Desde hace más que doscientos años hemos vivido los seres humanos bajo la convicción que existe un abismo insuperable entre la ciencia y la literatura. Esta tradición califica la primera como fría, objetiva y racional, y la segunda como emocional, subjetiva; habitan en mundos diferentes (la primera en el mundo real y la segunda en mundos ficticios) y, sobre todo, utilizan un lenguaje distinto que les hace inconmensurable.
1º comentario de texto en Metodología
Desde hace más que doscientos años hemos vivido los seres humanos bajo la convicción que existe un abismo insuperable entre la ciencia y la literatura. Esta tradición califica la primera como fría, objetiva y racional, y la segunda como emocional, subjetiva; habitan en mundos diferentes (la primera en el mundo real y la segunda en mundos ficticios) y, sobre todo, utilizan un lenguaje distinto que les hace inconmensurable.
En la introducción de su libro “La ciencia como escritura” David Locke se pone en contra de esa posición y defiende una contratradición (que siempre existía pero actualmente está creciendo) que trata de encontrar los elementos comunes de los dos más que sus diferencias para superar su estricta separación. Vamos a mirar unos de los argumentos en favor de la contratradición.
La escritura científica no es un simple reflejo del método científico, no es la representación pura de lo que hicieron los científicos, sino una presentación de los resultados que sigue ciertas reglas escritas y no escritas. No se puede publicar un artículo científico como quiera, sino hay que utilizar cierto lenguaje, hay que poner argumentos y llegar a conclusiones. En este sentido, la ciencia evidentemente no está libre de la retórica. En un artículo divertido publicado en El País, “Una visión irónica de los artículos científicos”, encontramos una lista de ejemplos de la jerga de los papers, que muestra muy bién la retórica empleada para conseguir sus fines personales en el ámbito de la ciencia (convencer de su propia vista pero parecer objetivo; cubrir errores propios; apoyar a los estudiantes que te caen bién etc.).
Se suele distinguír entre el descubrimiento científico y la interpretación hermenéutica como los métodos que distinguen a su vez la ciencia de la literatura. Sin embargo, hay filósofos, por ejemplo Paul Ricoeur, que proponen que de hecho ambas están ocupadas con una actividad interpretativa: el científico interpreta los resultados de sus experimentos (que no tendrán ningún valor significativo si no interpretados dentro de un contexto teórico) igual que el filólogo o humanista interpreta una obra. Las interpretaciones siempre son determinadas por los paradigmas predominantes en el interpretante, por las estructuras de dependencia. La teoría de Kuhn acerca de las revoluciones científicas se puede transferir fácilmente al ámbito de a literatura (por ejemplo el cambio paradigmático desde el clasicismo hacia el romanticismo).
En mi opinión se puede incluso ir un paso más allá y sostener que los cambios de los paradigmas científicos y literarios son inseparablemente conectados, o sea que no hay revolución científica sin revolución literaria y viceversa. La literatura de una época puede ser la reacción a un cambio científico/social o provocarlo. El romanticismo, por ejemplo, nació en reacción a la pretensión universal de la razón ilustrada y la revolución tecnológica y provocó a su vez una mayor ocupación por el individuo y la psicología.
Como muestra este ejemplo, tampoco es posible separar los cambios sociales de los cambios científicos (y literarios). Los nuevos descubrimientos científicos posibilitaron el desarrollo de nuevas tecnologías que cambiaron la vida social de los humanos (y lo hacen todavía hoy en día). No obstante se ha caracterizado la ciencia como no determinada socialmente, libre de influencias y objetiva de manera atemporal. Antes de criticar esta posición hay que tomar en cuenta la distinción importante que hace Umberto Eco entre ciencia y tecnología, una distinción que en la vida cotidiana muchas veces se olvida. La tecnología cumple una función casi mágica, supera aparentemente la cadena de causa y efecto por su percibida inmediatez y la invisibilidad de sus principios subyacentes. La ciencia, por otro lado, se caracteriza no por su funcionalidad sino por su método que implica cierta lentitud (trial-and-error, falsación). Su efecto sobre nuestra vida cotidiana es indirecto, mediado por las tecnologías que crecen en su fundamento, así que el impacto social tienen estas, no aquella. Las tecnologías también se desarrollan según la demanda pública, pero el método científico no cambiará probablemente. Sin embargo se puede hablar de una sociedad propia de los científicos: la comunidad científica.
Mientras los sociólogos tradicionales como Merton estudiaron la relación entre la ciencia y la sociedad de manera estructuralista, los más recientes como Bruno Latour se ocupan también de las influencias sociales en el conocimiento científico. La teoría postestructuralista de actor y red (ANT) entiende la ciencia como la totalidad de sus relaciones, la interacción de naturaleza, tecnología y sociedad. El conocimiento científico, pues, se construye por el consenso social entre los científicos más que por los hechos en el mundo. La elección entre varios paradigmas tiene lugar a través del discurso científico, y el más convincente se convierte en conocimiento – es una pregunta de la retórica.
No estoy totalmente de acuerdo con la posición constructivista. Aunque no se debe dejar de lado las influencias sociales dentro de la comunidad científica, se suelen hacer grandes esfuerzos para examinar lo más objetivamente posible a los objetos de disputa (por ejemplo, la construcción del accelerador de partículas para investigar en las propiedades fundamentales de la materia). Los paradigmas que se forman a través de discusiones retóricas no suelen ser los más fundamentales ni de larga duración (y cuando hay un método para comprobarlos se suele aplicarlo).
El argumento más decisivo que se pone para separar la ciencia de la literatura es su uso distinto del lenguaje. Aunque, como ya vimos, hay que distinguír entre el contexto de descubrimiento (o, como prefiere decir el autor, de generación, aunque no veo la necesidad de cambiar el término técnico si se entiende descubrimiento en un sentido más amplio, o sea, que cualquier hecho del mundo descrito científicamente valga como „descubrimiento“) y el contexto de justificación, está bastante obvio que la ciencia suele utilizar un lenguaje que distingue de la literatura. Al ámbito de la literatura pertenecen, según la tradición separatista, la expresividad, afectividad y, entre otros, el ámbito de lo privado como esfera propia.
Se entiende las publicaciones de la ciencia como una exposición clara del tema, cuyas significados dependen únicamente de los contendios objetivos representados. Estudios recientes, sin embargo, defienden la posición que el texto, sea literario o científico, está compuesto por los códigos significativos que le constituyen. El significado real de una obra se muestra a través de sus efectos en el terreno social, político o económico. En este sentido, se puede estar de acuerdo con un artículo en La Opinión titulado „Arthur C. Clarke: literatura y ciencia“ que distingue la ciencia de la literatura sólo por el hecho que la ciencia es una ficción del mundo real, mientras la literatura es una ficción de otros mundos. Pero, la ficción literaria se puede convertir en realidad, no sólo cuando sus imaginaciones vuelven a ser realizados en nuestro mundo, sino también cuando un personaje ficticio literario adquiere más peso histórico y sociológico que su escritor. Me parece un bbuen ejemplo Don Quijote, cuyos aventuras y características le han hecho mucho más vívido que a su escritor, Miguel Cervantes. Otro ejemplo, incluso más fuerte, sería el primer documento de la actividad literaria occidental, la Iliada, que ha sido objeto de varios investigaciones, discursos y estudios de la filología, filosofía, antropología etc., sin que se haya ni siquiera encontrado una respuesta definitiva a la pregunta por el autor/los autores. Podemos por eso darle la razón a Francisco Ayala („Efectividad de la ficción literaria“ en El País) cuando propone una visión de la literatura como constituyente a la vida, en ambos sentidos: constituyente para el estar vivo de sus personajes ficticios, y constituyente para nuestra vida cotidiana en cuante que determina nuestra perspectiva que tenemos acerca del mundo.
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- Theresa Marx (Author), 2011, Ciencia y literatura - 1º comentario de texto en Metodología , Munich, GRIN Verlag, https://www.grin.com/document/180459