda llegar a ponerse en práctica sino proponerse como un caso “idealista”, pues atendiendo al dinamismo de las sociedades es que las complejas relaciones de interdependencia, que ayer no fueron lo que hoy son, tienden a obstar la ocurrencia de ser dueño de nosotros mismos y a vivir en cambio por las vanas opiniones, coartándose nuestra disposición interior, salvo que el hombre se comportase como un ermitaño incapaz de generar lazos de amistad, pues en su entorno no encontrará símiles, más bien competidores que adeptos y no por la búsqueda de la felicidad, sino por el vulgar afán de sentirse conocedor de la verdad.
En lo principal nos referiremos al asidero que posee el Tetrafármaco[4] como máximas válidas en todo tiempo y lugar capaces de encaminar la disposición del hombre.
El hombre occidental, en su generalidad, se identifica con ciertos patrones sincréticos en el ámbito religioso, se pregona el temor a la divinidad como mérito para el buen pasar y el posterior ascenso a lo supraterrenal, sobre esto reacciona el Epicureísmo en el que la o las divinidades en su magnificencia y como seres incorruptibles y felices[5] no están preocupados de lo que hacen u omiten los humanos. Es claro que no hay necesidad de pedir un buen pasar al ser supremo cuando los bienes que necesitamos para vivir feliz cada cual pueda suministrárselos autónomamente, pues de los dioses a lo más es propio otorgar lo difícil de conseguir y quien se atormenta por bienes que no tiene y no puede proveerse no es sino un insensato. Por otra parte, dicho temor queda sin fundamento al pretenderse como mérito para una vida ultraterrenal, pues bajo supuestos epicúreos que consideran el alma mortal, con la carne a la vez perece la psyché que carece de capacidad de supervivencia o de sensación fuera del organismo, “Nace con el cuerpo entero y muere con él”[6]. Proviniendo estás creencias, según dice el filósofo (Epicuro), por la angustia que genera la aniquilación del organismo, la muerte no puede afligirnos con su presencia “porque mientras nosotros existimos no está presente y, cuando está presente, ya no estamos con nosotros”. Por otro lado la felicidad según Epicuro consiste en placeres continuos, en la dicha cotidiana, opuesto al vulgar interés de obtener la felicidad después de la muerte, reza el filósofo: “La vida es un bien, no por sí misma, sino como posibilidad de experimentar dicha”. Siguiendo con la idea de la angustia a la aniquilación del organismo, esta se justifica según creo en la incertidumbre sobre si la conciencia será castigada o no en el tártaro, a causa de previas culpas sin expiar que ante la incertidumbre de benevolencia o no del verdugo para con ellas, es menester rehuir con terror y prevenirse así lo más posible de la llegada al averno, obteniéndose esto sino por la acaparación de bienes que procuraran comodidad y seguridad, no para vivir bien, sino para no morir. Tiempo en que se pierde la posibilidad de obtener los placeres necesarios y suficientes para vivir dichosamente. Los placeres necesarios y suficientes para una vida feliz son los placeres del vientre[7] o aquellos que sirven para no morir, estos se sirven de bienes naturales que son los más fáciles de obtener por el individuo mismo. Sin embargo, lo anterior no obsta a que el hombre pueda poseer otro tipo de bienes no esenciales porque sí mismo se los proveyó o por la fortuna, siempre que sea de estos muy fácil desprenderse tanto así que puedan ser dejados en comunidad con los amigos.
La ataraxia es un bien deseado por la felicidad que genera. Bajo los supuestos Epicuros la dicha es propia del sabio y es el único que puede alcanzar un estado de libertad[8], éste es el único ser terrenal que tiende hacia la divinidad distanciándose en último término de ésta en su mortalidad. El prudente es el Filósofo y el único digno de ser feliz, y la felicidad es el telos del hombre, su naturaleza. Es menester poner en duda si la propia ataraxia puede considerarse un bien suntuario por su escases entre los hombres y su restricción a algo que no es común entre los hombres que es el ser Filosofo, pero para ello habría que considerar a la propia atarxia un bien innecesario, prescindible bajo lógicas Epicureas. El pasar del hombre se hace de momentos, es aquel cambio el que trae lo que podemos llamar vida, la cuestión es qué vida puede haber en aquel hombre que vive en un equilibrio constante y sereno, dónde está el placer si ignora la multiplicidad de estos por su estado neutral y en suma con que contrastar aquello que denomina como tal (prólepsis), sobre esto podemos decir que el no dolor (tanto del alma como de la carne) como placer, es sino un engaño lingüístico. La ataraxia o serenidad del ánimo con todo, si ha de ubicarse en algún extremo, por su naturaleza suntuaria, sería en intensidad un estado superior a otras sensaciones, tema que abordaré más adelante.
Algo válido en todo tiempo ha sido la tendencia del hombre hacia los placeres, ello dependiendo de la filosofía será valorado despectiva o positivamente, es lo que nos hace comunes a los animales, pero lo que nos hace persona es la capacidad para gobernarnos a nosotros mismos y tender hacia los placeres estables y fáciles de obtener, el que denominaré deber de prudencia del hombre, pues éste se lo impone como ley para la consecución de un fin en particular que es la felicidad. Esta felicidad dice Epicuro se haya en la amistad, que es vista como una asociación para la conveniencia de mis intereses particulares pero no por sobre los intereses del resto (ophéleia), es una relación al servicio de los individuos[9], a la vez que instrumentalizo a mi congénere como un medio para mis fines que en sinergia unos con otros velan por la dicha mutua, así el egoísmo que se le critica a esta doctrina se apacigua por considerar al prójimo, pero no en sí mismo sino en relación a mi ego, pero esto no obsta a la validez del sistema en sí, pues recalcamos que es una filosofía del telos no de los deberes. La amistad es un refugio a la lucha entre los hombres, a la ocasión de injusticias y violación del pacto social por el cual los hombres se han vinculado. Epicuro desprecia la aprobación del vulgo (el común de los hombres) pero santifica la aprobación de los amigos y en sí la aprobación de quien considera virtuoso, manifestándose este comportamiento en su mayor expresión en los dioses, que como entes perfectos el ser humano busca parecérsele y modelar su comportamiento en razón de sus divinas directrices. Sin embargo, el sabio arriesga su autarquía al comportarse de esta forma y en general al exponerse a la amistad y el deber de empatía y ayuda reciproca que exige. Con todo, el vínculo de la amistad establecido en la doctrina del jardín no es muy diverso de otro tipo de relaciones como las filiales, al momento que ambas miran a una utilidad y provecho del individuo sin sesgarse en ello, pues el exceso lleva al vicio de la relación pudiendo en extremo asimilarse más a una forma de esclavismo que lo anterior. La “amistad”, entendida en Epicuro, es más bien una asociación aún más amplia de individuos que abarca tanto a las amistades como a la familia y otros, siendo el elemento medular las relaciones confianza, intimidad y en particular la similitud ideológica entre los hombres que la componen, un entorno en el cual los hombres se abstraen de la sociedad escapando de la injusticia por vivir seguro. Así ¿El epicuro es capaz de vivir junto a quien no comparte sus mismos ideales? Al parecer no, pues todo comportamiento disímil al de la asociación parecería obstar el afán común de felicidad al cual se encamina el vínculo tratado, pues quien no se contenta con placeres catastemáticos y desea más, inclusive poder de dominación dentro de la asociación, no es digno de ser parte del jardín, tampoco quien goza con los dolores y pesares propios y/o del resto.
Epicuro al rechazar al vulgo rechaza de plano la ocurrencia de una Moral Social y la heteronomía de la relación y en general de la doxa, el hombre al cometer el mal debe atenerse a sus preconcepciones internas de ello y atenerse al remordimiento y cesura interna, al respecto Demócrito reza: “El mal, aunque te encuentres solo, no lo digas ni lo cometas: aprende a avergonzarte de ti mismo mucho más que de los otros”. Esta concepción implica a la vez deberes de conducta, pero no provenientes de la moral colectiva o un ente diverso al sujeto, provienen de sus sensaciones que más tarde se representaran como preconcepciones de lo bueno y lo malo en la conciencia moral[10], pasando esto, y propio del hedonismo de jardín, por un interés individual y ese interés individual será un interés colectivo la fundamentar la concepción de Justicia. Así el Epicureísmo no se restringe a la búsqueda de la satisfacción, de paso se encamina hacia la perfección misma del sujeto a través de estos deberes autoimpuestos.
En nuestro contexto, es un hecho constante y extendido la dependencia del individuo de una moral externa (heterónoma) y sucumbir ante la doxa, no es de suyo la autárkeia ni tampoco se cuestiona su ocurrencia, yerra al utilizar su razón y por consecuencia en saber distinguir los placeres necesarios y suficientes de los viciosos, el Epicureísmo dentro de esta faz es una descripción sino de todos los momentos de la humanidad, no de un contexto en particular, ya que el hombre, por lo observado, tiende irresistiblemente al vicio si carece de principios para su recto actuar y la consecución ulterior de la felicidad. Así es usual del vulgo no saber distinguir, tendiendo por inclinación a los mayores bienes, bienes que luego tienden a generar más perjuicios que las prestaciones que otorgan, como vincularse en obligación con otro y no poder cumplirle, o bien la responsabilidad surgida en la mantención de cierta riqueza que trae en el ánimo más pesares y molestias que gozo. Como del vulgo no es usual el distingo, tampoco se contenta con lo menos y es que la vida humilde la repele como el aire al vacío, le rehúye a la posesión parca de bienes aduciendo pobreza en su ocasión, desconoce las virtudes de lo menos y el hedonismo clásico es su religión. El gregario es un ser autocomplaciente y competitivo, esto lo lleva a preferir su bienestar inclusive por sobre lo bueno, su ánimo no se contenta con placeres simples y nunca logra el equilibrio, sino al momento mediato en que obtiene la prestación anhelada, pero no trasciende a aquello, es un conjunto de vaivenes entregados a la tiche que ha vuelto a tono determinista su modo de ser. La ausencia de dolor no es placer para sí, le es cotidiano el placer del vientre y su espíritu no se contenta con la voluntad de abstinencia o el pensamiento, con lo cual se desboca su exigencia de placeres banales pues no hay droga[11] como el pensamiento que les substituya. El honor y la fama sigue siendo un telos en sí mismo y no por otra cosa, naturalizado está en su ser la perfección de estos bienes que no concibe otros fines por ellos, siquiera sabe en qué medida estos le harían feliz y le es usual el exceso en los placeres del vientre entregándose a la corrupción de estos.
De la amistad: Con la precisión hecha anteriormente, la amistad no es vista de manera muy diferente en cuanto a su afán de conveniencia mutua, sin embargo destaca en algo no menor. El gregario posee cierta tendencia a no discriminar en sus cercanos por su ideología o principios, sea por desconocimiento de los propios o tolerancia, lo cierto es que aquella relación tiende a complementarse, cual ejercicio dialectico, a diferencia de la doctrina del jardín en que la reciprocidad siempre será en respeto a las leyes del filósofo o maestro de la que será continuamente juez. El filósofo reza: “Lleva a efecto cada acción tuya como si Epicuro te observara”, pero, naturalmente la primera visión y contraintuitivamente la segunda, obstan la autonomía del sujeto al depender el individuo en mayor o menor medida de la opinión que de sí mismo. Por otro lado deduzco que la amistad que no es placer no es amistad, esto nos lleva a que las desavenencias del ánimo obstan su ocurrencia pues ya no hay provecho que se otorgue bilateralmente. Tanto la amistad Epicúrea como la vulgar miran a abstraer al sujeto de su medio en que la injusticia reina y opera en razón de generar una asociación dentro de la sociedad, trascendente en que las partes son interdependientes entre sí, espiritual como materialmente respecto al placer y en suma respecto a la felicidad.
Respecto a la muerte: Sobre esta retomo mi tesis anterior en que el miedo a ésta se debe a las culpas sin expiar y el temor de cómo el juez del limbo las valorará. El filósofo no teme al patíbulo y más aún le es indiferente, pues su gozo es constante y sabe que su psyche no trascenderá coligiéndose que no será juzgada. El vulgo yerra en el mundo y desconoce en su ser cuando obra mal o bien, pues no puede distinguir por inclinación y/o desconocimiento y si lo hace lo logra intuitivamente obteniéndose generalmente resultados discordantes unos con otros, con lo cual a intentos de actuar moralmente termina actuando de manera antagónica. Al herrar pero desconocer dónde está la falla para una corrección interna, entra en desesperación y en último término, a causa de sus creencias respecto a la muerte, cae en el terror. A causa de esto el ser humano desperdicia su tiempo en culpas y buscando bienes banales en vez de proveerse de los bienes necesarios y suficientes para su bienestar.
De la Justicia: El filósofo reniega de las concepciones a priori de la Justicia, ésta proviene de la observación y generación de una preconcepción, siendo toda ley que se oponga a esta última injusta. Ésta se encamina hacia la mutua conveniencia y se orienta hacia la obtención del placer. Se erige luego del contrato por el cual se obligan los individuos y como reacción a la violación de éste, y más precisamente para proteger al sabio de las injusticias. Con todo lo anterior se erige como un medio y un valor histórico, ergo entregado al relativismo. Es cuestionable si la teoría de Epicuro pude en algún caso ser capaz de erigir una institucionalidad trascendente y seria de la Justicia en su contexto, pues por la naturaleza que le otorga a esta virtud es cuestionable si el magistrado sabrá dirimir. Si ésta se vale de preconcepciones mutantes, principios como el debido proceso, publicidad y conocimiento de la ley pudieron haber sido disfuncionales ante lo incierto de lo justo. Si bien la moral del Jardín se abstrae de la doxa, creo que debe reconocer que la justicia se practica necesariamente en relación y respecto de los demás, por ello si el bien del sabio es diverso al del vulgo, no es suficiente que ésta sea lo que es “conveniente para la comunidad”[12] pues el vulgo, que es la mayoría, perfectamente puede corresponder justicia a algo que pueda estar discordante con la justicia del Epicureísta, inclusive ser injusta para estos y aunque así sea, no queda más que atenerse a las consecuencias de su máxima y que se obre en contra de sí mismo. Así, en cuanto a la Justicia para la comunidad, es menester una concepción a priori de ella, pues como ya vemos puede obtenerse un resultado contraintuitivo de mediar la liberalidad en su denominación.
De la ataraxia: En páginas anteriores puse en discusión la validez de la ataraxia por consistir en un bien suntuario, producto de que solo el filósofo o sabio es capaz de su consecución. Es un bien preciado porque lleva a la felicidad, pero no es de todos el poder obtenerlo, pues muchos carecen naturalmente de la fortaleza como de las facultades para proveérsela. El equilibrio en el espíritu es indiferente al sentir del resto de los hombres, no se altera por su infortunio o carencias, sino de aquel congénere o aprendiz que se comporta igual que el maestro, en definitiva (ceteris paribus) responde a los intereses del maestro que pretende perpetuar su individualidad en el resto de su asociación (interés abarcativo del ego) instrumentalizando a sus similares. Debido a que esta moral se opone a la moral agonal, desconoce que le sea propio un afán de superación individual, con lo cual es indiferente a estas palabras, sin embargo, como observador se atiende a que se opone a principios de empatía[13] y benevolencia entre los individuos que no obstan el hedonismo de la prudencia que es propio a esta teoría. Por otra parte, este equilibrio adolece del supuesto postulado anteriormente en este ensayo, sobre el desconocimiento de los placeres y engaño lingüístico junto a la carencia de momentos para que una vida humana sea considerada como tal.
Cierto es que el hombre requiere de placeres para vivir, le es intrínseco a su naturaleza. Los placeres sin embargo están limitados por el exceso (Hedonismo clásico) tanto por el defecto (Cinícos), estando la justa medida entre la inactividad del alma y actividad en ella, con esto reconocemos que los placeres más importantes son los placeres del alma, estos son capaces de moderar nuestras elecciones respecto a la carne, mediante el intelecto para hacernos felices. Así la medida de placeres debe hallarse entre los catastemáticos y cinéticos, hay placeres cinéticos que potencian el que una vida pueda llegar a ser vivida en plenitud. El vulgo peca por exceso y el jardín por defecto, por otro lado cierto es que en el saber distinguir se llega a la prudencia, esta actividad es propia y excluyente del sabio, aquel que mediante la recta deliberación llega a dominar sus pasiones y se hace libre y autárquico, esta autarquía no es absoluta y de llegar a serlo acarrearía sino efectos contrarios a los propuestos como en el ámbito de la justicia se ha dicho.
La muerte no debe sernos de temer, aunque en la vida ultraterrenal se crea como la mayoría de occidente actualmente hace, pues moderando nuestro actuar el resultado siempre será el bien. En suma, esta filosofía es igual de válida tanto ayer como hoy por todo lo expuesto, con matices que potencian su telos como lo presentado respecto a la justicia, moral y equilibrio. Todo esto lleva sino a vivir efectivamente y en la dicha, procurarse la felicidad de manera duradera y sostenida, no cayendo en el vicio de la abundancia y si así ocurre saber desprendernos de nuestros bienes sin mezquindad, ya que nada son capaces de llenar pues el vaso ya se haya rebosado por el alma y la moderación de los placeres mortales.
Bibliografía
FESTUGIÈRE, André Jean (1960). Epicuro y sus Dioses. Buenos Aires: EUDEBA.
GARCÍA GUAL, Carlos (2008). Epicuro. Madrid: Alianza Editorial.
EPICURO (2007). Obras. Madrid: Gredos
LUCRECIO (2013). La Naturaleza de las Cosas. Madrid: Alianza Editorial.
MONDOLFO, Rodolfo (1962). La Conciencia Moral de Homero a Demócrito y Epicuro. Buenos Aires: EUDEBA
ROMÁN ALCALÁ, Ramón (2004). Lucrecio: la superación de la religión o una ética sin dioses. En Convivium Revista de Filosofía, Nº 17, 2004, Universitat de Barcelona.
MILL, John Stuart (1998). El utilitarismo. Madrid: Alianza Editorial.
[...]
[1] GARCÍA (2008), p.208
[2] MONDOLFO (1962), p.76
[3] EPICURO (2007), p.182
[4] GARCÍA (2008), p. 138
[5] GARCÍA, p. 141
[6] GARCÍA, p. 186
[7] EPICURO (2007), p. 185
[8] EPICURO, p. 176
[9] EPICURO (2007), p. 208
[10] MONDOLFO (1962), p. 77
[11] EPICURO (2007), p. 202
[12] EPICURO (2007), p. 210
[13] MILL (1998), p. 85
- Citar trabajo
- Roberto Manriquez Gallardo (Autor), 2014, Crítica al Epireísmo, Múnich, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/285421
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